martes, 26 de octubre de 2010

Nietzsche. El dìscolo bufón de la corte filosófica


ASÌ HABLABA ZARATUSTRA

"Cuando Zaratustra tenía 32 años abandonó su patria y el lago de su patria y marchó a las montañas. Allí gozó de su espíritu y de su soledad y durante diez años no se cansó de hacerlo. Pero al fin su corazón se transformó, - y una mañana, levantándose con la aurora, se colocó delante del sol y le habló así:
«¡Tú, gran astro! ¡Qué sería de tu felicidad si no tuvieras a aquellos a quienes iluminas!"


º SANTO: "Sí, reconozco a Zaratustra. Puro es su ojo, y en su boca no se oculta náusea alguna. ¿No viene hacia acá como un bailarín? Zaratustra está transformado, Zaratustra se ha convertido en un niño, Zaratustra es un despierto: ¿qué quieres hacer ahora entre los que duermen? En la soledad vivías como en el mar, y el mar te llevaba. Ay, ¿quieres bajar a tierra? Ay, ¿quieres volver a arrastrar tú mismo tu cuerpo?

Zaratustra respondió: «Yo amo a los hombres.»

¿Por qué, dijo el santo, me marché yo al bosque y a las soledades? ¿No fue acaso porque amaba demasiado a los hombres? Ahora amo a Dios: a los hombres no los amo. El hombre es para mí una cosa demasiado imperfecta. El amor al hombre me mataría.

Zaratustra respondió: «¡Qué, dije amor?! Lo que yo llevo a los hombres es un regalo.»

No les des nada, dijo el santo. Es mejor que les quites alguna cosa y que la lleves a cuestas junto con ellos - eso será lo que más bien les hará: ¡con tal de que te haga bien a ti! ¡Y si quieres darles algo, no les des más que una limosna, y deja que además la mendiguen!

«No, respondió Zaratustra, yo no doy limosnas. No soy bastante pobre para eso.»

El santo se rió de Zaratustra y dijo: ¡Entonces cuida de que acepten tus tesoros! Ellos desconfían de los eremitas y no creen que vayamos para hacer regalos. Nuestros pasos les suenan demasiado solitarios por sus callejas. Y cuando por las noches, estando en sus camas, oyen caminar a un hombre mucho antes de que el sol salga, se preguntan: ¿adónde irá el ladrón?.¡No vayas a los hombres y quédate en el bosque! ¡Es mejor que vayas incluso a los animales! ¿Por qué no quieres ser tú, como yo, - un oso entre los osos, un pájaro entre los pájaros?

«¿Y qué hace el santo en el bosque?», preguntó Zaratustra. El santo respondió: Hago canciones y las canto; y, al hacerlas, río, lloro y gruño: así alabo a Dios. Cantando, llorando, riendo y gruñendo alabo al Dios que es mi Dios. Mas ¿qué regalo es el que tú nos traes?

Cuando Zaratustra hubo oído estas palabras saludó al santo y dijo: «¡Qué podría yo daros como regalo! ¡Pero déjame ir aprisa para que no os quite nada!» -Y así se separaron riendo como dos muchachos. Mas cuando Zaratustra estuvo solo, habló así a su corazón: «¡Será posible! ¡Este viejo santo en su bosque no ha oído todavía que Dios ha muerto!"


Cuando Zaratustra llegó a la primera ciudad, situada al borde de los bosques, encontró reunida en el mercado una gran muchedumbre: pues estaba prometida la exhibición de un volatinero. Y Zaratustra habló así al pueblo:
Yo os enseño el superhombre. El hombre es algo que debe ser superado. ¿Qué habéis hecho para superarlo?




2

fRIEDRICH NIETZSCHE
sOBRE EL PORVENIR DE NUESTRAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS


"Pongámonos en la situación de un joven estudiante, o sea, en una situación que, en el movimiento impetuoso e incesante del presente, es sencillamente algo increíble: hay que haber vivido esa situación para poder creer semejante ilusión despreocupada, en semejante gozo arrancado al instante, y casi fuera del tiempo. Yo pasé un año en ese estado, junto con un amigo mío de mi edad, en la ciudad universitaria de Bonn, junto al Rin: un año que por la ausencia de proyecto y objeto alguno, y por la libertad con respecto a cualquier clase de propósito para el futuro, se presenta a mi modo de sentir actual casi como un sueño, delimitado antes y después por dos periodos de vela. Nosotros dos permanecimos impasibles, a pesar de vivir en compañía de gente que en el fondo tenía otros intereses y otras aspiraciones. Tal vez nos costara trabajo satisfacer o rechazar las exigencias, demasiado vigorosas en cierto modo, de aquellos contemporáneos nuestros. Pero incluso ese juego con elementos contrastantes tiene hoy, cuando trato de recordarlo, un carácter semejante al de los obstáculos de todas clases que encontramos en los sueños, cuando creemos poder volar, por ejemplo, pero nos sentimos contenidos por obstáculos inexplicables."

Con mi amigo tenía en común numerosos recuerdos de aquel periodo anterior de vela, de la época en que estábamos en el instituto: uno de dichos recuerdos debo precisarlo mejor, ya que explica el paso a mi inocente experiencia. En un viaje anterior por el Rin, emprendido a finales del verano, había concebido un proyecto junto con aquel amigo -casi al mismo tiempo y en el mismo lugar, pero cada uno de nosotros lo había pensado por su cuenta-, de modo que ambos nos sentimos obligados a realizarlo, precisamente por aquella insólita coincidencia. Decidimos entonces fundar una pequeña sociedad, rica en frutos, formada por pocos compañeros, con el fin de dar una organización sólida y vinculante a nuestras tendencias productivas en el arte y en la literatura. O, por expresarme de modo más sencillo, cada uno de nosotros debía comprometerse a enviar cada mes una producción propia, una poesía, o un ensayo, o un proyecto arquitectónico, o una composición musical: después, cada uno de los otros tenía derecho a pronunciar un juicio sobre dichas producciones, con la franqueza sin reservas que conviene a una crítica amistosa. De ese modo, vigilándonos mutuamente, pensábamos estimular, y al mismo tiempo refrenar, nuestros impulsos culturales: y en realidad el éxito fue tal, que nos hizo recordar con sensación de gratitud, o, mejor, de solemnidad, aquel momento y aquel lugar que nos habían sugerido semejante idea.

Aquella sensación de gratitud solemne encontró muy pronto un modo justo de expresarse, cuando prometimos recíprocamente hacer todo lo posible para visitar cada año -en aquel día- la localidad solitaria, cerca de Rolandseck, donde en aquella ocasión, hacia el final del verano, sentados pensativamente uno junto al otro, nos habíamos sentido repentinamente inspirados para adoptar una misma decisión. La verdad es que no cumplimos aquella promesa con el suficiente rigor; pero precisamente porque teníamos en la conciencia varios pecados de omisión, decidimos los dos con la mayor firmeza -aquel año de vida estudiantil en Bonn, cuando vivimos a orillas del Rin por un largo periodo de tiempo- obedecer en aquella ocasión no sólo a nuestra ley, sino también a nuestro sentimiento, a nuestro impulso de gratitud, y visitar solemnemente, el día correspondiente, la localidad cercana a Rolandseck.

No fue fácil, ya que precisamente aquel día la numerosa y alegre compañía de estudiantes, que nos impedía volar, nos dio mucho que hacer, y se aferró con todas sus fuerzas a todos los hilos que podían mantenernos abajo. Nuestra compañía había decidido para aquel día una gran excursión solemne a Rolandseck, para cerciorarse una vez más -al final del trimestre estival- de la fidelidad de todos sus miembros, y para enviarlos después a casa con el mejor recuerdo de aquella despedida.

Era uno de esos días perfectos que pueden presentarse, por lo menos en nuestro clima, sólo a finales del verano: cielo y tierra estaban uno junto a la otra, plácidamente fundidos en armonía, maravillosamente mezclados por el calor del sol, por el frescor del otoño y por una infinitud azul. Vestidos del modo más variopinto y fantástico -es decir, de un modo que ya sólo puede divertir a los estudiantes, dada la tristeza de todos los demás trajes-, subimos a un barco de vapor, festivamente engalanado en nuestro honor, y colocamos sobre la cubierta la bandera de nuestra sociedad. De las dos orillas del Rin resonaba de vez en cuando un disparo, que por orden nuestra comunicaba a los habitantes del Rin o, sobre todo, al posadero de Rolandseck, la noticia de que nos aproximábamos. No voy a contar la bulliciosa entrada, que del lugar del desembarco nos condujo a través del pueblo excitado y curioso, ni las diversiones y bromas -no al alcance de todos- que nos permitíamos entre nosotros. Paso por alto el banquete cada vez más agitado, hasta volverse salvaje, y un increíble espectáculo musical, en el que hubieron de participar todos los convidados, ya con ejecuciones de solistas, ya con intervenciones de conjunto, y que yo, como consejero musical de nuestra sociedad, había tenido que estudiar previamente y entonces tuve que dirigir. Durante el final un poco desordenado y cada vez más veloz yo había hecho ya una señal a mi amigo, e, inmediatamente después del acorde final -semejante a un alarido-, ambos salimos y desaparecimos, cerrando tras de nosotros, por decirlo así, un abismo aullante.

De repente, la quietud reparadora y silenciosa de la naturaleza. Las sombras se habían alargado ya un poco, el sol resplandecía inmóvil, pero ya en el ocaso, y de las ondas verduscas y chispeantes del Rin soplaba un fresco hálito sobre nuestros rostros sudorosos. Nuestro solemne aniversario nos comprometía sólo a las horas más avanzadas de aquel día, así que habíamos pensado dedicar los últimos momentos de sol a una de aquellas diversiones de solitarios que estaban entonces a nuestra disposición.

En aquella época sentíamos pasión por el tiro de pistola, y esa habilidad técnica fue muy ventajosa para cada uno de nosotros en nuestra posterior carrera militar. El sirviente de nuestra sociedad conocía nuestro campo de tiro -algo alejado y en posición elevada- y ya había llevado allí arriba nuestras pistolas. Aquel campo se encontraba en el margen superior del bosque que cubre las bajas colinas de detrás de Rolandseck, sobre una pequeña meseta accidentada, y bastante cercano al lugar en que debíamos conmemorar nuestra fundación. Sobre la pendiente boscosa, a un lado de nuestro campo de tiro, había un pequeño claro, que invitaba a sentarse y permitía extender la mirada hacia el Rin, por encima de los árboles y de la vegetación: de ese modo, el horizonte que resaltaba contra el grupo de árboles estaba formado precisamente por las líneas bellas y sinuosas del Siebengebirge y, sobre todo, del Drachenfeld, mientras que el centro de aquel sector circular estaba constituido precisamente por el Rin centelleante, que tenía entre los brazos la isla de Nonnenwörth. Tal era nuestro lugar, consagrado por sueños y proyectos comunes, y allí, en las horas siguientes de la tarde, queríamos retirarnos, o, mejor, debíamos hacerlo, si deseábamos concluir el día con el espíritu de nuestra ley.

A un lado, sobre aquella pequeña meseta accidentada, se erguía a poca distancia el tronco poderoso de una encina, destacándose solitario de la superficie sin árboles ni matas, y de las colinas bajas y onduladas. Sobre aquel tronco habíamos tallado en colaboración -tiempo atrás- un pentagrama, bien visible, que los huracanes y temporales de los últimos años habían marcado todavía más, con lo que ofrecía un excelente blanco para nuestra habilidad de tiradores. Cuando llegamos a nuestro campo de tiro, la tarde ya estaba muy avanzada, y el tronco de nuestra encina extendía una sombra amplia y acabada en punta sobre la meseta inculta y árida. La calma era profunda; los árboles más altos que estaban a nuestros pies nos impedían mirar directamente hacia el Rin. Tanto mayor fue la sacudida producida en aquella soledad por el sonido lacerante -repetido por el eco- de nuestros pistoletazos. Apenas había disparado el segundo proyectil hacia el pentagrama, cuando sentí que me agarraban vigorosamente por un brazo, y al mismo tiempo vi que interrumpían de igual modo a mi amo mientras estaba cargando su arma.

Volviéndome bruscamente, descubrí el rostro irritado de un viejo, y al mismo tiempo sentí que un perro robusto me saltaba a la espalda. Antes de que yo y mi amigo -inmovilizado del mismo modo por otro individuo algo más joven- pudiéramos rehacernos, aunque sólo hubiera sido con una palabra de estupor, resonó la voz del viejo, con tono amenazante y violento. «¡No, no!», nos gritaba, «¡aquí no se hacen duelos! ¡Vosotros menos que nadie tenéis derecho a hacerlo, jóvenes estudiantes! ¡Abajo las pistolas! Calmaos, reconciliaos, daos la mano. ¡Cómo! Vais a ser la sal de la tierra, la inteligencia del futuro, la semilla de nuestras esperanzas, ¿y ni siquiera sabéis liberaros de ese insensato catecismo del honor, ni de sus reglas, dictadas por el derecho del más fuerte? Con esto no quiero inmiscuirme en los asuntos de vuestro corazón, pero todo esto no dice mucho en favor de vuestro cerebro. Vosotros, cuya juventud ha tenido como educadores la lengua y la sabiduría de la Hélade y del Lacio, vosotros, sobre cuyo joven espíritu se han hecho descender precozmente -con una solicitud que no podréis nunca apreciar como se merece- los rayos luminosos de los hombres sabios y nobles de la hermosa antigüedad, ¿vais a tomar como norma de vuestra conducta el código del honor caballeresco, es decir, el código de la insensatez y de la brutalidad? Pero considerad de una vez por todas dicho código como hay que considerarlo, reducidlo a conceptos claros, descubrid su miserable estrechez, y adoptadlo como banco de pruebas, no ya de vuestro corazón, sino de vuestro intelecto. Si este último no lo rechaza ahora mismo, vuestro cerebro no está hecho para trabajar en un campo en el que las condiciones indispensables que se requieren son una enérgica capacidad de juicio que pueda romper con facilidad los lazos del prejuicio, y un intelecto orientado rectamente, que esté en condiciones de separar con claridad lo verdadero de lo falso, aun cuando el elemento distintivo esté profundamente oculto, y no ya, como ocurre ahora, al alcance de la mano. Así, pues, en el caso de que vuestro cerebro no sea apto para todo eso, buscad, queridos amigos, otro modo honorable de andar por el mundo: haceos soldados o bien aprended un oficio y perseverad en él.»

A aquel discurso agrio -aunque cierto- nosotros respondimos excitados, interrumpiéndonos el uno al otro: «En primer lugar, se equivoca usted con respecto al punto esencial, ya que nosotros no estamos aquí, desde luego, para hacer un duelo, sino para practicar el tiro de pistola. En segundo lugar, parece que no sepa usted cómo se desarrolla un duelo: ¿acaso piensa que nosotros podríamos enfrentarnos en esta soledad como dos bandidos de caminos, sin padrinos, sin médicos, etcétera? En tercero y último lugar, cada uno de nosotros tiene su propio punto de vista sobre el problema del due­lo, y no queremos vernos cogidos por sorpresa, ni espantados, por adoctrinamientos como los suyos».

Aquella réplica, poco cortés indudablemente, había causado mala impresión al viejo. En un primer momento, al notar que en realidad no se trataba de un duelo, nos había mirado más amistosamente, pero nuestras rotundas palabras lo enojaron y le hicieron refunfuñar; cuando nos atrevimos a mencionar nuestros puntos de vista, él agarró impetuosamente el brazo de su acompañante, y nos gritó enojado, mientras se alejaba: «¡Hay, que tener pensamientos, y no sólo puntos de vista!». Y el acompañante intervino para exhortarnos: «¡Un poco de respeto, aun cuando un hombre como éste se haya equivocado!».

Durante ese tiempo, mi amigo había vuelto a cargar su arma, y gritando «¡atención!» disparó de nuevo sobre el pentagrama. Aquella repentina detonación a sus espaldas puso furioso al viejo; se volvió otra vez, miró con odio a mi amigo, y bajando la voz dijo al individuo más joven que lo acompañaba: «¿Qué debemos hacer? Estos jóvenes quieren acabar conmigo con sus explosiones».

Y el más joven, volviéndose hacia nosotros, empezó a decir: «Debéis saber, en realidad, que vuestras ruidosas diversiones son en este caso un auténtico atentado contra la filosofía. Observad a este hombre venerable: es capaz incluso de rogaros, para que no disparéis en este lugar. Y cuando un hombre como éste ruega...». «Eso es, se sigue ha­ciendo lo mismo», le interrumpió el viejo, mirándonos severamente.

En el fondo, no sabíamos bien qué pensar de lo que estaba ocurriendo. No éramos claramente conscientes de lo que pudieran tener en común con la filosofía nuestras ruidosas diversiones, y tampoco lográbamos comprender por qué debíamos abandonar nuestro campo de tiro, en función de incomprensibles consideraciones de cortesía. En aquel instante debíamos de tener probablemente un aspecto muy indeciso y malhumorado. El acompañante vio nuestra momentánea perplejidad, y nos explicó la situación. «Nos vemos obligados», dijo, «a esperar aquí durante dos horas, a pocos pasos de vosotros. Tenemos una cita: un amigo importante de este hombre tiene que venir aquí esta tarde; y para ese encuentro hemos escogido un lugar tranquilo en el que existen algunas banquetas, aquí en el bosquecillo. Verdaderamente, no es agradable seguir espantándose con vuestros cercanos ejercicios de tiro. Suponemos que vuestros propios sentimientos os impedirán seguir disparando aquí, una vez aclarado que quien ha escogido esta soledad tranquila y apartada para encontrarse con un amigo es uno de nuestros filósofos más importantes.»

Aquella explicación nos inquietó todavía más. Nos vimos amenazados por un peligro todavía mayor que la simple pérdida de nuestro campo de tiro, y preguntamos precipitadamente: «¿Dónde está ese lugar tranquilo? ¿No será aquí a la izquierda, en el bosquecillo?».

«Exactamente.»

«Pero ese lugar nos pertenece a nosotros dos, esta noche», intervino mi amigo. «Ese lugar debemos ocuparlo nosotros», exclamamos los dos.

En aquel momento nuestra solemne fiesta, decidida desde hacía tiempo, era más importante para nosotros que todos los filósofos del mundo, y la expresión de nuestro sentimiento fue tan vivaz e impetuosa, que quizá nos hiciera parecer un poco ridículos, por aquel deseo nuestro, en sí incomprensible, pero manifestado con tanta insistencia. Por lo menos, nuestros filósofos aguafiestas nos miraron con una sonrisa interrogativa, como si entonces nos tocara hablar a nosotros, para justificarnos. En cambio, guardamos silencio, ya que habríamos hecho cualquier cosa con tal de no traicionarnos.

Y, así, los dos grupos siguieron callados, el uno frente al otro, mientras las copas de los árboles, en una gran extensión, habían adquirido el color rojo del ocaso. El filósofo miraba el sol, el acompañante miraba al filósofo, y nosotros dos nuestro escondite en el bosque, que precisamente aquel día peligraba. Una sensación casi de rabia se apoderó de nosotros. ¿Para qué sirve la filosofía, pensábamos, si nos impide estar apartados y gozar de la amistad en soledad, si nos disuade de llegar a ser filósofos a nosotros mismos? Efectivamente, creíamos que nuestro aniversario era verdaderamente de naturaleza filosófica. En semejante ocasión, deseábamos formular intenciones y planes serios para nuestra existencia posterior; en solitaria meditación, esperábamos encontrar algo que pudiera satisfacer y formar para el futuro la parte más íntima de nuestra alma, como había hecho en el pasado la actividad productiva de los años precedentes de la adolescencia. En eso precisamente debía consistir aquel acto de auténtica consagración. Eso era lo único que habíamos decidido precisamente: estar solos, sentarnos a meditar, como entonces, cinco años antes, cuando nos habíamos concentrado juntos y habíamos llegado a aquella decisión. Debía tratarse de una ceremonia silenciosa, totalmente proyecta­da hacia el recuerdo y el futuro: entre las dos, el presente debía intervenir únicamente como una línea de puntos suspensivos. Y ahora, en nuestro círculo mágico se había introducido un destino adverso, y no sabíamos cómo alejarlo: al contrario, en la extrañeza de toda aquella coincidencia sentíamos algo misteriosamente excitante.

Permanecimos callados por un rato, unos junto a los otros, en grupos hostiles, mientras por encima de nosotros las nubes de la tarde se volvían cada vez más rojas, y la tarde se volvía cada vez más serena y más apacible; escuchábamos en cierto modo la res­piración regular de la naturaleza, mientras ésta, contenta de su obra de arte, concluía una jornada perfecta, su trabajo cotidiano. Y, de repente, en medio de la quietud crepuscular confusos gritos de júbilo, se elevaron violentos y procedentes del Rin. Se oyeron muchas voces en lontananza: debía de tratarse de los estudiantes, nuestros compañeros, que se habían propuesto dar un paseo en barca por el Rin precisamente a aquella hora. Pensamos que debían de haber notado nuestra ausencia, y nosotros mismos echamos a faltar algo. Alcé la pistola, y casi simultáneamente la alzó también mi amigo. El eco respondió a nuestros disparos, y con el eco llegó hasta nosotros desde abajo, como señal de reconocimiento, un alarido muy conocido. Efectivamente, en nuestra sociedad éramos célebres, y al mismo tiempo teníamos mala fama, como tiradores de pistola fanáticos. Sin embargo, en aquel mismo momento sentimos nuestro comportamiento como la más grave descortesía hacia los silenciosos forasteros filosóficos, que hasta entonces habían permanecido quietos, en serena contemplación, y después saltaron a un lado, aterrorizados, ante nuestro doble disparo. Nos acercamos rápidamente a ellos, exclamando a nuestra vez: «Perdonadnos. Estos disparos han sido los últimos: hemos disparado para avisar a nuestros compañeros que están en el Rin. Y ellos han comprendido. ¿Los oís? Si queréis a toda costa quedaros en ese lugar tranquilo, a la izquierda, en el bosquecillo, permitidnos al menos que también nosotros nos sentemos allí. Existen varias banquetas. No os estorbaremos: estaremos sentados tranquilos y callados. Pero, ya son más de las siete, y ahora debemos bajar allí».

«Todo esto parece más misterioso de lo que es», añadí después de una pausa; «existe entre nosotros una seria promesa de pasar allí abajo las próximas horas: también tenemos razones poderosas para hacerlo. Ese lugar es sagrado para nosotros a causa de un bello recuerdo, y, por eso, está destinado a inaugurar también un bello futuro para nosotros. Así, pues, también por eso, nos esforzaremos para no dejaros un mal recuerdo, después de haberos espantado y molestado tantas veces.»

El filósofo siguió callado; pero el compañero más joven dijo: «Desgraciadamente nuestras promesas y nuestros acuerdos nos comprometen de igual modo, para el mismo lugar y para las mismas horas. La responsabilidad de esta coincidencia podemos atribuirla a algún destino o a algún geniecillo».

«Por lo demás, amigo mío», dijo el filósofo calmado, «ahora estoy contento, más que antes, de nuestros jóvenes tiradores de pistola. tesas notado qué tranquilos estaban hace un momento, cuando mirábamos el sol? No hablaban, no fumaban, estaban quietos: casi creo que meditaban.»

Y volviéndose bruscamente hacia nosotros: «¿Habéis meditado? Contádmelo, mientras caminamos juntos hacia nuestro común lugar de quietud». Entonces dimos algunos pasos juntos, y trepamos por un lado en la atmósfera caliente y húmeda del bosque, que ya estaba bastante obscuro. Mientras caminábamos, mi amigo expuso francamente sus pensamientos al filósofo, diciéndole que había temido por primera vez, aquel día, que un filósofo le impidiera filosofar.

El viejo se echó a reír. «¡Cómo! ¿Teméis que el filósofo os impida filosofar? Algo así puede ocurrir: ¿no lo habéis experimentado? ¿No habéis tenido alguna experiencia así en vuestra universidad? Pero, ¿no escucháis las lecciones de filosofía?»

La pregunta era embarazosa para nosotros, porque no se había tratado de eso en absoluto: Por lo demás, en aquella época todavía creíamos inocentemente que quien tenga en una universidad el cargo y la dignidad de filósofo debe ser también. un filósofo: precisamente carecíamos de experiencia y estábamos mal informados. Declaramos lealmente que no habíamos seguido ningún curso de filosofía, pero que desde luego corregiríamos nuestra negligencia.

«Pero, ¿qué entendéis», preguntó, «por filosofar?»

Y yo dije: «Con respecto a la definición, estamos en un aprieto. No obstante, por lo que creemos comprender, a nosotros nos basta con esforzarnos seriamente para reflexionar sobre la mejor manera de poder llegar a ser hombres cultos». «Eso es mucho, pero también poco», murmuró el filósofo: «¡lo esencial es que meditéis bien sobre todo eso! Aquí están nuestras banquetas: vamos a estar muy lejos unos de otros. Desde luego, no quiero estorbar vuestras meditaciones sobre el modo de llegar a ser hombres cultos. Os deseo buena suerte, y... puntos de vista, como sobre el problema del duelo, o sea, puntos de vista correctos, originales, cultos, nuevos. El filósofo no quiere impediros filosofar, con tal de que no lo espantéis con vuestras pistolas. Por hoy imitad sólo a los jóvenes pitagóricos; tenían que guardar silencio durante cinco años, como discípulos de una auténtica filosofía, y vosotros quizá lo consigáis durante cinco cuartos de hora, al servicio de vuestra propia cultura futura, de la que os preocupáis con tanta premura.»



Habíamos llegado a nuestra meta: se inició nuestro aniversario. Una vez más, como cinco años antes, el Rin se deslizaba entre suaves brumas, una vez más el cielo resplandecía, el bosque estaba perfumado. El ángulo más apartado de una banqueta alejada nos amparó: allí nos sentamos casi escondiéndonos, para que ni el filósofo ni su acompañante pudieran vernos el rostro. Estábamos solos; la voz del filósofo, cuando llegaba apagada hasta nosotros, ya se había transformado en una música natural, a través del movimiento apenas perceptible del follaje, a través del murmullo y el susurro de mil existencias hormigueantes arriba, en lo alto del bosque. Aquella voz actuaba como un sonido, era semejante a un lejano y monótono lamento. Verdaderamente, no había nada que nos molestara.

Pasó así un tiempo, durante el cual el ocaso se oscurecía cada vez más y el recuerdo de nuestra juvenil empresa cultural se presentaba cada vez más claro ante nosotros. Así, pues, pensamos que debíamos la mayor gratitud a nuestra extraña asociación: había sido, no sólo un complemento -por decirlo así- de nuestros estudios de bachillerato, sino también la auténtica sociedad rica en frutos, en cuyo marco habíamos introducido también nuestro instituto, considerado como un medio particular para nuestra aspiración universal hacia la cultura.

Éramos conscientes de no haber pensado en la llamada profesión, gracias a nuestra sociedad. La explotación casi sistemática de esos años por parte del Estado, que quiere formar lo antes posible a empleados útiles, y asegurarse de su docilidad incondicional, con exámenes sobremanera duros, todo esto había permanecido alejado mil millas de nuestra formación. Y el hecho de que ninguno de los dos supiéramos todavía con precisión lo que seríamos y de que ni siquiera nos preocupáramos lo más mínimo de ese problema demostraba lo poco que habíamos estado determinados por instinto utilitario alguno, por intención alguna de obtener rápidos avances y de recorrer una veloz carrera. Nuestra asociación había alimentado semejante despreocupación dichosa: en el aniversario de aquélla nos sentíamos agradecidos de todo corazón a dicha despreocupación. Ya he dicho una vez que semejante goce del instante, sin objetivo alguno, semejante balanceo en la mecedora del instante debe parecer casi increíble -y, en cualquier casó, censurable nuestra época, hostil a todo lo que es inútil. ¡Qué inútiles éramos! Cada uno de nosotros habría podido disputar al otro el honor de ser el más inútil. No queríamos significar nada, representar nada, tender hacia nada, queríamos carecer de porvenir, lo único que queríamos era no ser útiles para nada, cómodamente tendidos en el umbral del presente: ¡y realmente éramos todo eso, bueno para nosotros!

Efectivamente, así pensábamos entonces, ilustres oyentes.

Inmerso en aquellas solemnes meditaciones sobre mí mismo, estaba a punto de abordar -con la misma actitud jactanciosa- también el problema relativo al porvenir de nuestras escuelas, cuando comencé lentamente a advertir que aquella música natural, que resonaba desde la lejana banqueta del filósofo, había perdido su carácter anterior, llegaba hasta nosotros bastante más penetrante y articulada. De improviso, tuve la conciencia de que estaba escuchando a hurtadillas: estaba escuchando con pasión, con los oídos aguzados. Toqué a mi amigo -quizás algo cansado- y le susurré: «¡No te duermas! Para nosotros, ahí arriba hay algo que aprender. Es válido para nosotros, aunque no vaya dirigido a nosotros».

Efectivamente, oía al joven acompañante defenderse con cierta agitación y al filósofo, en cambio, atacarlo con un timbre de voz cada vez más fuerte. «No has cambiado», le apostrofaba, «desgraciadamente no has cambiado. Me parece increíble que seas todavía el mismo de hace siete años, cuando te vi por última vez, y me despedí de ti con escasas esperanzas. Desgraciadamente debo quitarte nuevamente -desde luego, no con placer- ese barniz de cultura moderna con que te has cubierto en este tiempo. Y debajo, ¿qué encuentro? Indudablemente, el mismo e inmutable carácter “inteligible”, como lo entiende Kant, pero desgraciadamente también un carácter intelectual inalterado: verosímilmente, también éste es una necesidad, pero una necesidad poco consoladora. Me pregunto con qué fin he vivido como filósofo, si años enteros, vividos por ti en intimidad conmigo, no han dejado, sin embargo, impresiones más claras, a pesar de tu deseo real de aprender y de tu inteligencia no obtusa. Hoy te comportas como alguien que no haya oído nunca, en relación con cualquier clase de cultura, el principio cardinal, al que me referí tantas veces, en la época de nuestra antigua intimidad. Pues bien, ¿cuál era el principio?»

«Lo recuerdo», respondió el discípulo reconvenido. «Solía usted decir que ningún hombre tendría inclinación por la cultura, si supiera lo increíblemente pequeño que es, en definitiva, el número de las personas que poseen una auténtica cultura, y que tiene por fuerza que ser así. A pesar de ello, no será posible ni siquiera ese pequeño número de personas verdaderamente cultas, si no se dedica a la cultura una gran masa, decidida a ello exclusivamente por un engaño seductor, y en el fondo impulsada a ello contra su propia naturaleza. En consecuencia, no hay que revelar nada públicamente con respecto a esa desproporción ridícula entre el número de las personas verdaderamente cultas y el enorme aparato de la cultura. El verdadero secreto de la cultura debe encontrarse en eso, en el hecho de que innumerables hombres aspiran a la cultura y trabajan con vistas a la cultura, aparentemente para sí, pero en realidad sólo para hacer posibles a algunos pocos individuos.»

«Ése es el principio», dijo el filósofo, «y, sin embargo, ¿has podido olvidar su auténtico significado hasta el punto de creer ser tú mismo uno de esos pocos? Has pensado en eso, ya lo veo. Por lo demás, eso forma parte de las características despreciables de nuestra época, que pretende poseer la cultura. Se democratizan los derechos del genio, para eludir el trabajo cultural propio y la miseria cultural propia. Cuando es posible, todos prefieren sentarse a la sombra del árbol que ha plantado el genio. Quisieran substraerse a la dura necesidad de trabajar para el genio, con el fin de hacer posible su aparición. ¡Cómo! ¿Eres demasiado orgulloso como para querer ser un profesor? ¿Desprecias a la multitud de los que se agolpan, deseosos de aprender? ¿Hablas con desprecio de la misión del profesor? ¿Y te gustaría entonces, alejándote hostilmente de esa multitud, llevar una vida solitaria, imitándome a mí y mi modo de vivir? ¿Crees que puedes alcanzar sin más, de un solo salto, lo que yo he conseguido conquistar, después de una larga lucha obstinada, dirigida hacia la exclusiva meta de vivir como filósofo? ¿Y no temes que la soledad se vengue contra ti? ¡Prueba, entonces, a ser un solitario de la cultura! Cuando se quiere vivir con las propias fuerzas exclusivamente, y se quiere vivir para todos los demás, ¡hay que poseer una riqueza sobreabundante! ¡Curiosos discípulos! Creéis que debéis siempre imitar precisamente la cosa más difícil y más elevada, aquélla precisamente que sólo ha sido posible para el maestro, cuando, en realidad, vosotros precisamente deberíais saber lo difícil y peligroso que es, y que muchos talentos de primer orden pueden resultar destruidos por eso.»


«No quiero ocultarle nada, maestro», dijo entonces el acompañante. «He aprendido demasiadas cosas de usted, y he estado junto a usted demasiado tiempo, como para poder dedicarme totalmente a los problemas actuales de la cultura y de la educación. Siento con demasiada claridad esos errores y esos inconvenientes insalvables que usted solía señalar, y, sin embargo, me esfuerzo en vano por encontrar en mí la fuerza con que podría tener éxito, luchando con más coraje. Se ha apoderado de mí un desaliento general: la huida a la soledad no ha sido cosa de orgullo ni de presunción. Me agrada describirle las características que he descubierto en los problemas de la cultura y de la educación, hoy discutidos tan vivaz e insistentemente. En el momento actual, nuestras escuelas están dominadas por dos corrientes aparentemente contrarias, pero de acción igualmente destructiva, y cuyos resultados confluyen, en definitiva: por un lado, la tendencia a ampliar y a difundir lo más posible la cultura, y, por otro lado, la tendencia a restringir y a debilitar la misma cultura. Por diversas razones, la cultura debe extenderse al círculo más amplio posible: eso es lo que exige la primera tendencia. En cambio, la segunda exige a la propia cultura que abandone sus pretensiones más altas, más nobles y más sublimes, y se ponga al servicio de otra forma de vida cualquiera, por ejemplo, del Estado.

»Creo haber notado de dónde procede con mayor claridad la exhortación a extender y a difundir lo más posible la cultura. Esa extensión va contenida en los dogmas preferidos de la economía política de esta época nuestra. Conocimiento y cultura en la mayor cantidad posible -producción y necesidades en la mayor cantidad posible-, felicidad en la mayor cantidad posible: ésa es la fórmula poco más o menos. En este caso vemos que el objetivo último de la cultura es la utilidad, o, más concretamente, la ganancia, un beneficio en dinero que sea el mayor posible. Tomando como base esta tendencia, habría que definir la cultura como la habilidad con que se mantiene uno “a la altura de nuestro tiempo”, con que se conocen todos los caminos que permitan enriquecerse del modo más fácil, con que se dominan todos los medios útiles al comercio entre hombres y entre pueblos. Por eso, el auténtico problema de la cultura consistiría en educar a cuantos más hombres “corrientes” posibles, en el sentido en que se llama “corriente” a una moneda. Cuantos más numerosos sean dichos hombres corrientes, tanto más feliz será un pueblo. Y el fin de las escuelas modernas deberá ser precisamente ése: hacer progresar a cada individuo en la medida en que su naturaleza le permite llegar a ser “corriente”, desarrollar a todos los individuos de tal modo, que a partir de su cantidad de conocimiento y de saber obtengan la mayor cantidad posible de felicidad y de ganancia. Todo el mundo deberá estar en condiciones de valorarse con precisión a sí mismo, deberá saber cuánto puede pretender de la vida. La “alianza” entre inteligencia y posesión, apoyada en esas ideas, se presenta incluso como una exigencia moral. Según esta perspectiva, está mal vista una cultura que produzca solitarios, que coloque sus fines más allá del dinero y de la ganancia, que consuma mucho tiempo. A las tendencias culturales de esa naturaleza se las suele descartar y clasificar como “egoísmo selecto”, “epicureismo inmoral de la cultura”. A partir de la moral aquí triunfante, se necesita indudablemente algo opuesto, es decir, una cultura rápida, que capacite a los individuos deprisa para ganar dinero, y, aun así, suficientemente fundamentada para que puedan llegar a ser individuos que ganen muchísimo dinero. Se concede cultura al hombre sólo en la medida en que interesa la ganancia; sin embargo, por otro lado se le exige que llegue a esa medida. En resumen, la humanidad tiene necesariamente un derecho a la felicidad terrenal: para eso es necesaria la cultura, ¡pero sólo para eso!» «En este punto quiero añadir algo», dijo el filósofo. «A partir de esa perspectiva -caracterizada de una forma que no carece de claridad- surge el grande, incluso enorme, peligro de que en un momento determinado la gran masa salte el escalón intermedio y se arroje directamente sobre esa felicidad terrenal. Eso es lo que hoy se llama “problema social”. Efectivamente, podría parecer a esa masa, a partir de lo que hemos dicho, que la cultura concedida a la mayor parte de los hombres sólo es un medio para la felicidad terrenal de unos pocos: la “cultura cuanto más universal posible” debilita la cultura hasta tal punto, que se llega a no poder conceder ningún privilegio ni garantizar ningún respeto. La cultura común a todos es precisamente la barbarie. Pero no quiero interrumpir tu exposición.»

El acompañante continuó: «Para esa extensión y esa difusión de la cultura, fomentadas con tanto ímpetu por doquier, existen otros motivos, independientemente de ese dogma, tan popular, de la economía política. En algunos países, el miedo a una opresión religiosa está tan arraigado, que todas las clases sociales se aproximan con deseo vehemente a la cultura, y asimilan precisamente aquellos elementos suyos que habitualmente anulan los instintos religiosos. Por otro lado, a veces ocurre que un Estado, con el fin de asegurar su existencia, procura extender lo más posible la cultura, ya que sabe que todavía es lo bastante fuerte para poder someter bajo su yugo incluso a una cultura desencadenada del modo más violento, y ve confirmado eso en el hecho de que, en definitiva, la cultura más extensa de sus empleados o de sus ejércitos acaba siempre en ventaja para el propio Estado, en su competencia con los otros Estados. En este caso, los cimientos de un Estado deben ser tan amplios y sólidos como para poder sostener la complicada bóveda de la cultura, del mismo modo que, en el primer caso, los vestigios de una opresión religiosa anterior deben ser todavía bastante perceptibles como para hacer recurrir a un remedio tan desesperado. Por consiguiente, cuando el grito de guerra de la masa exige la cultura más amplia posible para el pueblo, yo suelo distinguir si lo que ha provocado dicho grito de guerra ha sido una tendencia exagerada a la ganancia y a la posesión, o bien el estigma dejado por una opresión religiosa anterior o bien, por último, la clara conciencia que un Estado tiene de su propio valor.

»En cambio, me ha parecido que por muchos lados se entona otra canción -desde luego no con tanta sonoridad, pero por lo menos con el mismo énfasis-, a saber, la de la reducción de la cultura.

»En todos los ambientes eruditos, habitualmente se susurra al oído, en cierto modo, esa canción. En realidad, se trata de un hecho general: con la utilización -ahora perseguida- por parte del estudioso de su ciencia, la cultura de dicho estudioso se volverá cada vez más casual y más inverosímil. Efectivamente, el estudio de las ciencias está extendido tan ampliamente, que quien quiera todavía producir algo en ese campo, y posea y tenga buenas dotes, aunque no sean excepcionales, deberá dedicarse a una rama completamente especializada y permanecer, en cambio, indiferente a todas las demás. De ese modo, aunque éste sea en su especialidad superior al vulgus, en todo el resto, o sea, en todos los problemas esenciales, no se separará de él. Así, pues, dicho estudioso, exclusivamente especialista, es semejante al obrero de una fábrica, que durante toda su vida no hace otra cosa que determinado tornillo y determinado mango, para determinado utensilio o para determinada máquina, en lo que indudablemente llegará a tener increíble maestría. En Alemania, donde se sabe cubrir incluso estos hechos dolorosos con el glorioso manto del pensamiento, se admira mucho en nuestros estudiosos esa limitada moderación de los especialistas y su desviación cada vez más acentuada de la auténtica cultura, y se considera todo eso como un fenómeno ético. La “fidelidad en los detalles”, la “fidelidad del recadero” se convierten en temas de ostentación, y la falta de cultura, fuera del campo de especialización, se exhibe como señal de sobriedad.

»Durante siglos y siglos, entender por hombre de cultura al estudioso, y sólo al estudioso, se ha considerado sencillamente como algo evidente. Partiendo de la experiencia de nuestra época, difícilmente nos sentiremos impulsados hacia una aproximación tan ingenua. Efectivamente, hoy la explotación de un hombre a favor de las ciencias es el presupuesto aceptado por doquier sin vacilaciones. ¿Quién se pregunta todavía qué valor puede tener una ciencia, que devora como un vampiro a sus criaturas? La división del trabajo en las ciencias tiende prácticamente hacia el mismo objetivo, al que aspiran aquí y allá conscientemente las religiones, es decir, a una reducción de la cultura, o, mejor, a su aniquilación. Pero eso que para algunas religiones, con arreglo a su origen y a su historia, es una exigencia totalmente justificada, podría, en cambio, conducir a la ciencia a arrojarse en un momento determinado a las llamas. Ahora hemos llegado ya hasta el extremo de que en todas las cuestiones generales de naturaleza seria -y, sobre todo, en los máximos problemas filosóficos- el hombre de ciencia, como tal, ya no puede tomar la palabra. En cambio, ese viscoso tejido conjuntivo que se ha introducido hoy entre las ciencias, es decir, el periodismo, cree que ese objetivo es de su competencia, y lo cumple con arreglo a su naturaleza, o sea -como su nombre indica- tratándolo como un trabajo a jornal.

»Efectivamente, en el periodismo confluyen las dos tendencias: en él se dan la mano la extensión de la cultura y la reducción de la cultura. El periódico se presenta incluso en lugar de la cultura, y quien abrigue todavía pretensiones culturales, aunque sea como estudioso, se apoya habitualmente en ese viscoso tejido conjuntivo, que establece las articulaciones entre todas las formas de la vida, todas las clases, todas las artes, todas las ciencias, y que es sólido y resistente como suele serlo precisamente el papel de periódico. En el periódico culmina la auténtica corriente cultural de nuestra época, del mismo modo que el periodista -esclavo del momento presente- ha llegado a substituir al gran genio, el guía para todas las épocas, el que libera del presente. Ahora dígame usted, maestro, qué esperanzas podía abrigar, en una lucha contra el desbarajuste -que se da por doquier- de todas las auténticas aspiraciones, dígame usted con qué coraje podía presentarme, como profesor aislado, aun sabiendo que, apenas se arrojara una simiente de cultura auténtica, pasaría por encima de ella inmediata y despiadadamente la apisonadora de esa pseudocultura. Piense en lo inútil que debe resultar hoy el trabajo más asiduo de un profesor, que por ejemplo desee conducir a un escolar hasta el mundo griego -difícil de alcanzar e infinitamente lejano- por considerarlo como la auténtica patria de la cultura: todo eso será verdaderamente inútil, cuando el mismo escolar una hora después coja un periódico o una novela de moda, o uno de esos libros cultos cuyo estilo lleva ya en sí el desagradable blasón de la barbarie cultural actual».

«¡Deténte de una vez!», le interrumpió en aquel punto el filósofo, con voz fuerte y lastimera. «Ahora te comprendo mejor, y antes no debería haberte dicho cosas tan duras. Tienes razón en todo, menos en tu desánimo. Ahora voy a decirte algo para consolarte.»



3

"Verdad y mentira en sentido extramoral"

si pudiéramos comunicarnos con la mosca, llegaríamos a saber que también ella navega por el aire poseída de ese mismo pathos, y se siente el centro volante de este mundo. Nada hay en la naturaleza, por despreciable e insignificante que sea, que, al más pequeño soplo de aquel poder del conocimiento, no se infle inmediatamente como un odre; y del mismo modo que cualquier mozo de cuerda quiere tener su admirador, el más soberbio de los hombres, el filósofo, está completamente convencido de que, desde todas partes, los ojos del universo tienen telescópicamente puesta su mirada en sus obras y pensamientos.

...

En un estado natural de las cosas, el individuo, en la medida en que se quiere mantener frente a los demás individuos, utiliza el intelecto y la mayor parte de las veces solamente para fingir, pero, puesto que el hombre, tanto por la necesidad como por hastío, desea existir en sociedad y gregariamente, precisa de un tratado de paz y, de acuerdo con este, procura que, al menos, desaparezca de su mundo el más grande bellum omnium contra omnes. Este tratado de paz conlleva algo que promete ser el primer paso para la consecución de ese misterioso impulso hacia la verdad.

...

El mentiroso utiliza las designaciones válidas, las palabras, para hacer aparecer lo irreal como real; dice, por ejemplo, “soy rico” cuando la designación correcta para su estado sería justamente “pobre”. Abusa de las convenciones consolidadas haciendo cambios discrecionales, cuando no invirtiendo los nombres. Si hace esto de manera interesada y que además ocasione perjuicios, la sociedad no confiará ya más en él y, por este motivo, lo expulsará de su seno.

...

El hombre nada más que desea la verdad en un sentido análogamente limitado: ansía las consecuencias agradables de la verdad, aquellas que mantienen la vida; es indiferente al conocimiento puro y sin consecuencias e incluso hostil frente a las verdades susceptibles de efectos perjudiciales o destructivos. Y, además, ¿qué sucede con esas convenciones del lenguaje? ¿Son quizá productos del conocimiento, del sentido de la verdad? ¿Concuerdan las designaciones y las cosas? ¿Es el lenguaje la expresión adecuada de todas las realidades?

Solamente mediante el olvido puede el hombre alguna vez llegar a imaginarse que está en posesión de una “verdad” en el grado que se acaba de señalar. Si no se contenta con la verdad en forma de tautología, es decir, con conchas vacías, entonces trocará continuamente ilusiones por verdades. ¿Qué es una palabra? La reproducción en sonidos de un impulso nervioso. Pero inferir además a partir del impulso nervioso la existencia de una causa fuera de nosotros, es ya el resultado de un uso falso e injustificado del principio de razón.

...

La “cosa en sí” (esto sería justamente la verdad pura, sin consecuencias) es totalmente inalcanzable y no es deseable en absoluto para el creador del lenguaje. Éste se limita a designar las relaciones de las cosas con respecto a los hombres y para expresarlas apela a las metáforas más audaces. ¡En primer lugar, un impulso nervioso extrapolado en una imagen! Primera metáfora. ¡La imagen transformada de nuevo en un sonido! Segunda metáfora.

...

el origen del lenguaje no sigue un proceso lógico, y todo el material sobre el que, y a partir del cual, trabaja y construye el hombre de la verdad, el investigador, el filósofo, procede, si no de las nubes, en ningún caso de la esencia de las cosas.

Pero pensemos especialmente en la formación de los conceptos. Toda palabra se convierte de manera inmediata en concepto en tanto que justamente no ha de servir para la experiencia singular y completamente individualizada a la que debe su origen, por ejemplo, como recuerdo, sino que debe encajar al mismo tiempo con innumerables experiencias, por así decirlo, más o menos similares, jamás idénticas estrictamente hablando; en suma, con casos puramente diferentes. Todo concepto se forma por equiparación de casos no iguales.

...

¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas, sino como metal.

...

Todo lo que eleva al hombre por encima del animal depende de esa capacidad de volatilizar las metáforas intuitivas en un esquema; en suma, de la capacidad de disolver una figura en un concepto. En el ámbito de esos esquemas es posible algo que jamás podría conseguirse bajo las primitivas impresiones intuitivas: construir un orden piramidal por castas y grados; instituir un mundo nuevo de leyes, privilegios, subordinaciones y delimitaciones, que ahora se contrapone al otro mundo de las primitivas impresiones intuitivas como lo más firme, lo más general, lo mejor conocido y lo más humano y, por tanto, como una instancia reguladora e imperativa.

...

Toda la regularidad de las órbitas de los astros y de los procesos químicos, regularidad que tanto respeto nos infunde, coincide en el fondo con aquellas propiedades que nosotros introducimos en las cosas, de modo que, con esto, nos infundimos respeto a nosotros mismos. En efecto, de aquí resulta que esta producción artística de metáforas con la que comienza en nosotros toda percepción, supone ya esas formas y, por tanto, se realizará en ellas; sólo por la sólida persistencia de esas formas primigenias resulta posible explicar el que más tarde haya podido construirse sobre las metáforas mismas el edificio de los conceptos. Este edificio es, efectivamente, una imitación, sobre la base de las metáforas, de las relaciones de espacio, tiempo y número.

...

Como hemos visto, en la construcción de los conceptos trabaja originariamente el lenguaje; más tarde la ciencia. Así como la abeja construye las celdas y, simultáneamente, las rellena de miel, del mismo modo la ciencia trabaja inconteniblemente en ese gran columbarium de los conceptos, necrópolis de las intuiciones; construye sin cesar nuevas y más elevadas plantas, apuntala, limpia y renueva las celdas viejas y, sobre todo, se esfuerza en llenar ese colosal andamiaje que desmesuradamente ha apilado y en ordenar dentro de él todo el mundo empírico, es decir, el mundo antropomórfico. Si ya el hombre de acción ata su vida a la razón y a los conceptos para no verse arrastrado y no perderse a sí mismo, el investigador construye su choza junto a la torre de la ciencia para que pueda servirle de ayuda y encontrar él mismo protección bajo ese baluarte ya existente. De hecho necesita protección, puesto que existen fuerzas terribles que constantemente le amenazan y que oponen a la verdad científica “verdades” de un tipo completamente diferente con las más diversas etiquetas.

...

Hay períodos en los que el hombre racional y el hombre intuitivo caminan juntos; el uno angustiado ante la intuición, el otro mofándose de la abstracción; es tan irracional el último como poco artístico el primero. Ambos ansían dominar la vida: éste sabiendo afrontar las necesidades más imperiosas mediante previsión, prudencia y regularidad; aquél sin ver, como “héroe desbordante de alegría”, esas necesidades y tomando como real solamente la vida disfrazada de apariencia y belleza.

Caos Mental

"Sentir en la cabeza el movimiento caótico del fluido de las ideas. Pequeñas partículas de pensamiento que se mueven de forma desordenada, se encuentran azarosamente y acaban creando pequeños remolinos aperiódicos, que tal como nacen se deshacen, dejando su impronta en algún lugar vacío del cerebro.

Nuevas ideas fluyen, nunca paran. Miles de estímulos atraviesan, al segundo, los filtros externos, se transforman en nuevos estímulos, viajan por el interior del cerebro, se desbocan, aguardan… ¡CAOS!. En momentos de locura aparecen, cuando la bestia, soltando sus cadenas, se deja arrastrar por el flujo caótico del que se alimenta. Es el momento del orgasmo. Cuando todo se siente, cuando nada se percibe, cuando la corriente desemboca, por fin, en turbulencia, independiente de las condiciones inciales y de contorno del sistema, esas espirales caóticas perfectas.

Y sí, hay un punto que su velocidad, probablemente, estudiada a través de las matemáticas, se percibe igual que en estos “lúcidos” y febriles momento de enajenación mental. No me preguntes como, yo aun no logro comprenderlo del todo…"

...

http://caosmental.wordpress.com/

Endogamia

"SANTIAGO.- Un sujeto de 19 años fue dejado en prisión preventiva luego que confesara haber violado a su madre de 40 años.

El hecho tuvo lugar cuando Augusto, arribó a su hogar del sector Puta M, en estado de ebriedad y bajo los efectos de las drogas.

Tras consumar el delito, el sujeto permaneció en el entretecho del hogar, hasta ser encontrado por su padre con un palo de escoba.

En ese momento, ambos comenzaron una gresca que terminó en los cortes."

emol miente

Alegría terrena

VIDA TERRENA

Se mira despectivamente a los gusanos y a las hormigas porque esconden sus vidas bajo tierra. Subimos entonces una montaña buscando los seres celestes y gozamos de un inmenso placer en ellas, algo cercano a la dicha y a la libertdad, una alegría desbordante que nos comunica con lo trascendente; a veces, sin embargo, un venenoso espíritu nos conduce a mirar con desprecio los fondos de la llanura, a la que, sin embargo, debemos volver.

¿Por qué tal desencanto con la tierra? Se nos olvida que tambièn somos un animal! Por la tierra pisamos el suelo y miramos hacia ARRIBA; es ella la que nos acoge y nos atrae a su centro, la que envuelve las raíces de los árboles y todo lo que crece; transforma la mierda en abono y los gusanos cavan los orificios por donde penetran las raíces. ¿Por qué tratarla de grosera?

Las respuestas a dichas pre3guntas pueden encontrarse en los siguientes puntos: necesitamos mirar el cielo y acercarnos a él; necesitamos salir de la cotidianeidad limitada y de las habladurìas de comadreja que contaminan la conciencia; hemos llegado incluso a un nivel de avaricia y malformación social intolerables; sin embargo, dormimos cómodos en nuestras casas -por el proceso de producciòn industrial, sin remordimientos de conciencia y sin historia ni futuro- matando y contaminando inconscientemente lo que es preciso contaminar y explotar para obtener confort. Mientras más despreocupado y desmedido nuestro placer, más compulsivo y mortífero el veneno de nuestros vicios.

La tierra es vista como "propiedad"; ahora bien, esto es solo una manifestacion del espiritu que la explota, pues sin explotacion, la tierra seguramente sería otra cosa muy distinta a una propiedad. Si las cosas cobran unicamente valor por su utilidad mercantil, estamos muy mal, enfermos de megalomanía intelectual y prendidos por una incontinencia cronica. Es una ley fundamental de la vida rechazar lo que le altera, por lo cual, la tierra -y todo lo que vive en ella- nos debe rechazo. Sin embargo, sigue ahí, inalterable, acogiendonos todavía.

Por el derecho irrenunciable a la intimidad (de un espacio privado) no se tiene por qué renunciar a una conciencia ecológica. La propiedad privada es también parte de la ecología - el agujero del topo, el nido del ave, etc.-. Ahora bien, si un animal, en épocas de sequíua, prohibe a los demás animales acceder a la orilla del río, por un principio ecológico, debe ser combatida su avaricia, pues un elemento esencial de la ecologia, tambien, es la propiedad comun. Montañas y lugares solitarios hay en todas partes para los que quieran vivir de manera aislada. El que quiera privacidad absoluta, que se exilie a las montañas, al hielo de los polos o al calor de un volcán. Donde nadie más quiera ir, ahí debe ir el solitario.

Mientras más grande el ideal, más cruda y terrible la inconsciencia de los que duermen; nos dejamos seducir demasiado facil por la ignorancia y por alegrías pasajeras; a veces, premeditamente y con cierta maldad, otras por costumbre e ignorancia, pero la mayor de las veces por pereza y debilidad. Podemos hacer muchas cosas para producir estados de armonìa pero tambien podemos destruirla facilmente, justificados unicamente en el egoísmo y en su derecho inalienable al placer.

Sabemos resolver ecuaciones de muchos grados; sabemos también que el placer puede restringirse, e incluso, ser compartido (eso es un factum y no un ideal); además, solidarizamos con el prójimo sin buscar una utilidad manifiesta (eso también es un factum que los utilitaristas rehúyen con torpeza). La utilidad confiere un valor solo ficticio a las cosas, no un valor real. Y si la ficción consiste en seguir los dictamenes del ego, los dictamenes del ego siempre serán externos, y en tanto tal, diversos, contradictorios, caóticos. Es por esta razón que para alcanzar la felicidad más perfecta tenemos que preguntarnos sobre cuál es la forma más sensata y recta de obrar (la rectitud moral y la sensatez vital son las dos caras de una misma moneda, que separadas artificiosamente -por una razón silogística y puestas sobre una balanza-, permiten equilibrar las antagonías vitales sin caer en absolutismos ni en formas absurdas).

En el camino a la verdad más perfecta, el placer de la generosidad es solo un añadido; el comportamiento solidario opera más bien por una necesidad de conformidad ética y por una humilde actitud de gratuidad cuando es espontanea y sincera. ¿Habrá entonces en el planeta especie tan generosa y poderosa como nosotros, capaz de entregar sus bienes desinteresadamente y de sacrificar su vida por los demás? habrá alguna siquiera capaz de inventarse una ètica para el resguardo del bien planetario? Gozamos de una seguridad incomparable. El ocio que se deriva de esta seguridad y de ciertos excedentes, permite el ejercicio de acciones que se realizan porque sí, tal es el caso de la contemplación desinteresada, los juegos (más allá del valor de competencia que se le pueda añadir) y el placer mismo. Es deslumbrante todo lo que se ha hecho, pero conviene no ser tan ingenuo y ver también que la mayoría no actúa responsablemente, conforme a este privilegio; en cambio, se olvida la mayoría, muy fácilmente, que el ocio se debe a un comportamiento ecológico, en el que es preciso el esfuerzo y el respeto. Sin esfuerzo no hay producción de excedentes para el ejercicio del ocio, y sin respeto, no es posible conservar los recursos en el tiempo ni tampoco, un uso comedido de ellos, que no altere entonces los vínculos sociales que los disputan. En cambio, bien digo, actuamos irresponsable e inconscientemente, haciendo uso del ocio únicamente en su faceta placentera, y nos convencemos que para el ejercicio de la contemplación, es necesario únicamente el placer de los excedentes, es decir, el poder explotador.

El poder tiene en nuestra evolución esa posibilidad: la capacidad de destruir y la capacidad de crear; podemos sobrevivir de mil maneras: comiendo fibra vegetal, tubèrculos, semillas o una ballena -seguramente en las islas Faroe tienen menos opciones sobre este respecto, pero ello no justifica las matanzas crueles y desmedidas. Por analogía, un león difícilmente podrá elegir entre comerse una gacela y comer pastito. Quizàs el leon llega a preguntarse si es posible dejar de salivar cuando ve un tierno y descuidado servatillo, pero -hasta que la experiencia no nos demuestre lo contrario- es cierto que el leòn no puede dejar de calavarle las garras y los colmillos para procurarse alimento.

El ser humano tiene la capacidad de elegir más que los animales; en ello consiste su evolución racional: le es permitido pensar más allá del pensar, utilizar más allá de la utilidad y sentir más allá del sentir. Siempre que haya una paradoja, será posible atribuir una trascendencia a la elección. El ser humano, puede entonces atrapar a todas las gacelas para transformarlas en alimento, pero puede tambien respetarlas, comerlas en la justa medida, o conseguirse otro alimento con el que tenga menos reparos morales. Hay algo de altruismo en ello, sin duda. Ahora bien, muy por el contrario, el magnate dueño de la industrializacion alimenticia, se comporta como un salvaje cuando mata indiscriminadamente a estos siervos -y nosotros, los consumidores, somos sus rapaces complices-. Es una forma retrógrada que nos une a las formas genéricas de lo animal - y no a nuestra naturaleza específica de obrar conforme a la razón trascendente- cuando decimos en nombre de la ciencia y de la "evolución adaptativa", que el ser humano es un ser carnívoro por naturaleza. No hay nada más burdo y arbitrario en dicha definicion.

Lo que se construye o crece en años puede destruirse en segundos. La destruccion es fácil y rápida - a excepcion de los metales y el plàstico- mientras, la creaciòn, generalmente es un proceso dificil y lento - a excepciòn del freestyle y del arte-borrador, cuya fuerza creadora se sitúa en el instante. La tierra y los ríos están enlodados con los deshechos de nuestras industrias y los cielos ennegrecidos por un débil lamento. La tierra grosera es la tierra de la codicia y la propiedad privada. Deseamos el cielo de las montañas; el olor nauseabundo de nuestros deshechos, el bullicio incesante y desmedido del trafico, nos provocan náuseas, mareo, debilidad; la grosera contaminacion del aire, las aguas, la tierra y el alimento, acentúan los rasgos compulsivos de nuestros vicios y nuestra infelicidad: todo para encontrar una absurda comodidad en el abuso del placer y en el miedo.


Intentamos reducir los comportamientos animales a una utilidad instintiva y mecánica porque sencillamente, estamos embrutecidos por el placer y copados por el bombardeo de informacion perniciosa -de estandares mercantiles: la utilidad de un ser explotador.

...



OSHO

"QUÉ ES LA FELICIDAD?

La felicidad está relacionada con tu consciencia, no con tu carácter.

Depende de ti

¿QUÉ ES LA FELICIDAD? Depende de ti, de tu estado de consciencia o inconsciencia, de si estás dormido o despierto. Murphy tiene una famosa frase. Dice que existen dos tipos de personas: las que siempre dividen a la humanidad en dos tipos y las que no dividen en absoluto a la humanidad. Yo formo parte del primer tipo: la humanidad puede dividirse en dos tipos, los que duermen y los que están despiertos y, por supuesto, un pequeño grupo entre medias.
L
a felicidad dependerá de dónde estés en tu consciencia. Si estás dormido, el placer es la felicidad. El placer significa la sensación, intentar alcanzar por mediación del cuerpo algo que no se puede alcanzar por mediación del cuerpo, obligar al cuerpo a alcanzar algo de lo que no es capaz. Las personas intentan, por todos los medios posibles, alcanzar la felicidad por mediación del cuerpo.

El cuerpo solo puede proporcionar placeres pasajeros, y cada placer se equilibra con el dolor, en el mismo grado, en la misma medida. A cada placer le sigue lo opuesto, porque el cuerpo existe en el mundo de la dualidad, igual que la noche sigue al día y la vida sigue a la muerte y la muerte sigue a la vida, en un círculo vicioso. Al placer lo seguirá el dolor, y al dolor lo seguirá el placer. Pero nunca estarás tranquilo. Cuando te encuentres en un estado de placer tendrás miedo de perderlo, y ese miedo lo emponzoñará. Y, naturalmente, cuando estés perdido en medio del dolor, sufrirás y harás todos los esfuerzos posibles para salir de él, y volverás a caer en lo mismo.

Buda lo llama la rueda del nacimiento y de la muerte. Nosotros nos movemos con esa rueda, aferrados a ella... y la rue-da continúa moviéndose. A veces se presenta el placer y otras veces se presenta el dolor, pero estamos aplastados entre esas dos rocas. Pero la persona adormilada no conoce nada más. Solo conoce unas cuantas sensaciones del cuerpo: la comida, el sexo... Ese es su mundo. Si reprime el sexo se hace adicta a la comida; si reprime la comida se hace adicta al sexo. La energía se mueve como un péndulo. Y lo que se llama placer es, como mucho, simple alivio de un estado de tensión. La energía sexual se recoge, se acumula; te pones tenso y deseas relajar esa tensión. Para quien está dormido, el sexo no es sino un alivio, como un buen estornudo. No produce más que cierto alivio: había tensión, y ha desaparecido. Pero vol-verá a acumularse. La comida solo te proporciona cierto gusto en la lengua; no es mucho por lo que vivir. Pero muchas personas viven únicamente para comer; pocas personas comen para vivir.

La historia de Colón es muy conocida. Fue un largo viaje. No vieron sino agua durante tres meses. Un día, Colón miró al horizonte y vio árboles. Si pensáis en lo contento que se puso al ver árboles, imaginaos cómo se puso su perro.
Ese es el mundo del placer. Al perro se le puede perdonar, pero a ti no.
En su primera cita, un chico, pensando en alguna forma de divertirse, le preguntó a la chica si quería ir a jugar a los bolos. Ella contestó que no le gustaban los bolos. Después el chico propuso que fueran a ver una película, pero ella contestó que no le gustaba el cine. Mientras intentaba pensar en otra cosa le ofreció un cigarrillo, que la chica rechazó. Después le preguntó si quería ir a bailar y tomar copas a la nueva discoteca. Ella volvió a rechazar la propuesta, diciendo que no le gustaban esas cosas. Desesperado, le preguntó si quería ir a su apartamento a pasar la noche haciendo el amor. Para su sorpresa, la chica accedió de buena gana, lo besó apasionadamente y dijo: «¿Lo ves? No hacen falta esas cosas para divertirse».
Lo que llamamos «felicidad» depende de la persona. Para la persona dormida, las sensaciones placenteras son la felicidad. La persona dormida vive cambiando de un placer a otro. Se precipita de una sensación a otra. Vive para las pequeñas emociones; lleva una vida muy superficial. No tiene profundidad, no tiene calidad. Vive en el mundo de la cantidad.

También hay personas que están entre medias, ni dormidas ni despiertas, que viven en un limbo, un poquito dormidas y un poquito despiertas. A veces se puede tener esa experiencia a primera hora de la mañana: todavía adormilado, pero sin que puedas decir que estás dormido porque oyes los ruidos de la casa, a tu pareja preparando el café, el ruido de la cafetera o de los niños preparándose para el colegio. Oyes todo eso, pero aún no estás despierto. Esos ruidos te llegan vagamente, débiles, como si hubiera una gran distancia entre tú y lo que ocurre a tu alrededor. Tienes la sensación de que forma parte de un sueño. No forma parte de un sueño, pero tú te encuentras en un estado intermedio.

Lo mismo ocurre cuando empiezas a meditar. Quien no medita duerme, sueña; quien medita empieza a alejarse del sueño y a dirigirse al despertar, en un estado transitorio. Entonces la felicidad tiene un sentido completamente distinto: tiene más de calidad y menos de cantidad; es algo más psicológico, menos fisiológico. Quien medita disfruta más de la música, disfruta más de la poesía, disfruta creando algo. Esas personas disfrutan de la naturaleza, de su belleza. Disfrutan del silencio, disfrutan de lo que nunca habían disfrutado antes, y eso es mucho más duradero. Incluso si se para la música, algo persiste. Y no es un alivio. La diferencia entre el placer y esta clase de felicidad consiste en que no es un alivio, sino un enriquecimiento. Te sientes más pleno, empiezas a desbordarte. Al escuchar buena música, algo estalla en tu ser, surge una armonía en ti: te haces música. O, al bailar, de pronto te olvidas de tu cuerpo; tu cuerpo es ingrávido. La gravedad pierde su poder sobre ti. De repente te encuentras en otro espacio: el ego no es tan sólido, el bailarín se funde y se fusiona con la danza.

Esto es mucho más elevado, mucho más profundo que el placer que se obtiene de la comida o del sexo. Esto es algo profundo, pero no lo supremo. Lo supremo solo ocurre cuando estás plenamente despierto, cuando eres un Buda, cuando ha desaparecido todo el sueño, cuando todo tu ser está lleno de luz, cuando no hay oscuridad en tu interior. Toda la oscuridad ha desaparecido y, junto con la oscuridad, el ego. Han desaparecido todas las tensiones, las angustias, las ansias. Te encuentras en un estado de absoluta satisfacción. Vives en el presente; se acabaron el pasado y el futuro. Estás por completo aquí. Este momento lo es todo. Ahora es el único tiempo y aquí es el único espacio. Y de repente el cielo desciende sobre ti. Eso es la dicha. Eso es la verdadera felicidad.

Busca la dicha; es tu derecho inalienable. No sigas perdido en la jungla de los placeres; elévate un poco. Ve en busca de la felicidad y después de la dicha. El placer es animal; la felicidad es humana; la dicha, divina. El placer te ata, es una esclavitud, te encadena. La felicidad te afloja un poco la cuerda, te da un poco de libertad, pero solo un poco. La dicha es la libertad absoluta. Empiezas a avanzar hacia arriba; te da alas. Dejas de formar parte de la grosera tierra; pasas a formar parte del cielo. Te conviertes en luz, en alegría.

1. El placer depende de los demás. La felicidad no depende de otros, pero de todos modos es algo distinto de ti. La dicha no depende de nada, ni es nada distinto de ti; es tu ser mismo, es tu naturaleza misma.
Buda Gautama dice: «Existe el placer y existe la dicha. Renuncia a lo primero para poseer lo segundo». Medita sobre esto lo más profundamente posible, porque contiene una de las verdades más fundamentales. Hay que comprender estas cuatro palabras, reflexionar sobre ellas. La primera es placer, la segunda, felicidad, la tercera, alegría, y la cuarta es dicha. El placer es algo físico, fisiológico. El placer es lo superficial de la vida, la excitación. Puede ser sexual o de otros sentidos; puede convertirse en obsesión con la comida, pero está arraigado en el cuerpo. El cuerpo es tu periferia, tu circunferencia, no tu centro. Y vivir en la circunferencia significa vivir a merced de toda clase de cosas que suceden a tu alrededor. Quien busque el placer quedará a merced de la casualidad. Ocurre como con las olas del mar: están a merced de los vientos. Cuando soplan vientos fuertes, aparecen las olas; cuando desaparecen los vientos, desaparecen las olas. No tienen una existencia independiente, son dependientes, y todo lo que depende de algo exterior supone esclavitud.

El placer depende del otro. Si amas a una mujer, si ese es tu placer, esa mujer se convierte en tu dueña. Si amas a un hombre, si ese es tu placer y te sientes desgraciada y desesperada sin él, has creado tu propia esclavitud. Has creado una prisión; ya no eres libre. Si vas en pos del dinero y del poder, dependerás del dinero y del poder. Quien se dedica a acumular dinero, si su placer consiste en tener cada día más dinero, será cada día desgraciado, porque cuanto más tiene, más quiere, y cuanto más tiene, más miedo tiene de perderlo.
Es una espada de doble filo: querer más es el primer filo de la espada. Cuanto más exiges, cuanto más deseas, cuanto más sientes que te falta algo, más vacío y hueco te sientes. Y el otro filo de la espada es que cuanto más tienes, más temes que te lo quiten. Te lo pueden robar. El banco puede ir a la bancarrota, puede cambiar la situación política del país, hacerse comunista... Hay mil cosas de las que depende tu dinero. Tu dinero no te hace amo, sino esclavo.

El placer es algo periférico; por consiguiente, te hará depender de las circunstancias externas. Y es simple excitación. Si la comida es un placer, ¿de qué se disfruta realmente? Solo del gusto... y eso unos momentos, cuando la comida llega a las papilas gustativas y notas una sensación que interpretas como placer. Es una interpretación tuya. Hoy puede parecerte un placer y mañana no. Si sigues comiendo la misma cantidad todos los días, las papilas gustativas dejarán de responder a la comida, y dentro de poco estarás harto. Así es como nos hartamos de las cosas: un día corres tras un hombre o una mujer y al día siguiente intentas encontrar excusas para librarte de esa persona. Es la misma persona; nada ha cambiado. ¿Qué ha pasado entretanto? Te has aburrido del otro, porque el placer consistía en explorar lo nuevo. Resulta que el otro ya no es nuevo; ya te has familiarizado con su territorio. Te has familiarizado con el cuerpo del otro, con las curvas de su cuerpo, con la sensación que te produce su cuerpo.
Y la mente ansía algo nuevo.

La mente siempre ansía algo nuevo. Así es como la mente te mantiene siempre atado a algo futuro. Te mantiene en un es-tado de espera, pero nunca te lleva los productos, porque no puede. Solo puede crear nuevas esperanzas, nuevos deseos. Las hojas crecen en los árboles del mismo modo que los deseos y las esperanzas crecen en la mente. Querías una casa nueva y ya la tienes; ¿dónde está el placer? La disfrutaste unos momentos, cuando conseguiste tu objetivo. Una vez conseguido a la mente deja de interesarle y ya ha empezado a tender nuevas telarañas de deseo. Ya ha empezado a pensar en otras casas, más grandes. Y eso es lo que pasa con todo.

El placer te crea un estado de deseo permanente, de inquietud, una agitación continua. Hay múltiples deseos, todos y cada uno de ellos insaciables, que reclaman toda tu atención. Te conviertes en víctima de una multitud de deseos enloquecedores —enloquecedores porque no se pueden cumplir—, que te llevan de acá para allá. Tú mismo te conviertes en una contradicción. Un deseo te lleva hacia la izquierda, otro hacia la derecha, y alimentas ambos deseos al mismo tiempo. Y entonces te sientes dividido, escindido, desgarrado. Te sientes hecho pedazos. Nadie sino tú es responsable; es la estupidez del deseo de placer lo que crea esta situación.
Y es un fenómeno complejo. No eres tú el único que busca el placer; millones de personas buscan los mismos placeres. Por eso existe una gran lucha, la competición, la violencia, la guerra. Todos son enemigos entre sí, porque todos tienen el mismo objetivo y no todos pueden conseguirlo. De ahí que la lucha sea tremenda, porque hay que arriesgarlo todo, y por nada, ya que, cuando ganas, no ganas nada. Malgastas tu vida entera en esa lucha. Una vida que podría haber sido una fiesta se convierte en una lucha prolongada, inútil.

Cuando vas buscando el placer no puedes amar, porque la persona que va buscando el placer utiliza al otro como medio. Y utilizar al otro como medio es una de las acciones más inmorales, porque cada ser es un fin en sí mismo, y no un medio. Pero cuando buscas el placer tienes que utilizar al otro como medio. Te haces astuto, porque la lucha es tremenda. Si no eres astuto te engañarán, y antes de que los demás te engañen, tú tienes que engañarlos a ellos. Ya advertía Maquiavelo a los buscadores del placer que la mejor forma de defensa es el ataque. No hay que esperar a que el otro ataque; podría ser demasiado tarde. Antes de eso, atácalo tú. Esa es la mejor forma de defensa. Y es un consejo que se sigue, tanto si se conoce a Maquiavelo como si no. Es muy extraño. La gente conoce a Jesucristo, a Buda, a Mahoma, a Krisna, pero nadie los sigue. La gente no sabe gran cosa de Maquiavelo, pero a él sí lo siguen, como si tuviera mucha importancia para ellos. No hace falta que lo leáis; simplemente lo seguís. Vuestra sociedad está basada en los principios maquiavélicos; en eso consiste el juego político. Antes de que alguien te quite algo, quítaselo tú. Tienes que estar siempre en guardia. Naturalmente, si estás siempre en guardia, te sentirás tenso, angustiado, preocupado. Todo el mundo está en tu contra y tú estás en contra de todo el mundo. De modo que el placer no es ni puede ser la meta de la vida.

2. La segunda palabra que hay que comprender es la felicidad. El placer es algo fisiológico; la felicidad es algo psicológico. La felicidad es un poco mejor, algo un poco más refinado, un poco más elevado... pero no muy distinto del placer. Podría decirse que el placer es una clase más baja de felicidad y que la felicidad es una clase más elevada de placer: las dos caras de la misma moneda. El placer es un poco primitivo, animal; la felicidad es un poco más refinada, un poco más humana, pero es el mismo juego que se juega en el mundo de la mente. No te preocupas tanto de las sensaciones fisiológicas como de las sensaciones psicológicas, pero no existe diferencia en lo fundamental.

3. La tercera es la alegría: la alegría es algo espiritual. Es algo distinto, completamente distinto del placer y de la felicidad. No tiene nada que ver con lo externo, con el otro; es un fenómeno interno. La alegría no depende de las circunstancias; es algo tuyo. No es una excitación producida por las cosas; se trata de un estado de paz, de silencio, un estado meditativo. Es espiritual.
Pero Buda tampoco habla de la alegría, porque existe otra cosa que va más allá de la alegría. Él lo llama dicha. La dicha es algo absoluto. No es algo fisiológico, ni psicológico ni espiritual. No sabe de divisiones; es indivisible. Es absoluta en un sentido y trascendente en otro. Buda solo emplea dos palabras en esta frase. La primera es el placer, que incluye la felicidad. La segunda es la dicha, que incluye la alegría.

4. La dicha significa alcanzar el núcleo más profundo de tu ser. Se encuentra en las profundidades últimas de tu ser, donde ni siquiera el ego existe, donde reina el silencio: tú has desaparecido. En la alegría existes un poco, pero en la dicha dejas de existir. Se ha disuelto el ego; es un estado de no ser.
Buda lo llama nirvana. El nirvana significa dejar de ser, ser un vacío infinito como el cielo. Y en el momento en que eres el infinito, te inundas de estrellas e inicias una vida completamente nueva. Renaces.

El placer es algo momentáneo, algo que pertenece a la esfera del tiempo, es algo «de momento». La dicha es intemporal, atemporal. El placer comienza y termina; la dicha ni va ni viene: está ya en el núcleo más profundo de tu ser. El placer hay que arrancárselo a otro: o eres mendigo o eres ladrón. La dicha te hace el amo.
La dicha no es algo que te inventas, sino algo que descubres. La dicha es tu naturaleza más íntima. Estaba allí desde el principio, pero tú no te habías fijado. No te has dado cuenta porque no miras hacia dentro. Esa es la única desgracia del ser humano, que solo mira hacia fuera, siempre en busca y en pos de algo. Y no se puede encontrar en el exterior porque no está allí.

Buda dice: «Existe el placer y existe la dicha. Renuncia a lo primero para poseer lo segundo». Deja de mirar hacia fuera. Mira hacia dentro, vuélvete hacia tu interior. Empieza a buscar y registrar en tu interior, en tu subjetividad. La dicha no es un objeto que se pueda encontrar en ninguna otra parte; es tu consciencia.
En Oriente siempre hemos definido la verdad suprema como Sat-Chit-Anand. Sat significa ‘verdad’, chit significa ‘consciencia’, y anand, ‘dicha’. Son tres aspectos de la misma realidad. Es la auténtica Trinidad, no Dios Padre, Dios Hijo, Jesucristo, y el Espíritu Santo; esa no es la verdadera Trinidad. La verdadera Trinidad es la verdad, la consciencia y la dicha. Y no son fenómenos distintos, sino una sola energía que se expresa de tres maneras, una energía con tres aspectos. De ahí que en Oriente digamos que Dios es trimurti, que tiene tres rostros. Esos son los verdaderos rostros, no Brama, Visnú y Mahesh, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; esos nombres son para principiantes.

Verdad, consciencia, dicha: esas son las verdades absolutas. En primer lugar llega la verdad. En cuanto entras en ella, tomas conciencia de tu realidad eterna: el sat, la verdad. Al profundizar en tu realidad, en tu verdad, te darás cuenta de la consciencia, de una increíble consciencia. Todo es luz, nada es oscuridad. Todo es consciencia, nada inconsciencia. Eres simplemente una llama de la consciencia, sin siquiera una sombra de inconsciencia por ninguna parte. Y cuando profundizas aún más, el núcleo definitivo es la dicha, anand.

Buda dice: «Renuncia a todo lo que hasta ahora has considerado importante, significativo». Sacrifícalo todo para ese absoluto porque es lo único que te satisfará, que te llenará, que llevará la primavera a tu ser... y estallarás en miles de flores. El placer te hará ir a la deriva. El placer te hará más astuto, pero no te proporcionará sabiduría. Te hará cada día más esclavo; no te proporcionará el reino de tu ser. Te hará cada día más calculador, te hará una persona más aprovechada. Te hará cada día más político, más diplomático. Empezarás a utilizar a las personas como medios. Eso es lo que hace la gente.

El marido le dice a la esposa: «Te quiero», pero en realidad simplemente la está utilizando. La esposa dice que quiere al marido, pero simplemente lo está utilizando. El marido puede estar utilizándola como objeto sexual y la esposa utilizándolo como seguridad económica. El placer hace a todos astutos, taimados. Y ser astuto supone perderse la dicha de ser inocente, perderse la dicha de ser niño.

El dinero, el poder, el prestigio: todo eso contribuye a hacerte astuto. Busca el placer y perderás la inocencia, y perder la inocencia significa perderlo todo. Esto dice Jesucristo: sé como un niño, y solo así entrarás en el Reino de Dios. Y tiene razón. Pero quien anda en busca del placer no puede ser inocente como un niño. Tienes que ser muy listo, muy astuto, con mucha política; solo así puedes vencer en la competición a muerte que hay en todas partes. Todo el mundo está a la greña con todo el mundo, no vives entre amigos. El mundo no puede ser amable a menos que dejemos esa idea de la competitividad. Pero desde el principio inculcamos al niño el veneno de la competitividad. Cuando acabe la universidad estará totalmente envenenado. Lo hemos hipnotizado con la idea de que tiene que luchar contra los demás, de que la vida es la supervivencia de los más aptos. Así la vida no puede ser una fiesta.

Si eres feliz a costa de la felicidad de otro... Y así es como puedes ser feliz; no hay otra manera. Si conoces a una mujer hermosa y consigues poseerla, se la habrás arrebatado a otro. Intentamos que las cosas parezcan lo más bonitas posible, pero eso es solo en la superficie. Los que han perdido en el juego se enfadarán, se pondrán furiosos. Esperarán una oportunidad para vengarse, y esa oportunidad se les presentará tarde o temprano.

Lo que posees en este mundo lo posees a costa de alguien, a costa del placer de otro. No hay otra manera. Si de verdad no deseas enemistarte con nadie en el mundo, debes abandonar la idea de la posesión. Utiliza lo que tengas a tu lado en el momento, pero no seas posesivo. No intentes reclamar que es tuyo. No hay nada que sea tuyo; todo pertenece a la existencia."

http://www.oshogulaab.com/OSHO/TEXTOS/ALEGRIA.html

Iván Karamazov

... no he pensado más que en la inocencia de mis 23 años... si no tuviese fe ya en la vida, si dudase de la mujer amada, del orden universal, y estuviese persuadido por el contrario, de que todo no es más que un caos infernal y maldito, y fuese yo presa de los horrores de la desilusión, incluso entonces querría vivir... hasta los 30 años estoy seguro que mi juventud triunfará sobre todo, desencanto y desgana de vivir. Muchas veces me pregunto si habría en el mundo una desesperación capaz de vencer en mi ese furioso apetito de vivir; pero creo que no existe, por lo menos antes de que cumpla mis 30. Esta sed de vivir la tratan de vil algunos moralistas: morbosos y enfermos del pecho, sobre todo los poetas. Es verdad que es un rasgo de los Karamazov este rasgo de vivir a toda costa; también está en ti, pero por qué será vil? Hay aún bastante fuerza centrípeta en nuestro planeta. Aliosha. Se puede vivir, y yo vivo, aun a despecho de la logica. No creo en el orden universal, pero amo los tiernos retoños de la primavera, el cielo azul y a algunas personas sin saber por qué. Amo también el heroísmo en el que quizas he dejado de creer hace mucho tiempo, pero al que venero por costumbre. Ya te traen la sopa de pescado, buen provecho. Quiero viajar por Europa, Aliosha. Ya sé que no encontraré en ella más que un cementerio, !pero muy querido! Muertos amados reposan en él; cada piedra atestiguya su vida ardiente, su fe apasionada en el idea, su lucha por la verdad y la ciencia. !OH, caeré de rodillas ante esas piedras y las besaré llorando!... no serán lágrimas de desesperación, sino de felicidad. Me embriago en mi propia ternura. Amo los tiernos brotes de la primavera y el cielo azul. La inteligencia y la lógica no sirven para nada; es el que corazón el que ama, es el estómago; amamos nuestras primeras fuerzas juveniles... comprendes algo de mis galimatías, Aliosha? Iván se puso a reír.

- Demasiado lo comprendo, Iván. Quisiéramos amar con el corazón y con el estómago, eso lo has dicho muy bien. Estoy encantado de tus ganas de vivir. Creo que se debe amar la vida por encima de todo.

- Amar la vida más que el sentido de la vida?

- En absoluto. Amarla antes de razonar, sin lógica, como tú dices; unicamente entonces se comprenderá su sentido. Eso es lo que entreveo hace mucho tiempo. La mitad de tu tarea está cumplida y conseguida, Iván, amas la vida. Ocúpate de la segunda parte, de la salvación.

- Tienes mucha prisa por salvarme, y quizá no esté todavía perdido. En qué consiste esa segunda parte?

- En resucitar a tus muertos, que quizá estén aún vivos. Dame té. Estoy contento de nuestra entrevista.

lunes, 25 de octubre de 2010

staret Zozimo

"Mientras cada uno no sea verdaderamente hermano de su pròjimo no habrà fraternida entre ellos... jamàs podran, en nombre de la ciencia o del interes comun, compartir entre ellos el derecho a la propiedad. No habrà nadie que tenga bastante, murmuraràn todos, se envidiaran y se exterminaràn los unos a los otros... actualmente, aspira cada uno a separar su personalidad de los demàs, quieren gustar ellos mismos la plenitud de la vida, sin embargo, todos esos esfuerzos no conducen màs que a un suicidio total, pues en vez de afirmar su personalidad completa, caen en una soledad completa. En efecto, todos se han fraccionado en unidades en este siglo, cada cual se aisla en su agujero, se apartan de los demàs, se esconden èl y sus bienes, se aleja de sus semejantes y los aleja de èl. Amontona riquezas el solo y se felicita de su poder y de su opulencia; el insesnato ignora que cuanto màs amontona màs se hunde en una impotencia fatal. Y ello es porque no està acostumbrado màs que a contar consigo mismo y se ha desligado de la colectividad, se ha acostumbrado a no creer en la ayuda mutua, en su projimo y en la humanidad, y tiembla unicamente ante la idea de perder su fortuna y los derechos que ella le confiere... Pero este terrible aislamiento tendrà fin seguramente y todos comprenderan al mismo tiempo de que manera su mutua separacion era contraria a la naturaleza...

Estas apasionadas conversaciones ocupaban nuestras veladas. Lleguè a abandonar la sociedad y mis visitas se hicieron mas raras; por otra parte, yo empezaba a pasar de moda. No lo digo para lamentarme de ello, puesto que continuaban amandome y poniendome buena cara, pero hay que convenir en que la moda tiene una gran influencia en el mundo. Acabè por entusiasmarme por mi misterioso visitante, pues su inteligencia me dejaba encantado; por otra parte, yo tenia pleno conocimiento de que alimentaba un proyecto y se se preparaba para una resolucion heroica. Seguramente me estaba agradecido de no querer conocer su secreto ni de hacer ninguna alusion a èl. Me di cuenta por fin de que empezaba a atormentarle el deseo de hacerme una confidencia...

Habìa asesinado hacìa 14 años a una joven rica y encantadora, viuda de un acaudalado propietario... sintio por ella una vica pasion, se le declarò e intento convencerla de que fuese su mujer. Pero ya habia entregado su corazon a un oficial distinguido en campaña y cuyo proximo regreso esperaba. Rechazò su peticion y le rogò que cesara en sus visitas

... se introdujo una noche por el jardìn y el tejado con una audacia extraordinaria... al verla dormida se despertò su pasion; despues se apoderò de el un furor vindicativo y celoso, y dejando de ser dueño de si mismo, le hundiò un cuchillo en el corazon sin que ella diese ni un grito... robÓ como un criado ignorante el dinero y las joyas... en seguida se sospecho de Piotr, criado siervo de la victima... el expediente se archivo, y los jueces, las autoridades y el publico quedaron convencidos de que aquel criado era el asesino.

... la cantida robada era insignificante, e inmediatamente hizo una donacion de ella, aumentandola considerablemente, a un hospicio que habia en nuestra ciudad... redoblò su actividad en el trabajo... y llegò casi a olvidar lo que le habia pasado... se enamorò de una joven encantadora con la que se casò enseguida con la esperanza de que el matrimonio disiparìa su angustia solitaria... cuando su mujer estuvo encinta de su primer hijo y se lo participò, se sintiò turbado: "doy la vida y yo mismo la he quitado". Y cuando los hijos vinieron al mundo, se dijo: "còmo me atreverè yo a amarlos, instruirlos y educarlos, como voy a hablarles yo de virtud? yo he vertido sangre"... "no puedo mirar sus caritas inocentes; no soy digno de ello". Finalmente tuvo la vision amenazadora y lugubre de la sangre de su victima que pedia venganza, de la vida joven que èl habia hecho desaparecer. Veiase torturado por unos sueños horrorosos. "Con mi sufrimiento secreto expìo mi crimen" Pero aquello era una vana esperanza; su sufrimiento no hacia mas que agravarse con el tiempo. El mundo le respetaba por su actitud bienhechora, a pesar de que su caracter triste y severo inspiraba temor; cuanto mas aumentaba este respeto, màs intolerable se le hacìa. Me confesò que llegò a pensar en el suicidio... soñaba con hacer publica confesion de su crimen...

Ocurriò que todos se sorprendieron y se espantaron, pero nadie quiso creerle, aunque le escucharon con una curiosisda extraordinaria... cinco dìas despues se supo que el infortunado se habia enfermado y que se temia por su vida. No puedo explicar la naturaleza de su enfermedad, atribuida a trastornos cardiacos... se llegò a la conclusion de que tambien existìa locura... cuando quise visitarle, me lo prohibieron muchas veces, sobre todo su mujer... toda la ciudad me acusaba: "usted tiene la culpa". Yo me callaba con el corazòn alegre ante aquella manifestacion de la misericordia divina con un hombre que se habia condenado a si mismo... por fin me permitieron verle...

"Dios ha tenido piedad de mi y me llama a El" "He cumplido con mi deber" - De pronto senti un odio casi intolerable hacia ti... como podria mirarte si no me acuso?...

Despues de sus funerales, todo el mundo se levantò contra mi; dejaron incluso de recibirme. Sin embargo, algunas personas, cuyo numero aumentò màs tarde, admitieron la verdad de sus alegaciones, vinieron frecuentemente a interrogarme por una maligna curiosidad, pues la caìda y el deshonor del justo causan satisfaccion. Pero guardè silecio y pronto dejè definitivamene la ciuda; el Señor me juzgò digno de entrar en el buen camino, y yo le bendigo por haberme guiado tan visiblemente. En cuanto al infortunado Miguel, todos los dias le tengo en consideracion en mis oraciones.

...

Es verdad !desgraciadamente! que se encuentran hasta en los monjes muchos holgazanes, sensuales, libertinos y desvergonzados vagabundos... sin embargo, cuantos monjes son humildes y dulces y aspiran a la soledad para entregarse a fervientes oraciones...

En estos ultimos años, se ha proclamado la libertad, què presenta ella? !nada màs que la esclavitud y el suicidio espiritual! Pues el mundo dice: tienes necesidades, sacialas, pues tienes los mismos derechos que los grandes y los ricos. No temas saciarlas ni aun aumentarlas." Eso es lo que se enseña ahora. Tal es la concepcion de la libertad. Y què resulta de ese derecho a saciar la necesidad? en los ricos, la soledad y el suicidio espiritual; en los pobres, la envidia y el asesinato, pues se les han concedido esos derechos, pero no se les han indicado aùn los medios para satisfacer esas necesidades. Se asegura que el mundo, al abreviar las distancias transmitiendo el pensamiento por el aire se unirà cada vez màs, que reinarà la fraternidad. !Ay, no creàis en esa union de los hombres! Concibiendo la libertad como el aumento de las necesidades y su pronta satisfaccion, alteran su naturaleza, pues hacen nacer en ellos una multitud de deseos insensatos, de costumbres y de imaginaciones absurdas. No viven mas que para envidiarse mutuamente, para la sensualidad y la ostentacion. Dar comidas, viajar, poseer equipajes, jerarquias, lacayos, todo eso pasa por una necesidad por la que se sacrifica hasta la vida, el amor a la humanida y el honor. Se mataria incluso si no se puede satisfacer... en cuanto a los pobres, la insatisfaccion de las necesidades y los deseos se ahogan por el momento en la embriaguez. Pero pronto, en lugar de vino, se emborracharàn con sangre, a ese fin se les lleva. Decidme si un hombre asì es libre.

...

ocurrirà que el rico màs depravado se avergonzarà de sus riquezas frente al pobre, y el pobre, viendo su humildad, comprenderà y cederà, repsonderà alegremente a su noble confusiòn... no hay igualdad màs que en la dignidad espiritual...

...

Joven, no olvides la oracion. Cada una de ellas, si es sincera, expresa un nuevo sentimiento, fuente de una idea nueva que no conoces y que te reconfortarà, y comprenderàs entonces que la oracion es una educacion... "señor, ten piedad de todos los que comparecen ante ti"... el alma temerosa en presencia de Dios, se verà emocionada de que alguien... interceda por ella... amad al hombre aun en el pecado...

Todos los dias, a cada momento, guardaos, mantened una actitud digna. Sin daros cuenta habeis pasado al lado de un niño blasfemando con còlera; èl os ha visto y quizà guarde en su corazòn inocente vuestra imagen endurecida. Lo ignorais, y quizas hayais sembrado en su alma un mal germen que corre el riesgo de desenvolverse, y eso porque habeis olvidado ante ese niño que vosotros no habeis cultivado el amor activo y reflexivo. Hermanos mios, el amor es un dueño, pero hay que saber conseguirlo, pues se adquiere dificilmente y solo con un esfuerzo prolongado. Hay que amar, en efecto, pero no por un momento sino hasta el fin. Cualquiera, hasta un perverso, es capaz de un amor fortuito. Mi hermano le pidiò perdòn a los pàjaros; parece absurdo y, sin embargo, es justo...

...

Recuerda que no puedes ser el juez de nadie... no te canses de obrar... si no puedes hablarles a los que estan irritados, sirveles en silencio y con humildad, sin desesperacion... si todos te dejan y te persiguen con violencia, quèdate sòlo, prostèrnate, besa la tierra, riègala con tus làgrimas y esas làgrimas daràn frutos, aunque nadie te vea ni te oiga en tu soledad. Cree hasta el fin aunque todos los hombres se hubiesen extraviado... si dos como tù se unen, he ahì la plenitud del amor vivo...

Si tù mismo has pecado y estas por ello mortalmente afligido, alègrate por otro, por un justo, alègrate de que èl en cambio no ha pecado y es justo... no busques nunca recompensa porque ya tienes una grande en esta tierra: tu alegrìa espiritual que sòlo los justos comparten. No temas a los grandes y a los poderosos; pero se siempre prudente y digno. Observa la medida, conoce los tèrminos, instruyete a ese respecto. Retirado en la soledad, ruega. Prosternate con amor y besa la tierra. Ama insaciablemente... busca ese èxtasis y esa exaltaciòn. Riega la tierra con lagrimas de alegria. No te averguences de ese extasis...

...

Què es el infierno? yo lo defino asì: " el sentimiento de no poder ya amar"... incluso si hubiese llamas en el infierno, se alegrarìan de ello ((los que solo por si mismos fueron)) pues olvidarian en los tormentos fisicos, aunque sea por un instante, la mas horrible tortura moral. Es imposible librarles de ella, porque ese tormento està en ellos mismos y no en el exterior... aunque los justos del paraiso les perdonasen viendo sus sufrimientos... no harian otra cosa que acrecentar sus sufrimientos... acrecentando en ellos la sed de un amor correspondido, activo y reconocedor, imposible ya. En la timidez de mi corazon pienso, sin embargo, que la conciencia de esa imposibilidad terminarà por aliviarles, pues habiendo aceptado el amor de los justossin poder responder a èl, su humilde sumision crearìa una especie de imagen y de imitacion de ese amor activo desdeñado por ellos sobre la tierra...

AMOR

"Todos los dias, a cada momento, guardaos, mantened una actitud digna. Sin daros cuenta habeis pasado al lado de un niño blasfemando con còlera; èl os ha visto y quizà guarde en su corazòn inocente vuestra imagen endurecida. Lo ignorais, y quizas hayais sembrado en su alma un mal germen que corre el riesgo de desenvolverse, y eso porque habeis olvidado ante ese niño que vosotros no habeis cultivado el amor activo y reflexivo. Hermanos mios, el amor es un dueño, pero hay que saber conseguirlo, pues se adquiere dificilmente y solo con un esfuerzo prolongado. Hay que amar, en efecto, pero no por un momento sino hasta el fin. Cualquiera, hasta un perverso, es capaz de un amor fortuito. Mi hermano le pidiò perdòn a los pàjaros; parece absurdo y, sin embargo, es justo..."

Staret Zózimo

OSHO

"El amor es la unión, el encuentro orgásmico de la muerte y la vida. Si no has conocido el amor, te lo has perdido. Naciste, viviste y moriste, pero perdiste la oportunidad. Te has equivocado tremendamente, totalmente, absolutamente, has perdido el intervalo entre las dos notas. Ese intervalo es el pináculo más alto, la experiencia suprema.

Para alcanzarlo, hay cuatro pasos que debes recordar.

1. El primero: estar aquí y ahora, porque el amor sólo es posible en el "aquí-ahora". No puedes amar en el pasado. Muchas personas viven simplemente de recuerdos, amaron en el pasado. Y hay otros que aman en el futuro; eso tampoco se puede hacer. Estas son formas de evitar al amor. El pasado y el futuro son las formas de evitar al amor.

De modo que amas en el pasado o amas en el futuro y el amor es sólo posible en el presente porque sólo en este momento la vida y la muerte se encuentran... en el oscuro intervalo que está dentro de ti. Ese intervalo oscuro está siempre en el presente, siempre en el presente, siempre en el presente. Nunca es pasado y nunca es futuro. Si piensas demasiado—y pensar es siempre o del pasado, o del futuro—tus energías se separarán de tus sentimientos. Sentir es estar aquí-ahora. Si tus energías se mueven en función del pensar, entonces no tendrás suficientes energías para adentrarte en los sentimientos y el amor no será posible.

Así que el primer paso es estar aquí-ahora. El futuro y el pasado traen pensamientos y el pensar destruye el sentir. Y una persona obsesionada con el pensar, poco a poco se olvida completamente de que también tiene un corazón.

Un hombre que piensa demasiado, avanza de tal manera que, poco a poco, deja de expresar lo que siente. No prestándole atención al sentir, empieza a alejarse de él. Hay millones de personas en este estado sin saber qué significa el corazón. Creen que es sólo un mecanismo. Se concentran exclusivamente en la mente. La mente es un extremo, es necesaria, es un buen instrumento, pero debe usarse como un esclavo. No debe ser el amo. Una vez que la mente se convierta en el amo y dejes en segundo término al corazón, vivirás, morirás, pero no sabrás qué es Dios, porque no sabrás qué es el amor.

Al contactar con él por primera vez ,ese intervalo oscuro parece ser amor y cuando te pierdes en él, se convierte en Dios. Dios comienza con el amor, o Dios es la última cúspide del amor.

2. El segundo paso hacia el amor es: aprende a transformar tus venenos en miel...

Mucha gente ama, pero su amor está muy contaminado con venenos, con odio, celos, furia, posesividad. Mil y un venenos asedian tu amor. El amor es algo delicado. Detente a pensar en la ira, en el odio, en la posesividad, en los celos. ¿Cómo puede el amor sobrevivir?

En primer lugar las personas utilizan demasiado la cabeza y olvidan el corazón. Son la mayoría. Una minoría, todavía vive un poco en el corazón, pero esa minoría también está equivocada, su pequeña luz de amor está rodeada por celos, odio, ira y mil y un venenos. Así, todo el viaje se vuelve amargo. El amor es la escalera entre el cielo y el infierno, pero la escalera siempre tiene dos caminos: puedes subir o bajar. Si existen venenos, la escalera te llevará hacia abajo. Entrarás en el infierno y no en el cielo. Y en vez de alcanzar una melodía tu vida será un estruendo nauseabundo, contradictorio, como el ruido del tráfico. Un ruido enloquecedor, una multitud ruidosa, sin armonía. Permanecerás al borde de la locura.

Por lo tanto lo segundo a recordar es: aprende a transformar tus venenos en miel.

¿Cómo serán transformados? Hay un proceso simple. De hecho no es correcto llamarlo transformación porque no tienes que hacer nada, sólo necesitas paciencia. Te estoy revelando uno de los mayores secretos. Inténtalo: cuando sientas rabia, no hagas nada, sólo siéntate en silencio y observa. No estés ni a favor, ni en contra. No cooperes con ella, no la reprimas. Sólo obsérvala, ten paciencia, mira lo que sucede... déjala surgir.

Recuerda una cosa: nunca hagas nada cuando el veneno se apodere de tu estado de ánimo, simplemente espera. Cuando el veneno empiece a cambiar...

Esta es una de las leyes básicas de la vida: todo cambia continuamente. Como te había dicho, el hombre se vuelve mujer y la mujer se vuelve hombre, porque periódicamente ocurren cambios en ti. El hombre bueno se vuelve malo y el malo bueno; el santo tiene momentos de pecador y el pecador, de santo... uno sólo tiene que esperar.

No actúes cuando la furia está en su punto más álgido, si no te arrepentirás y entrarás en una reacción en cadena y crearás karma. Es así como entras en el karma. Haz algo cuando estés en un momento negativo y formarás parte de una cadena interminable. Cuando estás negativo y actúas, el otro se vuelve negativo, el otro está dispuesto a hacer algo. La negatividad genera más negatividad. La negatividad provoca más negatividad, la furia crea más furia, la hostilidad crea más hostilidad y las cosas siguen y siguen y siguen. La gente ha estado luchando entre sí, durante vidas enteras. ¡Y aún continúan!

Espera. Cuando estás furioso, éste es el momento de meditar; no desperdicies ese momento. La ira está creando tanta energía en ti... que puede destruirlo todo. Pero la energía es neutral; la misma energía que puede destruir, puede ser creativa. Detente. La misma energía que puede destrozarlo todo, puede ser una lluvia de vida.

Sólo espera. Si esperas y haces las cosas sin prisa, un día te sorprenderás al ver el cambio interno. Estabas lleno de ira y la ira iba aumentando y aumentando hasta que llegaste a un clímax... y entonces el curso de las cosas empezó a cambiar. Y puedes ver que está cambiando y la furia va desapareciendo y la energía liberándose. Entonces estarás en un estado de ánimo positivo: el ánimo creativo. Ahora puedes hacer algo. Hazlo ahora. Espera siempre el momento positivo.

Y no estoy hablando de represión, no estoy diciendo que suprimas lo negativo. Lo que digo es que observes lo negativo. Recuerda la diferencia, existe una tremenda diferencia. No digo que te estanques en lo negativo, que te olvides de lo negativo, que hagas algo en contra de ello, no. No estoy diciendo eso. No digo que sonrías cuando estás furioso, no. Esa sonrisa será falsa, fea, fingida. No sonrías cuando estés furioso. Enciérrate en tu cuarto, coloca un espejo frente a ti y mira tu rostro lleno de rabia. No hay necesidad de mostrárselo a nadie. Es cosa tuya, es tu energía, tu vida y debes esperar el momento oportuno. Sigue mirándote al espejo, mira tu cara enrojecida, los ojos rojos, al asesino en ti. ¿Has pensado alguna vez que cada uno lleva un homicida en su interior? Tú también llevas uno. No creas que el asesino está en otra parte, ni creas que el que comete el asesinato es otro. No, todos tienen la posibilidad de asesinar. Llevas el instinto suicida en ti.

Mírate en el espejo; esos son tus diferentes estados, debes familiarizarte con ellos. Conocerse a uno mismo forma parte del crecimiento.

Desde Sócrates hasta nuestras días se ha oído: "Conócete a ti mismo". Pero ésta es la manera de conocerse a uno mismo. "Conocerte a ti mismo", no significa sentarse silenciosamente y repetir: "Soy Brahma, soy una alma, soy Dios, soy esto..." no tiene sentido. Conocerse a uno mismo quiere decir conocer todos los estados, todas las posibilidades: el asesino, el pecador, el criminal, el santo, lo sagrado dentro de ti, la virtud, el Dios, el Diablo. Conoce todos los estados, toda su gama; conociéndolos descubrirás secretos, llaves.

Verás que la ira no permanecerá para siempre, o ¿sí podrá? No lo has intentado; ¡Inténtalo! No puede permanecer para siempre. Si no haces nada, ¿qué sucederá? ¿Podría la ira quedar suspendida por siempre y para siempre? Nada permanece para siempre. La felicidad viene y se va, la infelicidad viene y se va. ¿Entiendes esta simple ley? Todo cambia, nada permanece. Así que, ¿por qué tener prisa? La rabia ha llegado. Se irá. Sólo espera, ten un poco de paciencia. Mira en el espejo y espera. Déjala correr, deja que tu rostro se vuelva feo y homicida, pero espera y observa.

No reprimas la rabia y no actúes bajo su influencia y pronto verás que tu rostro se suavizará, tus ojos se calmarán; la energía cambia, lo masculino se convierte en femenino... y pronto estarás radiante. La misma rojez que era rabia ahora ha adquirido un cierto resplandor, una belleza en tu rostro, en tus ojos. Ahora puedes salir, el momento de actuar ha llegado. Actúa cuando estés positivo. No fuerces a la positividad, deja que llegue a su tiempo. Este es el secreto. Cuando digo: "Aprende a transformar tus venenos en miel" , eso es lo que quiero decir.


3. Y tercero: comparte. Cuando tengas algo negativo, guárdalo para ti. Cuando tengas algo positivo, compártelo. La gente, comúnmente, comparte sus negatividades, no comparte sus experiencias positivas. La Humanidad es simplemente estúpida. Cuando están contentos no comparten, son avaros. Cuando se sienten infelices, son muy pródigos. Entonces están mucho más dispuestos a compartir. Cuando la gente sonríe, sonríe muy moderadamente, sin llegar muy lejos, pero cuando están furiosos, lo están totalmente. El tercer paso es compartir la positividad. Esto hará que tu amor fluya como un río y hará que surja de tu corazón. El dilema de tu corazón empezará a cambiar cuando compartas.

He oído un dicho muy extraño de Jorge Luis Borges. Escúchalo:

"Dale aquello que es sagrado a los perros.

Arroja las perlas a los puercos

porque lo que importa es dar".

Has oído lo contrario que dice así: "No arrojes nada a los perros y no des perlas a los puercos, porque no entenderán".

Lo que importa no es lo que estás dando: perlas, santidad y amor, ni a quién se lo estás dando. Eso no es importante. Lo importante es que estés dando. Da cuanto tengas. Gurdjieff solía decir: "Todo lo que acumulé, lo perdí y todo lo que di, es mío. Todo aquello que di aún lo tengo, y todo lo que acumulé se perdió, se fue." Cierto; tienes sólo aquello que has compartido. El amor no es una propiedad para ser guardada; es un resplandor, es una fragancia para ser compartida. Cuanto más compartas, más tendrás; cuanto menos compartas, menos tendrás.

Cuanto más compartas, más surgirá de tu interior. Es infinito; más brotará. Saca agua del pozo y más agua fresca fluirá hacia él. Deja de sacar agua, cierra el pozo, sé un miserable y cesará de manar. Poco a poco las fuentes morirán, se bloquearán y el agua que está en el pozo se corromperá, se volverá rancia y sucia. El agua que corre es fresca... el amor que fluye es fresco.

Así que el tercer paso hacia el amor es compartir tus cosas positivas, compartir tu vida, compartir todo lo que tengas. Todo lo bello que tengas, no lo escondas.

Comparte tu sabiduría, comparte tu oración, tu amor, tu felicidad, tu gozo; comparte. Sí, si no encuentras a nadie, comparte con los perros, pero comparte. Con las rocas, pero comparte. Cuando tengas perlas, espárcelas. No te preocupes si las das a los puercos o a los santos. Lo que importa es dar.

El almacenamiento envenena el corazón. Toda acumulación es venenosa. Si compartes, tu sistema estará libre de venenos. Y cuando des, no te preocupes por si serás correspondido o no, no esperes ni tan siquiera las gracias. Siéntete agradecido a la persona que te permitió compartir algo con ella. No esperes en el fondo de tu corazón que él tenga que sentirse agradecido porque compartiste algo con él. No, siéntete agradecido porque él estuvo dispuesto a escucharte, a compartir un poco de energía contigo, porque estuvo dispuesto a escuchar tu canción, dispuesto a ver tu danza, porque cuando fuiste hacia él a darle no te rechazó... pudo haberlo hecho.

El compartir es una de las virtudes más espirituales, una de las más grandes.


4. Y la cuarta: no seas "alguien". Una vez que comienzas a pensar que eres alguien, te estancas. Entonces el amor no fluye. El amor sólo fluye de alguien que no es nadie. El amor mora sólo en la nada.

Cuando estás vacío, hay amor.

Cuando estás lleno de ego, el amor desaparece.

El amor y el ego no pueden converger.

El amor puede existir con Dios y no con el ego, porque el amor y Dios son sinónimos. Es imposible que el amor y el ego estén juntos. Así que, sé la nada. El "no ser" es la fuente de todo, el "no ser" no ser es la fuente del infinito... "no ser" es Dios. Ser "la nada" significa nirvana.

Sé "la nada" y al serlo, habrás alcanzado el Todo. Siendo "algo" te perderás; al ser "la nada", llegarás a casa."

http://www.oshogulaab.com/OSHO/VISION/4pasos.htm





COMPETENCIA POR EL PODER

* El gran problema del amor es que no encuentra su lugar en la dinámica de las competencias. Para competir se debe justamente ser "alguien". Ese alguien necesita poder y éxito para sentirse competitivo y apto en la selección que hacen los demás sobre sus logros y sus talentos. Las formas con que se obtienen los logros son: el celo (territorial y material), el orgullo, la vanidad... todas cestas contrarias a la naturaleza humilde (pero grandilocuente) del amor! La reflexión y el ahorro de un capital permiten también competir con mayor eficacia que compartiendolo todo.


* Otro gran problema con el que se debe lidiar a nivel de pareja es la fuerza sexual que escapa a las leyes unificadoras del amor. Para mantenerse atractivo desde el punto de vista sexual, hay que cultivar el poderío físico y provocar un deseo transitivo, situado en el deseo de otros sobre algun objeto que disputar. A este problema, sumemos que se desea la conjunción del amor y el deseo sexual en una sola persona. Osea, ee pretende que la pareja provoque tranquilidad y confianza, pero contrariamente, que provoque tensiones y el vertigo de la excitacion sexual. Cómo encontrar entonces ambas cosas en una sola pareja?

* Quizás la respuesta más apropiada nos indique que no se puede ni se debe amar a todos y que tampoco es posible llevar al exceso la actitud amatoria sobre una persona, menos aún si es una pareja; así, quedandonos con un grupo reducido para ofrecerles amor, vemos también que dentro de este grupo no se ama a todos por igual (ni en la forma ni en la intensidad). Resulta entonces legítimo, competir (sublimando la agresion dominadora) con las personas que no se ama -o las que no se les ama tanto-; ademas, solo asi puede conservarse la riqueza intima del gesto amoroso para unos pocos. No hay nada más absurdo que el amor universal. Yo puedo respetar mi entorno, pero ello no significa que ame todo lo que me rodea (incluyendo a los empresaurios, los virus, las moscas, los parásitos, la mierda, etc)


César Milan:
sobre el rol del afecto en la educación de una estructura

* el amor no es todo. Si se da afecto, afecto, afecto y más afecto, el individuo que lo recibe -sin condiciones- sentirá que le es posible hacer lo que sea, se sentirá en dominio de las reglas y de los límites, cuando la realidad social y natural nos demuestra lo contrario; la educación y la forma de relacionarnos no puede fundarse por tanto, únicamente en el amor. El amor incondicional es una forma absurda de decir: no me importa lo que hagas, te entrego igualmente mi afecto. Un amor verdadero, en cambio, si considera lo que el ser amado haga. Un amor verdadero, si está en una posición de autoridad sobre algo que el otro desconoce, y que resulta esencial para la vida en general, debe complementarse con un mensaje directo, cerrado y con límites, es decir, condicionado e inteligente. El ser amado, puede que se frustre al comienzo, pero si aprende a respetar los límites en una estructura definida -necesaria para la convivencia- agredecerá el sacrificio del educador, y para ello, no se necesita de un uso agresivo o desmedido de la fuerza.

* la frustracion que implica la obediencia a los límites, debe encausarse hacia formas de trabajo psíquico y psicológico en los que sea posible expurgar la tensión.

* El afecto, junto con el placer obtenido de los premios, producen un estado de hiperactividad y tensión, que solo se deshaoga con el ejercicio físico y mental. De este modo, es contraproducente establecer límites y entregar afecto si no se entregan y enseñan ejercicios para su descarga.

º Existen distintos tipos de amor, pero uno solo en cuanto estado y sentimiento primordial. El amor primordial es la bisagra que nos comnica con lo mejor, con aquello que siempre está presente. El amor primordial es esencialmente contemplativo y pasivo frente a un Gran espíritu.

º el amor secundario, comprendido desde las estructuras de poder del falo y sus demandas, es en cambio activo y reflexivo.

º la pasión primordial es relativa a la fusión del deseo con el Gran Espíritu, al "acto-pasivo" de contemplar. La pasión secundaria, en cambio, es la forma de padecer las determinaciones utilitarias de un Otro fálico.

º desde el Gran espíritu se ama porque sí.