Normalmente, los embarazos humanos duran 9 meses, con una proyección de vida entre 60 y 100 años. Este blog, por tanto, es algo así como un embarazo, pero donde la vida se proyecta de una manera diferente: con 27 años en el cuerpo, y con una identidad postiza y mil máscaras en la mochila. A ratos, la mochila parece vaciarse, un oasis parece abrirse en el desierto, pero la constante es más bien el desánimo, la sensación amarga de que todo está manipulado por intereses inconcientes.
Dentro de todo, nací en una buena familia. Dentro de este sistema materialista, donde prevalece el valor de la "competencia"; tener más que el prójimo es la competencia materialista del hombre burgués. Pues bien, una familia burguesa me ha dado lo necesario para no sentirme tan insignificante en el mundo de las competencias. Seguramente, hay gente que se siente más insignificante que yo. Vivimos en la era de la insignificancia, donde la unica forma de defendernos del vacío es luchando: por tener cosas, cosas y mas cosas, donde la lucha se dirige a asegurar la vida paranoicamente (AFPes, seguros automotrices, seguros catastróficos, etc.). El burgués entiende que eso está bien, o en último término, entiende que es una cosa natural. Si se vive con miedo es porque hay malandrines que quieren robarnos deshonestamente lo nuestro. Crecí en una casa de clase media alta, en un colegio de niños con apellidos rimbombantes, y con una ideología circundante que preciaba como lo más valioso las cosas materiales.
Con los conceptos nos es posible preveer y manipular, pero nunca entregar afecto, ser compasivos, o recibir del otro un genuino amor. Entre el amor propio de nuestra soledad y el prójimo se instaló la megaestructura del poder material, de suerte que cada cual mira las ropas de su prójimo antes que sus ojos. Sí, crecí en un ambiente cómodo de muchas cosas materiales, al punto que me avergonzaba, frente a mis compañeros de origen más acomodado, por la techumbre de latones de mi casa antigua, o simplemente, por no tener un nintendo. Mi padre llegaba neurótico por las noches, luego de largas y extenuantes jornadas laborales. Mi madre decidió ayudarlo en su empresa. Gracias a ellos tenemos el computador donde escribo, junto con los conocimientos universitarios y colegiales que ahora analizo y digiero en este blog, no con mucho orden, pero sí con la obsesiva idea de acumular. El conocimiento debe tener su registro. Pues bien, ya va concluyendo un ciclo, donde debo ponerle una cota a mis vicios y a este prolongado letargo. No puedo seguir alimentandome del esfuerzo de mis padres. Mientras ellos trabajan, venden y me sustentan, yo escribo y critico, sin llegar en plenitud a un activismo productivo y convincente. Hasta acá, todavía soy parte del sistema.
De mis padres conservo igualmente su resiliencia, el esfuerzo y la entrega con que logran sus metas. Esa fuerza debe dirigirse hacia mi liberación. Todo este embarazo no tiene sino ese sentido. De mis hermanos, conservo su lealtad. Ya es hora de que tengan el hermano mayor que se merecen. Hemos de dejar estas aguas podridas para nadar en océanos limpios. El camino de la consecuencia es dificil, y muchas veces surge el lapidario yugo de la incomprensión y la soledad. No obstante, al final del camino, que no es muy lejos, hay una luz eterna. Más alla de estas dificultades, donde todo vale en relación a un ego resentido y mil máscaras que lo disimulan, existe el reino de la consecuencia. Erich Fromm señala con aguda precisión, que somos educados en la inconsecuencia y la hipocresía. Si vemos desde chicos que nuestros padres y educadores predican el amor, expresandose agresivos, fríos y estructurados -como si quisieran manipular algo- creeremos que algo anda mal. No obstante, como necesitamos de nuestros padres su proteccion, nos sentimos insignificantes en nuestra capacidad crítica; pensaremos incluso que ello está bien, que es parte de la normalidad y de la neurosis colectiva; nuestra capacidad crítica, se confundirá con el terror a un castigo, o lo que es peor, con el miedo al abandono. La critica se duerme y nos trasnformamos en unos hipócritas.
Es hora del desembarazo. En busca de lo primero, vislumbro un puñado de tierra, agua cristalina, aire celeste, fuego vital y la conciencia de no estar solo. Gracias a todos por sus virtudes que recalan en lo profundo de mi ser, buscando la reververanncia de un arcoiris, en las cercanías de un bosque. También ofrezco mi sentido perdón a los que he ofendido con actitudes indecorosas. Es hora de un cambio.
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