El Trauco, que antiguabamente era conocido como Jonhatan Gutierrez Pitrulef, se retirò a la soledad fugitiva de los bosques, donde se dice que camina corvado y con el rostro desfigurado, apoyandose a un bastòn de ramas que se entrecruzan (más conocido como el bastón del Trauco).
Tenìa 13 años cuando quedó solo con su prima, Jessica Huenchulef, dulce y tímida como las flores de la primavera. A su madre, como en otras noches de juerga, la consumía la borrachera, lejos de la desolada estancia donde vivía junto a su hijo. Jonhatan se introdujo en la cama de su prima mientras ella dormía, y la empezó a manosear hasta llegar de pronto a sus partes íntimas; a esas alturas, la Jessica se había despertado con pavor, pero se quedó inmóvil y en silencio, tiritando de miedo, simulando que aún dormía -seguramente, para no excitar la audacia del malechor. Sin embargo, sintió de pronto cómo éste le bajaba el piyama y le metía sus sucios dedos en la vagina; la casa donde vivía Jonnhi, se encontraba en una colina, apartada de la pequeña aldea isleña, por lo que era inútil para ella gritar. Presa del pavor, no pudo hacer mucho ante la fuerza bruta de su primo, que la sostuvo boca abajo hasta hacerle perder la virginidad. La cama quedó ensangrentada y Jessica, con algunas contusiones que la dejaron adolorida por un buen tiempo y con el imborrable y vergonzoso recuerdo de su violacion. Una profesora de la secundaria, preocupada por la introversión y el ánimo sombrío de Jessica, la llevó entonces donde la hechicera Maria Marihuan. La hechicera, quedó inmediatamente prendida de la ternura de Jessica y aceptó sin condiciones expurgar al demonio que la acechaba. Luego de unos conjuros exorbitantes, y tras varias sesiones en las que hablaba en lenguas antiguas, prendía fuego a extrañas sustancias y sacrificando toda clase de animales, Maria Marihuan cayó al suelo exhasuta, como si el mismo demonio la atormentara a ella también; las sesiones entre una y otra se extendieron por tres años; de ese modo, Jessica pudo aprender algunas técnicas de su maestra y transformarse en una conocida y concurrida hechicera, a la que bautizaron con un extraño nombre.
Jhonni, en tanto, actuaba con impunidad, ajeno a cualquier remordimiento; torturaba animales y maltrataba a los niños más débiles. Acompañaba a su madre a las fiestas costumbristas, donde pasaba la mayor parte solo, asedidado por las burdas bromas de los borrachos, quienes jugaban con su madre desvergonzadamente. Johnni, un poco acostumbrado ya a estas sordidas escenas, en las que su madre era toqueteada por las sucias manos de los borrachos -y en las que de pronto, se ausentaba por largas horas, dejandolo solo- aprovechaba, ya más crecido, de darse una vuelta por los diferentes negocios de la fiesta, donde podia encontrar a alguna joven descuidada.
Un dia, la fiscalía de Chiloé, decidió quitarle la tuición a la negligente madre de Johni. La fiscalia constato casualmente, que Johnni habia sido violado por su padrastro cuando solo tenía 7 años -mientras su madre salía a prostituirse a las tabernas-. Años después, unos inescrupulosos guardadores lo acogieron en su hacienda. Lo obligaron a trabajar extensas jornadas junto a los bueyes recogiendo papas y talando la madera. Cuando tenía 16 años y ya harto del regimen al que se le sometia, decidió escapar de la hacienda no sin antes vengarse, robando una significativa suma de dinero a sus cuidadores y un afilado cuchillo carnicero. Tambièn quemò el granero y matò dos novillos de pura maldad. Se comenzó a correr el rumor entonces de que Johhni, preso de un estado delirioso, decidió vengarse de la sociedad pero sobre todo de las mujeres, de quienes se reconocìa un adicto. El mito cobró fuerza cuando comenzaron a caer sus primeras víctimas. Desaparecieron las mas bellas jovencitas del pueblo. Luego de un tiempo, se encontrò la cabeza de su padrastro en un rancho de estiercol con un mensaje que decìa: teman las jovencitas al poder siniestro del Trauco.
Su madre, para entonces, se encontraba gravemente enferma. Jhonni, se hizo pasar por un forastero, y pudo de ese modo verla. Ella nisiquiera le reconoció. El despecho de no ser reconocido, fue tan degradante para él, que la quiso degollar en ese mismo minuto con el cuchillo carnicero que guardaba bajo su camisa. Y así lo hizo, tapandole la boca con la almohada y retirándose después a los impenetrables bosques de la isla, sin dejar rastro alguno, no volviendo a aparecerse por el pueblo nunca más.
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