La vergüenza es la forma exaltada con que el pudor nos cierra a la influencia de un otro indeseado. Somos seres gregarios por naturaleza y nos importa lo que opinen los demás. Deseamos una parte del universo en nosotros pero no a todo el universo. La experiencia mística es la única que nos muestra el todo como algo deseable
“Be yourself no matter what they say”: la frase es del afamado cantante Sting, y nos llama justamente a dejar de lado esas trabas mentales por las cuales dejamos de ser nosotros mismos, o vivimos a la defensiva para aparentar un ideal que no nos pertenece o para vivir desde los otros.
Si la vergüenza y la timidez es la forma excesiva y patológica del pudor - valor selectivo de nuestras relaciones y protector de nuestra intimidad-, el descaro es su cara defectuosa e igualmente patológica. Muchas veces a la libertad, se le asocia esta última situación, y la responsabilidad, a la primera. Una relación responsable está plagada de restricciones, y por el contrario, una relación libre se mueve según los caprichos del momento, sin importar las consecuencias. Frente a esa contradicción, cabe preguntarse si la libertad y la responsabilidad conjugadas pueden encontrar un centro.
Volviendo al tema anterior, la seducción es una construcción, pero no una construcción cualquiera. No es una proyección mental propiamente tal; no es una idea preconcebida o un plan, es más bien la bisagra donde las palabras se vuelven latentes en el orden de la expresión física. Las palabras, en sí, separadas del cuerpo, son piezas de una gran máquina. Por eso, los que intentan amar desde explicaciones abstractas lo hacen como máquinas. Lo que seduce, en cambio, se vuelve digno e importante porque las piezas limitadas de la máquina encuentran su celebración en el cuerpo. Un mal seductor, nos intentará vender un currículum lleno de glorias y mentiras, o, agachará su cabeza pensando que con su miseria puede seducir la compasión del otro. Lo que ocurre efectivamente, es que la gente compasiva siente compasión por los miserables pero no erotismo. El erotismo está íntimamente ligado a la admiración espontánea. El que intenta vender un curriculum, por su parte, malversará ineluctablemente el gesto espontáneo de todo acto erótico (para empaquetados y manipuladores).
Si alguien no es digno de satisfacer las condiciones de admiración espontánea, libre y dignamente, caemos entonces en los limitados recursos materiales de la admiración sensual, o en los abstractos y volàtiles caminos de la admiraciòn personal. Un peldaño debajo de la escalera nos encontramos con la expresión sexual propiamente tal, nuestros bajos instintos en su primitiva inclinaciòn al placer en bruto. Sin duda que a alguien sensual o sexy le será difícil satisfacer algo duradero si no lleva la seducciòn a un plano màs alto (receta para cristianos adormecidos por los repetidos fracasos de sus conquistas). Los mentalistas demandan objetos mentales, una personalidad a la base, una sustancia ideal (muy comùn entre homosexuales mujeres opositoras al falo). Para los sensualistas, la verdad està en el cuerpo y nada màs que en èl, en el sustrato material de sus energìas. Para alguien que se ha dado cuenta que por encima de estos dos planos se encuentra el mundo espiritual, la seducciòn es llevada hacia un estado superior que los anteriores. Una mujer voluptuosa o un musculín, por ejemplo, pueden llevarnos rápidamente al fondo del zótano, a la oscuridad secreta de un motel y luego desaparecer. ¿Qué nos queda después? “Easy come, easy go”. En la seducción espiritual ocurre lo contrario.
Decir que todos queremos sentirnos importantes y dignos por naturaleza, es una perogrullada casi tan obvia como que todos los seres humanos tienden al saber por naturaleza. Ahora bien, qué tipo de importancia, dignidad y de saber es el que busca cada uno, es tema para otro examen. Por ahora, contentémonos con decir que en la seducción, el que seduce junto con el que es seducido, se relacionan con el estatus, la dignidad y la importancia que se proyectan sobre los Otros. Puede que no haya nadie alrededor pero sí en la mente- donde se deben cumplir ciertos requisitos, más o menos rígidos, para la satisfacción plena del espíritu, en el orden del sentido. Así como me incomoda y a veces molesta y repulsa en la literatura leer una escritura donde las comas se utilicen como puntos y los puntos como comas, igualmente me incomoda estar con alguien que me provoque vergüenza “ajena” (cuando en realidad es una vergüenza propia proyectada) o en el otro extremo, que se desdibuje mi libertad bajo los límites neuróticos de la apariencia y las mecánicas formalidades. Es una torpeza pensar que la inseguridad exagerada es un indicador de triunfo erótico, como también lo es pensar que el exagerado desenvolvimiento (como olvido del pròjimo) signifique un confort glorioso. En el primer caso, solo se revela la persona insegura en su miseria dependiente y el que seduce en su narcisismo explotador; en el segundo, se desnuda una absoluta desconsideración con el otro, en la que los únicos objetos de encuentro pueden ser los objetos sensuales o la sexualidad misma. Después de ello, ¿qué nos queda?
El camino a la cama en el erotismo espiritual es largo y difícil, pero seguro y elevado como no los hay de otro modo; se encuentra en las alturas del ser sincrònico, donde se hacen inneceseraias las apariencias y se trasciende el letargo físico y mental, la contingencia de objetos sensuales e "inteligentes"; se suben asì las escaleras, liviano de peso y pacientemente, peldaño tras peldaño, hasta llegar a un luminoso portal sin imagenes propias ni simbolos, la eternidad infinita; no el subterráneo calabozo que nos sumerge en la oscuridad, donde todo busca un escondite y se avergüenza de sí.
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