jueves, 26 de agosto de 2010

Cama león

* Los histeriquillos se camuflan en el Otro. Cuantos Elvis y Jimmyes andan por ahí escondiendo sus yoes verdaderos?; alguna forma o estilo ex-tranjero los salva de ser ellos mismos; cuantos heideggerianos-nazis se hallan incluso entre la población mestiza? Para idolos extranjeros siempre hay una version chilensis o una réplica india; bandas de covers, empresarios que cierran negocios disfrazados de chaqueta y corbata y con un vistoso maletín; mujeres de pelo amarillo que reproducen el modelo barbie; y asi sucesivamente, el proceso deconstructivo es eterno; incluso un folklórista -apegado excesivamente a la reproduccion de una raiz popular- no deja de apelar a una influencia que copia y simula ser lo que no es.

En imitar no hay engaño. El juego consiste en esconderle el secreto al otro. En el fondo de todas las copias se guardan con disimulo las cartas. Más le vale al histerico simular los yoes y las palabras que lo influencian para no quedar en evidencia, como un copión; más le vale no enfrentarse a su castración por el rechazo de otros.

El histerico se acerca al travesti en la simulacion. Ahora bien, su identificación sexual permanece; no se transgrede ni simula ser otra, aunque muden sus objetos e investiduras; el prototipo de un otro que se elige y desea no está del todo quieto pero la identificación sexual del yo es el pivote desde donde el histerico trabaja sus cambios. El histérico busca homosexualmente su identidad cuando transgrede un límite. De la homo y la bisexualidad al trasvestismo hay nada más que un intervalo.

Los modelos auténticos ya no son más que abono. El histerico salva al otro de su muerte copiando su modelo; manía ex-céntrica de ser otro; paradoja eterna de seguir un modelo ideal pero que asoma una contradiccion conversiva. O se es nadie en la masa anonima o se es alguien diferente. El histerico busca la diferencia en sus ideales. Cuando los histéricos se camuflan bajo el aspecto extraordinario de un líder, al que evidentemente admiran o envidian cuando se identifican a su modelo, pare-sen ser ellos mismos los que gozan de un triunfo sobre los demás; en el fondo, son subsidiarios de un Otro que siempre les ofrece un formato. Al histérico le cuesta sacarse el disfraz. Le resulta incómoda la soledad bajo el mundo de apariencias del que participan. Tras esa fuerte ligadura con sus semejantes se esconde una ligadura simbólica con Otro

La tendencia mimética del histérico guarda respeto por la identidad. Se aleja en dicho sentido del antisocial y se distingue del limítrofe porque este ultimo, a pesar de que no llega a ser antisocial, no respeta los límites ni el sentido común, y aunque se mostrara orgulloso, ni siquiera se guarda lealtad consigo mismo. Lo que distingue al histérico del límitrofe es su expresa y humilde actitud de servicio con los otros. Se someten al juego imaginario de las identificaciones respetando el sentido común. La rebelión les viene desde el cuerpo pero por otras razones y por otros mecanismos: la disociación; el mal se expurga y el dolor se aminora en la conversión histérica: el síntoma enfermizo, el llanto, la angustia.

Sobresale a veces, en una posición amatoria que lo distingue del resto por su extraña (y a veces superficial) forma de identificacion con el otro de su amor. Reciben de este lo que nadie más quiere : su abyeccion. De ese modo, el histerico sumiso lo es en la medida en que quiere salvarse salvando a otros: apoderandose del Otro en un trance de ex-purgacion. Baste ejemplificar que hay muchas psicólogas y la tendencia va en franco aumento.

Existen otras opciones. Hay histéricos que se revelan contra el gesto sumiso del buen samaritano. No aceptan el mal del Otro en la subjetividad. Se acercan a la tendencia narcisista del limítrofe, pero cierto respeto los distingue como víctimas y no como victimarios. Se revelan contra la indeterminación y la mediocridad de sus congéneres, desean unicamente lo bueno de los otros: su intrés erotico. Cercan los males ajenos con guantes quirúrjicos pero se muestran dóciles y permeables con lo que admiran. Ahora bien, no hay histérico capaz de controlar plenamente sus identificaciones porque aquello que viene junto al don guarda necesariamente un reverso. Al histérico le es inevitable absorber los adhesivos abyectos de su ser amado completo. A menos que uno se identifique fragmentariamente, de un modo demencial, resulta imposible no interpretar el drama de una contradiccion. Se abyectan ellos mismos sufriendo unos espasmos o poseídos en la embriaguez de un Dios castigador.

Un histérico puede rayar en el límite de lo excéntrico; atrae la atención sobre si, extravertido en los otros, viviendo en función de un otro que se sitúa demasiado cerca. El drama más singular del histérico resulta del no hallar una intimidad propia y segura. Se entregan al Otro pero no sin defensas. Hay un gesto narcisista del asco que los defiende de la enfermedad. El masoquismo y la humildad aminoran el gesto egolatra, pero nunca del todo. El gesto amoroso de Narciso es despótico, territorial y subyace hasta al más devoto: gesto de control omnipotente sobre el otro. Ese es el caso singularísimo del limítrofe, quien se muestra pasivo y se considera incapaz de producir un bien social. Tiene miedo del amor abyecto de un Otro y del suyo propio. A su necesidad de atención se añade la necesidad de control. El histérico, en cambio, guarda en su corazón un gesto más humilde, incluso de profunda consideracion y congoja con los otros. Se ama en función de una totalidad y no de un fragmento. Se entregan en cuerpo y alma al Otro. Llegan a ser incluso dependientes, aunque en esos casos, es mas bien la perversión masoquista lo que les seduce. Pero no dejan por ello de ser histéricos. La histeria es un concepto clinico que designa una amplia gama de variación en su estructura, pero a todos, sin embargo, los atraviesa una misma situación: la incapacidad de tolerar la maldad del Otro.

No es un asunto de mujeres el andar histeriquiando por ahí. En alguna medida, todos interpretamos una Obra. Se teme a la separación y la lejanía o rechazo de los otros, que se abyecta en el cuerpo como rechazo propio. Un amo explotador es desafiado por la fuerza fragmentaria del síntoma. No hace falta gozar de un útero y de una vagina para sentir los profundos acoplamientos eléctricos del Dios reprimido. Ese Dios represo, que dona y reprime siendo él mismo reprimible en su gesto ambiguo (en tanto que se le ama: me ama, pero en tanto que le amo, me odia, le odio). El amo ama desplazando al sujeto, poseyendolo: lo desdobla; el sujeto no soporta la abyeccion del Otro en su palabra; el único recurso que le queda son las descargas del cuerpo: la moneda de cambio por el abuso que me haces sufrir.

* Los líderes del anarkismo se señalan a sí mismos muchas veces copiando un modelo, y sobre su pesar y orgullo narcisista se quejan. Les pesa el deberse eternamente a un Otro... humanamente podrido en su interés personal. "El Otro me mea encima" y eso no se soporta. El único Otro al que se interpela el anarkista es el sí mismo unido a su sustancia divina, la tierra (o quizás el cielo estrellado, vaya a saber uno). Se acoplan a la identidad cuan si fuesen niños hechos de fragmento. Su ley se envanece de sí misma en la radicalidad opuesta del colectivismo sistémico; no se tranza con los totalitarismos homogéneos. El anarkista vive mejor desconectado, pero a diferencia del hippie, tomando las piedras, tirandolas en contra del agresor; no se deja pisotear tan facilmente.

* El comediante, muy en la línea de lo histérico, goza exhibiendo perversamente la indignidad de otros, meándolos incluso. El comediante marca territorio con sus burlas,centrandose el mismo como dominante en su vertiente narcisista. Lo dominado, es la castración, pero la castracion de un otro al que se señala desvalido; dicha proyeccion permite un estado de superioridad en el comediante y sus comediados (el público), en el que la atención del Otro recae sobre el yo comediante, pero solo a través del objeto de burla, el objeto de lo comediado. Se me viene el ejemplo del Quijote, donde Cervantes lo arroja sin mas a la risa de un publico que traspasa las fronteras del tiempo y del espacio, que podría llegar a sentir piedad pero que en el fondo, se quiere reir de la desgracia ajena. La atención tiene por objeto la burla y la castracion de un otro. El público proyecta la castración en un chivo expiatorio; las desventuras de don Quijote alivian al publico y a su mismo autor de un sentimiento de minusvalía. Cervantes logra un éxito personal por la atención y risa de los otros en su narrativa, pero gracias a las locuras y desventuras de SU don Quijote, SU obra. La castración se proyecta en un otro; Su autor desea ganar un sentido de propiedad y de triunfo sobre los otros, que solo se legitima por la risa de un público que se identifique a ese sentido de propieda y triunfo que el autor intenta transmitir.

Ahora bien, justo en el sesgo proyectivo de dicha situacion cómica, y para no decir que el humor es un asunto unicamente histérico, se vislumbra su vertiente compulsiva. La necesidad de un todo completo y controlado que considere la castración como un fenómeno de todos, incluso de su autor. Ni siquiera el comediante puede abstraerse de su situacion engorrosa. La castración recae en el yo co-mediante como en los otros; afecta al agente que moviliza el buen humor. Hay que advertir de todos modos, que si el obsesivo se situa en la posición de víctima respecto de su castración frente a otros, nunca por eso pierde su sesgo histerico (que lo distingue del resto); focaliza las miradas sobre si de un modo rídículo, abyecto incluso, pero se salva de la verguenza ajena por ser el mismo el agente de dicha situacion; eso si, muy en el límite, tocando el cuerpo y la identificacion de lo comediado en un Otro. La identificacion publica es en realidad pubica: agresión del ser honesto en los límites de una competencia; muy en el límite, colindando con el exhibicionismo y el sado-masoquismo perverso. Mientras más abyecta la broma, más perversa será su dinámica de exclusion y burla. Ejemplos?: Chaplin, Woody Allen, Jim CArrey, Fiodor Pavlovich Karamazov...

* El fóbico mira a sus semejantes a través de sombras. Mira lo siniestro, el agujero de lo real pero que se transfiere al si mismo por la angustia. Experiencias de la muerte que lo oprimen: la suya propia o la de un ser querido. Lo que de ese modo se aparece en el espacio vacío es la muerte, pero desde la muerte y las sombras se proyecta un Otro cuyo representado es la Vida misma; ante los ojos denunciantes de un tribunal y ante todos los ivas de su condición temporal (pro, intro y nosto)!: situación radicalmente propia pero exorbitantemente ajena; esta paradoja hace inasimilable el temor, porque cuando el fóbico es sorprendido, es arrancado de sus esquemas y arrojado a las tinieblas del horror.

Por un mecanismo que sigue un sesgo obsesivo el sujeto es sometido a un tribunal en el que no se tiene derecho a réplica, en el que la unica reaccion posible es el terror. En ese tribunal el juez inapelable es curiosamente "un objeto" que para los efectos del caso, condensa la muerte y lo indeterminado desde su posición particular. Esto le permite al fóbico salvarse de la locura, como un niño, cercando su miedo de abyecto, manteniendo un "cierto control" que lo salva un indeterminado impredecible, de una crisis de angustia por ejemplo. La idea y sensacion de que no hay opcion más que la muerte y la angustia, acontecen unicamente cuando los límites del mundo son transgredidos por completo. El objeto fóbico se haya ligado a una circunstancia abyecta más nítida y neurótica que en la crisis de angustia (más cercana a la locura); por una cuestión económica, lo indeterminado se reprime y abyecta, como vacío y persecusión de un ser malo. El objeto que se toma para su condensacion le permite al sujeto mantenerse alejado, distante y alerta de su persecusion.

Una de las diferencias visibles que distinguen al fobico del paranoico, es que a este último la acusacion le viene de un Otro disperso. El fóbico aprecia intelectualmente el absurdo de su condicion particular; cerca lo abyecto en el temor de un objeto, de una cosa sobre la que se tiene un control, pero que de todas formas le resulta inasible (cucarachas, arañas, encierros...); el objeto fóbico resulta exorbitante y panicoso por una condicion paradójica: la de ser un particular indeterminado. El paranoico por su parte, no comprende la situacion paradojal de su miedo y se deja poseer por los influjos de un maligno, en la imaginación de que el yo corporeo es el que sufre su persecusión; desde algo indeterminado, sin nada particular que le permita un control; cerrado en definitiva a la posibilidad de un absurdo, porque es Dios quien lo elige como objeto de castigo. En una rumiación obesiva, un Otro me persigue y se burla de mi, pero en una rumiacion delirante, no se puede comprender que otro sea mejor que yo. Ese sentido de superioridad lo es respecto del Dios omnipotente con el que se guarda una estrecha y singular relacion de castigo y expurgacion; inaccesible para un otro, desbordante y fragmentaria en las inervaciones del cuerpo.

* Lo limítrofe se distingue unicamente en el deterioro de un juicio: en lo irracional de sus creencias y conductas y en la perseverancia de un goce narcisista, que exige su moneda de cambio desde una posicion ambigua: como víctima y victimario, como agente y paciente de una lucha. A esos señores, a los que se les intenta pacientizar con el encierro, unicamente son límites por el desafío narcisista de un amo que no les ama ni protege; se muestran muy llamativos y reacios a la ley abyecta del Otro; atraen, en su renuncia a la palabra, la agresión (sumisa o activa) del Otro sobre su cuerpo, que de ese modo, abyecta al yo y a los otros de un sentido común. El Otro se apodera del cuerpo abyectándolo. El suicidio y la amenaza son sus descargas. El cuerpo se fragmenta al igual que el yo / que se identifica al cuerpo fragmentado) lo que en definitiva, no permite la sumisión de su voluntad a un Otro déspota, explotador, y que ama en la medida en que posee y destituye la dignidad propia. Si se muere, se muere por Otro.

Yo se que tu no sabes que yo sé. Tú sabes que crees que yo no sé que tú sabes que yo no sé.

* La irresponsabilidad y el trauma acercan el juicio y la muerte a la cama. En el juicio de la autoacusacion, el yo se debate en un tribunal. Melancolicos en su mayoria, cuya tendencia narcisista y obsesiva (de ambivalencias perfectas) lo interpelan al autoflagelo; pero incluso el delincuente perverso, debe rendir cuenta por sus horrores ante un tribunal escenificado en su conciencia. El dictamen, de ser melancólico, cede paso a las culpas, y sobre todo, cuando la muerte le interpela y obsesiona. El Otro del amor melancólico induce manías o triunfos que borran las faltas y las deudas con la historia, como si ya estuviese todo resuelto. Y uno se termina por convencer. Ahora bien, cuando el dictamen del juez es omitido incluso en la capacidad autoflagelante de la culpa, la abyección se introduce en el cuerpo, como una imposibilidad de comprensión. El autoflagelo, es el mecanismo de control social intravertido en los sujetos neuróticos, que induce las melancolías y las diferentes manías, pero cuando ese mecanismo es omitido, o cuando el rigor intelectual se aleja de la realidad para su liberacion postrera, los fantasmas del crimen toman el cuerpo y lo abyectan, sobre todo en sus capacidades cognitivas de comunicacion y comprension con los otros. Ya sea porque no se asimila el enjuiciamento de las victimas o porque uno mismo es la víctima de algo invencible, se cae en un estado de profunda degeneración. Un estado de manía niega el acontecer preterito y desvanece las posibilidades de ser prospecto. Pero un estado demencial niega incluso su propia identidad para trascender el juicio del Otro, para salir ileso del tribunal.

La trascendencia con los otros se niega siendo abyecto, trascendiendo la historia en el silencio represor. Los crímenes del pasado se encubren con el implacable sonido del silencio. No por eso, la fuerza obsesiva deja de funcionar. No por eso el yo deja de autoindicarse como objeto, pero esta vez, de un modo regresivo, en el cuerpo; como los niños irresponsables que alguna vez fueron para un Otro del cementerio.

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