“la muerte, la incapacidad, y la angustia, siguen siendo las principales preocupaciones del ser humano… las tentativas de detener el tiempo van desde la apología de la inmortalidad del alma hasta acusar a las funciones sexuales como origen de todos nuestros males…
…"hasta el momento, ninguna de las máquinas construidas, ninguno de los productos químicos obtenidos por síntesis han erradicado por completo la angustia, la reacción de alarma que permite la sobrevivencia ante situaciones de peligro."
Comunicación Terapéutica
Jurge Ruesch
…Se yergue la ficción crediticia de que todos pueden alcanzar los bienes de consumo del rico
...el rico siempre querrá tener más que los demás: ello le otorga la apariencia evolutiva de ser mejor en términos de estatus, distinción, posesión de cosas materiales y defensa autoritaria de sus bienes. La high class, ese anhelo evolutivo por sobrevivir estratégica y codiciosmente aplastando a los más débiles, y de disfrutar de los bienes producidos explotando, persuadiendo y engañando compulsivamente, transforma la medianía burguesa de donde proviene su instinto anal de acumular y repetir en lujo.
...el rico perpetúa su poder de manera autoritaria, para relajarse y dedicar su tiempo al ocio, el asombro y las sutilezas del espiritu, educándose en las multiples formas de discriminación social para aumentar su sensación de exclusividad y conservar su felicidad lejos de la angustia (felicidad del placer carnal), lejos de la chusma y de las consecuencias abusivas de sus aristocráticas y lujosas costumbres.
… el egoísmo aristocrático hace surgir de sus nidos solitarios las culpas y amenazas de “otros” resentidos que están como fantasmas en su identidad humana, como imaginación vengativa de sus congéneres (todo es efecto de una causalidad que el explotador no quiere ver)
… una profunda abnegación por el otro, sin embargo, resulta autoinmolante y absurda bandera de crueldad hacia la propia vida, situación miserable que el aristócrata quiere imponer a sus ignorantes esclavos a través de deudas financieras.
… Cuando los ricos ven que la riqueza es insuficiente para lograr la paz espiritual, buscan la admiración y las alabanzas, honores que los catapulten a una cierta trascendencia en la historia. Cuando ven que no pueden procurarse honores a través de la verdad – porque para ello tendrían que abandonar los medios con los que producen sus lujos – intentan engañar a la masa, liberalizando los medios a los que esta se halla expuesta, para llenarla de información fraudulenta: la publicidad y los créditos bancarios.
El rico promete al pobre que con una tarjeta bancaria puede emprender y obtener lo que tiene el rico. Lo que no sabe el pobre es que ese emprendimiento no puede desestabilizar la hegemonía del rico y es una artimaña de manipulación mercantil del mismo para conformarlo a la ilusión de que él tambien puede transformarse en rico. El rico solo promete transformar al pobre en una clase media conformista, que entonces, encandilado por los bienes de consumo a los que puede acceder pero agobiado por sus deudas, olvidará las raíces explotadoras que le impiden ser feliz.
Las clases bajas y medias se volverán autoflagelantes y consumistas compulsivos toda vez que la impotencia que le producen sus deudas y su excesivo apego hacia las cosas, se diriga cuplosamente hacia su torpez. De este modo, los ricos se aseguran de que por un tiempo, esta clase media en conjunto con la pobreza a la que se le asocia y vincula, llene esa culpa comprando, perpetuando su esclavitud y diuluyendo la identidad de clase– como ocurre por ejemplo en Japón, donde los ricos se dedican a explotar y causar miserias en el resto del mundo mientras su abundante clase media se dedica nada más que a producir en las industrias tecnológicas de los ricos y a consumir las mercancías del mundo explotado.
El rico produce un sistema de territorialización que no solo abarca lo local sino lo mundial, por lo cual, se le hace más fácil invisibilizar su responsabilidad en los mecanismos de explotación que mantienen la ignorancia de la plebe y la clase media sobre su frágil felicidad consumista, atacada silenciosamente por las industrias del rico.
Prometiendole a la pobreza y la clase media que el crédito de consumo y la subordinación para obtenerlo produce felicidad, la elite disuade la atención de la plebe para echar su mano por debajo de la mesa: para conservar y aumentar su poder sin que ello afecte su imagen de penefactor: destruyendo a la competencia o “aliándose” a ella- expropiando derechos sobre las aguas y los bienes naturales en general a las comunidades, territorializando ideologica y militarmente el globo, estableciendo alianzas estratégicas con los municipios, los tribunales, los abogados, los jueces, las policías, los políticos, los contralores, apropiándose de la gestión pública para privatizar la libertad de explotación en beneficio de sus intereses. El rico, cree con ello ser más evolucionado y adaptado que el resto, compartiendo sus riquezas, sus cosas materiales, sus honores y los dispositivos de control que utiliza para conservarlos y aumentarlos con su familia, sin embargo, el rico, se condena a si mismo y a su familia a escapar constantemente del sí mismo y a buscar siempre una excusa, una apariencia que maquille los desastres que producen y que prontamente los van a alcanzar a ellos también; no podrán escapar por siempre de la contaminación que producen y del resentimiento que más pronto que tarde, se cohesionará bajo una nueva conciencia de clase antiburguesa.
El peso de la realidad se hace visible porque inevitablemente sentimos angustia ante aquellos fines que, por comodidad, ignorancia, crueldad o lujuria, se invisiblizan a la conciencia – el autoritarismo de esa mano invisible le permite jugar como mal ajedrecista, pues pronto acabará colapsando los medios de producción y la tolerancia conformista de la plebe y de sus propios nietos, quienes vivirán en una sociedad donde la información estará más liberalizada y combatirá los embustes corporativos. El sistema de depredación y depravación de los ricos se volverá contra ellos mismos, lo que les pondrá en evidencia evolutiva, la de ser primitivos, mentirosos, infelices, telaraña de apariencias e irresponsables acciones, pues no hay ninguna visión de futuro ni de felicidad plena en el engaño y la irresponsabilidad.
…Nos angustian los otros y lo que puedan opinar de nosotros y nuestras acciones. Nos angustia la pulsión de muerte que los rechaza, devora y destruye en el deseo de aglutinación urbana y mercantil.
El deseo es libre de imaginar y ser imaginado por otros: ser tomado e invadido por otros invisibles. Nos angustia el deseo porque está tomado por una mano invisible, sometido a voluntades extrañas (depredadoras, carroñeras y parasitarias) que “desean” venderse como un bien identificatorio a través de una imagen “desinteresada”. Ahora, el ruido de la angustia ante esta terrible amenaza en contra de la libertad, se apaga bajo la luz eléctrica, el ruido de la tele y la propaganda de estas vidas felices, del sueño de la libertad material manipulada por vendedores sombríos de oro y cáncer.
..Perdemos la noción de que la angustia sirve para protegernos de un peligro; la angustia se vuelve de algún modo ingobernable; al quedar entorpecida, esta defensa critica pierde el control sobre los agentes patógenos que en nuestro entorno circulan y nos amenazan, volviéndose más poderosos por nuestra ceguera y encandilamiento; los agentes patógenos se reproducen en nuestro organismo de manera silenciosa, ocultos, cancerigenos… más y más placer para tapar el displacer, una pastilla para taponar la grieta y obtener el goce del lado del placer carnal-situación insostenible en el tiempo porque toda producción de placer tiene un costo de explotación y consumo que degeneran inevitablemente la salud. Llega un punto en que el placer no llena ni evade de nada y se vuelve el mismo displacentero, convirtiendose en vicio. La angustia, en definitiva, y aunque la quisiéramos eliminar, sigue ahí, como constante de indeterminación y percepción de que aquello indeterminado es cada vez más peligroso.
Nos volvemos unos inconscientes toda vez que el poder de las cosas materiales y de la explotación utilizada para ello se vuelve absoluto, sin fisuras, ocupando todo el foco de nuestra atención existencial para la obtención de placer que nos niegue el sentido de responsabilidad sobre nuestras acciones; la capacidad de angustiarnos, sin embargo, frente a lo impredecible sigue ahí, incomprensible bajo el maquillaje del circo mercantil, manipulada por las tecnologías del poder;
mientras más negamos la angustia, más nos enferma y se descontrola en el organismo, confundiéndolo, agotandolo: entonces no podemos ver qué nos aqueja y quienes somos pues solo tenemos en mente el objeto sacramental del placer, ya sea una droga o un “bien” de consumo, y vemos nuestro estúpido rostro carnicero en el espejo, esbozando una pálida y perversa sonrisa.
…La manipulación de los medios de información en las aglutinaciones mercantiles donde pulula la clase media, le permiten mantenerla en un estado de conformismo conveniente para aliarse a ella y criminalizar y castigar la marginalidad, que inevitablemente, subsiste tras la expropiación del patrimonio a las comunidades. La manipulación de los medios de comunicación, le evitan a la clase explotadora tener que dar explicaciones por reprimir las sublevaciones del explotado, delegando tal función a los marginales que desean “surgir”, es decir, ensuciarse las manos reprimiendo a su propia gente en nombre de los ricos, sin que estos deban rendir cuenta por sus acciones y ordenanzas. Las inten dencias se aseguran de este modo el estatus quo mercantil del sueño burgués.
Por la persuasión subliminal de la publicidad y las “noticias” de hechos criminales de la clase marginal, parcializados y desligados de su origen, los ricos no hacen más que aumentar la indignación de la gente, pronta a explotar. Los ricos se preparan entonces a conservar su estatus del único modo en el que saben hacerlo: por la fuerza de las armas
la angustia se aparece entonces como una sombra sorpresiva bajo la lógica del consumo; la angustia es “sustituida” por el deseo egoísta de placer, la agresividad, el dominio del consumo infinito, que luego deriva en pánico colectivo, en una actitud de individualismo exacerbada.
La angustia nos enferma de cáncer porque no sabemos localizarla: no sabemos cuales son sus objetos ni sus razones, embobados por el circo consumista, la informática y la publicidad…
El ser humano, educado en la búsqueda incesante y grotesca de placer, y una presa que le permita su explotación y consumo, no teniendo garantizada la protección ante los intereses mercantiles externos que le puedan agredir, se casa comúnmente bajo el orden hegemonico de la monogamia, estatal o eclesiástica, para proteger y darle mayor valor a su peligorsa empresa de adaptación carnicera.
No sirven de nada las sublimaciones sino existe un acto posterior que las contenga. Nos sumergimos en la misma materia de la angustia mercantil, lo indeterminado, pero de un modo radicalmente opuesto. Nos sumergimos en ella con un estanque de oxígeno más resistente y en mares más profundos toda vez que la meditación, el acto de contemplación de nuestras funciones básicas conectadas a un todo, encuentra algo grandioso fuera y dentro de sí, y cuando su motivación es activa, agradecida, y no reactiva ni demandante. Toda vez que desaparece nuestro deseo de consumo y producción, podemos disfrutar lo que tenemos presente en nuestra naturaleza física y espiritual, en nuestra corporalidad trascendente.
…Los “grandes” países están preocupados de mantenerse seguros y no de meditar ni canalizar la angustia del ser humano para la obtención de felicidad; la angustia es cada vez más grande porque para obtener seguridad, los gobernantes, ricos y burgueses en general, se vuelven cada vez más hostiles y explotadores entre sí, incluso consigo mismos. Ya no se confía uno de nadie porque todo es impersonal en medio de la aglutinada masa mercantil.
Para ser como una máquina, los explotadores niegan la posibilidad de sentir compasión por lo impersonal de la masa aglutinada- con tal de conseguir sus fines impersonalizan el proceso productivo e invisibilizan su responsabilidad tras el abuso -, se esconden así, tras la máquina impersonal y la consigna del progreso, usando un imperceptible y control remoto desde la lejanía, reprimiendo a las masas y vertiendo los residuos industriales de sus lujos sobre la criminalizada clase marginal, la debilitada clase rural y regional y sobre las minorías étnicas sometidas al yugo de la globalización y las armas del explotador.
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