El ventero, que vio a Don Quijote atravesado en el asno, preguntó a Sancho qué mal traía. Sancho le respondió que no era nada, sino que había dado caída de una peña abajo, y que venía algo brumada las costillas. Tenía el ventero por mujer a una no de la condición que suelen tener las de semejante trato, porque naturalmente era caritativa y se dolía de las calamidades de sus prójimos; y así, acudió luego a curar a Don Quijote e hizo que una hija suya doncella, muchacha y de muy buen parecer, la ayudase a curar al huésped. Servía en la venta asimismo una moza asturiana, ancha de cara, llana de cogote, de nariz roma (chata), del un ojo tuerta y del otro no muy sana. Verdad es que la gallardía del cuerpo suplía las demás faltas: no tenía 7 palmos de los pies a la cabeza, y las espaldas, que algún tanto le cargaban, la hacían mirar al suelo más de lo que ella quisiera. Esta gentil moza, pues, ayudó a la doncella, y las dos hicieron una muy mala cama a don Quijote en un camaranchón (cobertizo) que en otros tiempos daba manifiestos indicios que había servido de pajar muchos años; en la cual, también alojaba un arriero...
En esta maldita cama se acostó don Quijote, y luego la ventera y su hija le emplastaron de arriba a abajo, alumbrándoles Maritornes, que así se llamaba la asturiana; y como al bizmalle (al aplicarle la cataplasma) viese la ventera tan acardenalado a partes a don Quijote, dijo que aquello más parecían golpes que caída.
-No fueron golpes- dijo Sancho- sino que la peña tenía muchos picos y tropezones, y que cada uno había hecho su cardenal...
- cómo se llama este caballero? - replicó la moza.
- Don Quijote de la Mancha- respondió Sancho Panza- y es caballero aventurero, y de los mejores y de los más fuertes que de luengos tiempos acá se han visto en el mundo... en dos palabras, se ve apaleado y emperador: hoy está la más desdichada criatura del mundo y la más menesterosa, y mañana tendría dos o tres coronas de reinos que dar a su escudero...
Todas estas pláticas estaba escuchando muy atento don Quijote, y sentándose en el lecho como pudo, tomando de la mano a la ventera, le dijo:
- creedme, fermosa señora, que os podeis llamar venturosa por haber alojado en vuestro castillo a mi persona-... Le dejaron, y la sturiana Maritornes curó a Sancho, que no menos lo había menester que su amo...
Ya estaba Sancho bizmado y acostado, y aunque procuraba dormir, no lo consentía el dolor de sus costillas; y don Quijote, con el dolor de las suyas, tenía los ojos abiertos como liebre. Toda la venta estaba en silencio, y en toda ella no había otra luz que la que daba una lámpara que colgada en medio del portal ardía.
Esta maravillosa quietud... le trujo a la imaginación una de las extrañas locuras que buenamente imaginarse pueden; se imaginó haber llegado a un famoso castillo... y que la hija del ventero lo era del señor del castillo, la cual, vencida de su gentileza, se había enamorado de él y prometido que esa noche, a furto de sus padres, vendría a yacer con él... se comenzó a acuitar y a pensar en el peligroso trance en que su honestidad se había de ver, y propuso en su corazón de no cometer alevosía a su señora Dulcinea del Toboso, aunque la misma reina Ginebra con su dueña Quintañosa se le pusiesen delante.
Pensando pues en estos disparates, se llegó el tiempo y la hora de la venida de la asturiana, la cual, en camisa y descalza, cogidos los cabellos en una albanega de fustán (cofia de algodón), con tácitos y atentados pasos, entró en el aposento donde los 3 alojaban, en busca del arriero. Pero apenas llegó a la puerta, cuando don Quijote la sintió y sentandose en la cama, a pesar de sus bizmas y con dolor de sus costillas, tendió los brazos para recibir a su fermosa doncella. La asturiana, que toda recogida y callando iba con las manos delante buscando a su querido, topó con los brazos de don Quijote, el cual la sió fuertemente de una muñeca y tirándola hacia sí, sin que ella osase hablar palabra, la hizo sentar sobre la cama. Tentole luego la camisa y aunque ella era de arpillera, a él le pareció ser de finísimo y delgado cendal (seda). Traía en las muñecas unas cuentas de vidrio, pero a él le dieron vislumbres de preciosas perlas orientales. Los cabellos, que en alguna manera tiraban a crines, él los marcó por hebras de lucidísimo oro de Arabia, cuyo resplandor del mismo sol escurecía; y el aliento que sin duda alguna olía a ensalada fiambre y trasnochada, a él le pareció que arrojaba de su boca un olor suave y aromático; y, finalmente, él la pintó en su imaginación, de la misma traza y modo, lo que había leído ensus libros de la otra princesa que vino a ver al malferido caballero vencida de sus amores, con todos los adornos que aquí van puestos. Y era tanta la ceguedad del pobre hidalgo, que el tacto ni el aliento ni otras cosas que traía en sí la buena doncella no le desengañaban, las cuales pudieran hacer vomitar a otro que no fuera arriero; antes le parecía que tenía entre sus brazos a la diosa de la hermosura. Y, teniéndola bien asida, con voz amorosa y baja le comenzó a decir:
-quisiera hallarme en terminos, fermosa y alta señora, de poder pagar tamaña merced... que aunque de mi voluntad quisiera satisfacer a la vuestra fuera imposible. Y más que se añade a esta imposibilidad otra mayor, que es la prometida fe que tengo dada a la sin par Dulcinea del Toboso, única señora de mis más escondidos pensamientos...
Maritornes estaba congojadísima y trasudando de verse tan asida de don Quijote y, sin entender ni estar atenta a las razones que le decía, procuraba sin hablar palabra desasirse. El bueno del arriero, al que tenían despierto sus malos deseos, desde el punto que entró su coima (amante) por la puerta la sintió, estuvo atentamente escuchando lo que don Quijote decía, y celoso de que la asturiana le hubiese faltado la palabra por otro, se fue llegando más al lecho de don Quijote y estúvose quedo hasta ver en qué paraban aquellas razones que él no podía entender; pero como vio que la moza forcejeaba con desaire y don Quijote trabajaba por tenerla, pareciendole mal la burla, enarboló el brazo en alto y descargó tan terrible puñada sobre las estrechas quijadas del enamorado caballero, que le bañó toda la boca en sangre; y no contento con esto, se le subió encima de las costillas y con los pies más que de trote se las paseó todas de cabo a cabo...
...el ruido despertó al ventero y luego imaginó que debían de ser pendencias de Maritornes, porque habiendola llamado a voces no respondía. Con esta sospecha se levantó y encendió un candil... La moza, viendo que su amo venía y que era de condicion terrible, toda medrosica y alborotada se acogió a la cama de Sancho Panza, que aún dormía, y alli se acurrucó y se hizo un ovillo. El ventero entró diciendo:
- a dónde estás puta? a buen seguro que son tus cosas estas.
En esto despertó Sancho y, sintiendo aquel bulto casi encima de si, pensó que tenia la pesadilla y comenzó a dar puñadas a una y otra parte, y entre otras, alcanzó a Maritornes, la cual, sentida de dolor, echando a rodar la honestidad dio el retorno a Sancho con tantas, que a su despecho le quitó el sueño; el cual, viendose tratar de aquella manera, y sin saber de quien, alzándose como pudo, se abrazó con Maritornes, y comenzaron entre los dos la más reñida y graciosa escaramuza del mundo.
Viendo, pues, el arriero, a la lumbre del candil del ventero, cual andaba su dama, dejando a don Quijote en el suelo, acudió a dalle socorro necesario. Lo mismo hizo el ventero, pero con intención diferente, porque fue a castigar a la moza... daba el arriero a Sancho, Sancho a la moza, la moza a él, el ventero a la moza, y todos menudeaban con tanta priesa, que no se daban punto de reposo; y fue lo bueno que al ventero se le apagó el candil, y como quedaron a escuras, dabanse tan sin compasion todos a bulto, que adoquiera donde ponían la mano no dejaban cosa sana...
Alojaba acaso aquella noche en la venta un cuadrillero de los que se llaman de la Santa Hermandad Vieja de Toledo, el cual, oyendo asimismo el extraño estruendo de la pelea... entró a escuras en el aposento, diciendo:
- ! Téngase a la justicia! !Téngase a la santa Hermandad!
Y el primero con el que topó fue con el apuñeado de don Quijote, que estaba en su derribado lecho, tendido boca arriba sin sentido alguno; y, echandole a tiento a mano a las barbas, no cesaba de decir:
- !favor a la justicia!
Pero viendo que el que tenía asido no se bullía ni meneaba, se dio a entender que estaba muerto y que los que allí dentro estaban eran sus matadores, y con esta sospecha, reforzó la voz diciendo:
- Ciérrese la puerta de la venta! miren que no se vaya nadie, que han muerto aquí a un hombre!
Esta voz sobresaltó a todos, y cada cual dejó la pendencia en el grado que le tomó la voz. Retirose el ventero a su aposento, el arriero a sus enjalmas, la moza a su rancho; solo los desventurados don Quiote y Sancho no se pudieron mover de donde estaban.
(...)
(al día siguiente)
Levantose Sancho con harto dolor de sus huesos... El ventero le proveyó de cuanto quiso, y Sancho se lo llevó a don Quijote, que estaba con las manos en la cabeza, qujandose del dolor del candilazo, que no habia hecho mas que levantarle dos chichones algo crecidos, y lo que él pensaba que era sangre no era sino sudor que sudaba con la congoja de la pasada tormenta.
En resolucion, él tomo sus simples, de los cuales hizo un compuesto, mezclandolos todos y cociendolos un buen espacio, hasta que le parecio que estaban en su punto... apenas lo acabó de beber, cuando comenzó a vomitar, de manera que no le quedó cosa en el estómago; y con las ansias y agitacion del vomitole dio un sudor copiosisimo, por lo cual mandó que le arropasen y que le dejasen solo.... verdaderamente creyó que había acertado en el bálsamo de Fierabrás, y que con aquel remedio podia acometer desde alli sin temor alguno cualesquiera ruinas, batallas y pendencias, por peligrosas que fuesen.
Sancho Panza, que tambien tuvo a milagro la mejoria de su amo, le rogó que le diese a él lo que le quedaba en la olla, que no era poca cantidad. Concedioselo don Quijote, y él, tomándola a dos manos, con buena fe y mejor talante se la echó a pechos y envasó bien poco menos que su amo. Es, pues, el caso que el estomago del pobre Sancho no debia de ser tan delicado como el de su amo, y así, primero que vomitase le dieron tantas ansias y bascas, con tantos trasudores y desmayos, que él pensó bien y verdaderamente que era llegada su ultima hora; y viendose tan afligido y congojado, maldecia el balsamo y al ladron que se lo habia dado. Viendole asi, don Quijote le dijo:
- Yo creo, Sancho, que todo este mal te viene de no ser armado caballer, porque tengo para mi que este licor no debe de aprovechar a los que no lo son.
- Si esto sabia vuestra merced - replicó Sancho- !mal haya yo y toda mi parentela! pra qué consintió que lo gustase?...
don Quijote, que como se ha dicho, se sintió aliviado y sano, quiso partirse luego a buscar aventuras, pareciendole que todo el tiempo que allí se tardaba era quitársele al mundo y a los en él menesterosos de su favor y amaparo... Y así, forzado de este deseo, él mismo ensilló a Rocinante y enarboló al jumento de su escudero, a quin también ayudó a vestir y a subir en el asno. Púsose luego a caballo y, llegándose a un rincón de la venta, asió de un lanzón que allí estaba (un palo corto) para que le sirviese de lanza.
Estábanle mirando todos cuantos había en la venta, que pasaban de más de 20 personas; mirábanle también la hija del ventero, y él también no quitaba los ojos de ella, y de cuando en cuando arrojaba un suspiro, que parecía que le arrancaba de lo profundo de sus entrañas, y todos pensaban que debía ser el dolor que tenía en las costillas...
Ya que estuvieron los 2 a caballo, puesto a la puerta de la venta, llamó al ventero y con voz muy reposada y grave le dijo:
- Muchas y muy grandes son las mercedes, señor alcaide, que en este vuestro castillo he recibido y quedo obligadísimo a agradecéroslas todos los días de mi vida. Si os la puedo pagar en haceros vengado de algun soberbio que os haya fecho algun agravio, sabed que mi oficio no es otro sino valer a los que poco pueden y vengar a los que reciben tuertos y castigar alevosías...
El ventero le respondió con el mismo sosiego:
- Señor caballero, yo no tengo necesidad de que vuestra merced me vengue ningun agravio, porque yo se tomar la venganza que me parece, cuando se me hacen. Solo he menester que vuestra merced me pague el gasto que esta noche ha hecho en la venta, así de la paja y cebada de sus dos bestias como de la cena y camas.
- Luego, venta es esta?- replicó don Quijote.
- Y muy honrada- respondió el ventero.
- Engañado he vivido hasta aquí- respondió don Quijote-, que en verdad pensé que era castillo, sino venta, lo que se podrá hacer por ahora es que perdoneis por la paga, que yo no puedo contravenir a la orden de los caballeros andantes... que jamás pagaron posada ni otra cosa en venta donde estuviese, porque se les debe de fuero y de derecho cualquier buen acogimiento que se les hiciere, en pago del insufrible trabajo que padecen buscando las aventuras de noche y día...
- poco tengo yo que ver con eso- respondió el ventero- Págueseme lo que se me debe y dejémonos de cuentos ni de caballerías, que yo no tengo cuenta con otra cosa que con cobrar mi hacienda.
- Vos sois un sandio y mal hostalero - respondio don Quijote.
Y poniendo piernas a Rocinante y terciando su lanzón se salió de la venta sin que nadie le detuviese, y él sin mirar si le seguía su escudero, se alongó un buen trecho.
El ventero, que le vio ir y que no le pagaba, acudió a cobrar de Sancho Panza, el cual dijo que pues su señor no había querido pagar, que tampoco él pagaría, porque, siendo él escudero de caballero andante como era, la misma regla y razón corría... Amohinose mucho de esto el ventero y amenazole que si no le pagaba, que lo cobraria de modo que le pesase.
Quiso la mala suerte del desdichado Sancho que entre la gente que estaba en la venta se hallaban cuatro peirales, tres agujeros y dos vecinos de la Heria de Sevilla, gente alegre, bien intencionada, maleante y juguetona, los cuales, casi como instigados y movidos de un mismo espiritu, se llegaron a Sancho y, apeandole del asno, uno de ellos entró por la manta de la cama del huesped y, echandole en ella, alzaron los ojos y vieron que el techo era algo mas bajo de lo que habian menester para su obra y determinaron salirse del corral, que tenia por limite el cielo; y alli, puesto Sancho en mitad de la manta, comenzaron a levantarle en alto y a holgarse con él como con perro por carnestolendas (era costumbre mantear perros en carnaval).
Las voces que el mísero manteado daba fueron tantas, que llegaron a los oidos de su amo, el cual, deteniendose a escuchar atentamente, creyó que alguna nueva aventura le venía, hasta que claramente conoció que el que gritaba era su escudero; y, volviendo las riendas, con un penado galope, llego a la venta... vio el mal juego que le hacian a su escudero. Viole bajar y subir por el aire con tanta gracia y presteza, que, si la colera le dejara, tengo para mi que se riera...
Maritornes,viendole tan fatigado, le parecio bien socorelle con un jarro de agua... tomole Sancho, y llevandole a la boca, se paró a las voces que su amo le daba, diciendo:
- Hijo Sancho, no bebas agua; hijo, no la bebas, que te matará. Ves? aquí tengo el santísimo bálsamo -y enseñabale la alcuza del brebaje- que con dos gotas que de él bebas sanarás sin duda.
- Por dicha hásele olvidado a vuestra merced como yo no soy caballero, o quiere que acabde vomitar las entrañas que me quedaron de anoche? Guardese su licor con todos los diablos, y dejeme aqui.
Asi como bebió Sancho, dio de los carcaños a su asno y, abriendole la puerta de la venta de par en par, se salio de ella, muy contento de no haber pagado nada y de haber salido con su intencion... Verdad es que el ventero se quedó con sus alforjas, en pago de lo que se le debíua; más Sancho no las echó de menos, según salio turbado. Quiso el ventero atrancar bien la puerta asi como le vio fuera, mas no lo consintieron los manteadores, que era gente que, aunque don Quijote fuera verdaderamente de los caballeros andantes de la Tabla Redonda, no le estimaran en dos ardides.
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