miércoles, 28 de septiembre de 2011

el destino de las elites

No hay gobiernos menos representativos que los actuales gobiernos capitalistas. El capital, el cuerpo sin órganos, por su condición suprasensible, es capaz de seducir y dejar cautivos a los consumidores como si el capital, fuese una especie de deidad, un demiurgo, un ser intermedio entre las fuerzas celestes y las terrenas, que deviene todo lo posible en mercancìa.

El capitalismo es un sueño de los sujetos deseantes, capaz de imaginar un tener desde una eterna falta. La capacidad de desear del sujeto capitalista es la posibilidad de existencia desechable y cambiable de las mercancías.

Una medida a los poderes del capital es el Estado, pero incluso el Estado es visto por algunos políticos inescrupulosos como un bien de mercado, o una herramienta para alcanzar poder mercantil. Si fuese solo poder, lo único reprochable de los políticos cuando diseñan sus ciudades mercantiles, sería el daño que implica dejar de sentir asombro en beneficio de los honores que pueda rendirle la mayoría, ya sea por ofrecer muchos empleos o por entregar algún bien de mercado a los demás – tal es el caso de Farkas, que ofrece infraestructura y dinero además de simpatía.

En la medida que a este cuerpo sin órganos se le otorgan màs y màs poderes, lo único esperable de ello es que hasta el aire se venda como un bien. El agua ya està vendida por el régimen autoritario, facista, lame culos y de pequeño burgués de don Augusto. La educación està vendida a los socios de la “derecha progresista”.

Cuanta misera se extiende con este horrendo conjuro. La bestia se esconde tras un espejo que se resquebraja, y tras la sombra, se asoma una Gorgona. En otro reflejo se nos refleja Medusa y el poder del rayo.

La vorágine del capital osa convertirlo todo en mercancìa. Nos permite soñar un mundo en el que se pueden esconder los medios de producción con que se producen los bienes de consumo: carne podrida, cadaver de hormonas, flores pisadas, hormigas aplastadas. Sobre la destrucción y explotación de la materia, las energìas del trabajo es que se yergue la producción de mercancías: una casa, un computador, la conectividad.

Ya no pensamos nada màs allà de los lìmites que el capital, la capacidad de medir según costo y beneficio y de hacerse el huevòn con los costos inmediatos que tiene el proceso de producciòn para los otros, los que trabajan el capital –la proyección de la pulsión de muerte sobre el otro-. También, el que centra su medida en los sueños, es capaz de negar las consecuencias que el consumo desmedido de los sueños provoca en los consumidores: una clase “necesaria” de “pobreza” que asistir, una clase ignorante que endeudar y seducir.

Para el régimen capitalista todo lo que deviene mercancìa se transforma en objeto: en un medio o en un fin, en producción del trabajo y producto del trabajo. El cerdo capitalista aspira a soñar y a hacer partìcipes de su sueño pateando la escalera. ¿Es verdaderamente un instinto legitimado en la naturaleza para siempre como valor de uso adaptativo la capacidad de apoderarse de algo y compartirlo con un cìrculo ìntimo? ¿Es un instinto básico apretar la mano para emprender un negocio? ¿Es verdaderamente un negocio el producto del capital, el devenir mercancìa los sueños, los ideales?

El ideal capitalista sueña a que seamos partìcipes de una fiebre maligna. Soñamos todos la matriz de una arquitectura podrida. Con la publicidad de los bienes de consumo se vende no solamente un producto sino también una imagen, un sueño, un deber-ser. Los imperativos categóricos no son solo conceptuales.

Ante una mentalidad tan pequeña, soberbia y absurda como lo es hoy la mentalidad capitalista, que reduce todos los bienes de uso a valores de cambio mercantil, solo nos queda combatir, no bajar los brazos, luchar abiertamente contra el enemigo mental, boicotear al enemigo real. Hay que desmantelar la arquitectura siniestra de los ideales capitalistas, la idea “naturalista”-depredadora de que hay que “competir”-ganar, “sobrevivir”-explotar, “vivir feliz”- vivir con placer, ser conciente –ser un inonciente explotador de recursos y un torpe y lascivo cómplice, un perro que se contenta con migajas.

No. La respuesta a eso es no. Todo lo que pueda asomar la luz de un principio moral, una idea justa de convivencia y desarrollo personal, debe ser instalado en el seno del sentido común.

Los cerdos capitalistas quieren perpetuar sus fantasmagóricos poderes y extender el reino del cuerpo sin órganos justo sobre aquello que puede hacernos concientes, solidarios y competentes: la educación. Si se diseña una educación, baterìas de selección y diplomas a la medida de la “elite”- a los que le pueden pagar colegios caros-, solo nos queda abrir las manos, coordinarnos, elaborar una estrategia de guerra- el boicot. La guerra contra el capitalismo tiene muchas aristas, y una de ellas, polifacético y necesario, es el boicot, abierto, declarado –subrepticio y “diseñado”.

El diseño tiene que abrirse a las masas. Las masas deben no solo opinar, sino informarse y deliberar, luego votar. Soy de la corriente estudiantil de que los poderes se tienen que democratizar. Soy de la idea de Salazar, el historiador y no la vedette del famoso koala, de que el pueblo tiene que deliberar sin su clase gobernante. La situación actual de la derecha, la pseudo izquierda y el comunismo clásico – de explotación y mercantilización del medio ambiente y un régimen centralización en los poderes de un Estado podrido de raìz- tienen que ser superados y reemplazados por el poder de las mayorìas. ¿Què quieren las mayorìas? Vivir con sensatez, conciencia, y para ello, con educación y no tan solo con placenr, futil insconciencia. Algo podemos hacer. No hay que bajar los brazos. ¿Y si perecemos en el intento? Otro tomará la posta.

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