domingo, 5 de septiembre de 2010

Oligopolio

La nueva derecha
que apoya a Piñera

HORST Paulmann: cerrando filas con Piñera

Uno de los mayores exponentes del éxito empresarial de los últimos años ha sido el dueño de Cencosud, el ciudadano de origen alemán Horst Paulmann Kemna, quien, además, comparte los primeros lugares de la concentración del comercio y de los créditos de consumo en el país. El principal símbolo de su poder es el inconcluso edificio Costanera Center, que pretende ser el más alto del continente y cuyas obras permanecen paralizadas desde comienzos de este año, como consecuencia, según se dijo, de la crisis económica.
Hoy, todos esperan el reinicio de las faenas, gesto que será enarbolado como la muestra más evidente del término de la crisis. La construcción del gigante arquitectónico está en manos de la empresa SalfaCorp, uno de cuyos accionistas principales es el candidato presidencial de la derecha, Sebastián Piñera.
Paulmann es uno de los controladores del negocio del retail a través de Almacenes Paris y de Easy. En el rubro de los supermercados posee las cadenas Jumbo, Santa Isabel, Montecarlo y Las Brisas, entre otras. Está presente en el ámbito de los malls, con parte de la propiedad del Alto Las Condes, y en el rubro bancario con Banco Paris, dedicado a créditos de consumo
Jorge Errázuriz Grez, socio principal de Celfin, fondo de inversiones donde Sebastián Piñera depositó como fideicomiso ciego parte considerable de su patrimonio, es uno de los grandes admiradores de Paulmann, a quien considera el mejor ejemplo de los nuevos tiempos.
“Se acabó eso de que lo políticamente correcto es ser austero, como los Matte”, ha manifestado. “Estamos saliendo del patrón antiguo, donde se valoraba la austeridad y el éxito era mal visto”, declara Errázuriz. “A diferencia de Eliodoro Matte, Paulmann no tiene ninguna traba, ni cultural ni social. Es más libre, es capaz de emprender en Argentina y ser como argentino; en Perú, con los supermercados Wong, está entrando sin ningún complejo. Paulmann, Sebastián Piñera, Andrés Navarro son modelos a seguir”.


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Las grandes empresas prosiguen sin mesura sus políticas de enriquecimiento, redoblando los esfuerzos para disminuir sus costos y aumentar las ganancias en desmedro de sus trabajadores, a los cuales disgregan a través de múltiples filiales y razones sociales para impedir que se organicen y planteen sus demandas, además de evadir controles tributarios. El desaparecido Observatorio Laboral de la CUT dio cuenta parcialmente, en 2005, de esta tendencia empresarial. En aquel año Cencosud mantenía 48 filiales o razones sociales diferentes; Ripley, 49; CMPC, 30; SQM, 12; Celulosa Arauco, 16; Besalco, 40; Lan, 21; Endesa, 10; Pizarreño, 13; Telefónica CTC, 13 y así sucesivamente.

La concentración económica ha sido ardorosamente defendida como palanca de progreso por varios de los principales representantes de los grupos económicos, con Horst Paulmann como abanderado.

El negocio farmacéutico está en manos de tres grandes cadenas que controlan el 93% del mercado; los US$45.000 millones que captan las AFPs los manejan sólo seis de las 22 compañías que lo hacían en los años 80; Iansa controla más del 75% del mercado del azúcar; Telefónica CTC Chile capta el 75% del mercado de telefonía fija; Endesa y Colbún tienen el control de casi el 70% de la generación eléctrica; Lever domina el 75% del mercado de los detergentes; CCU, el 89% del negocio de las cervezas; Lan, el 88,2% del tráfico aéreo de carga y el 70% de pasajeros; Chiletabacos, el 98% del mercado de los cigarrillos y así suma y sigue.

El investigador Marko Kremerman afirma que sólo 27 empresas concentran el 50% del valor total de las exportaciones. De éstas, diez concentran el 35,3%, siendo la mayoría del sector minero y dos del sector forestal. Además, sólo 16 grupos económicos producen el 80% del PIB. Todo esto sin contabilizar el daño que han ocasionado al pequeño y mediano comercio establecido y a las pymes, además de las barreras infranqueables que ponen para evitar que ingresen otras empresas al mercado.



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Se consideraba antiguamente que el progreso de una nación era proporcional al estado de su industria. De ese modo, al capitalismo de manufacturas y productos agrícolas que controlaban los terratenientes, se agregó la implacable fuerza de la ciencia para el progreso industrial de las mercancías. Smith reflexionó en profundidad sobre el sentido teórico y práctico del circulante mercantil; junto al problema práctico de la ganancia y el progreso, Smith añade el problema de la situación obrera. En "La riqueza de las Naciones" hay un intento por demostrar que la utilización y el abuso por parte de un patrono sobre sus trabajadores solo lleva a un estado de estancamiento o degeneración, no solo moral, sino también de la riqueza misma.

Una vez que la tierra se convierte en propiedad privada, Smith observa con agudeza que el terrateniente demanda una parte de casi toda su producción y beneficio. En contraposición a dicho estatus de beneficio del propietario, rara vez ocurre que la persona que cultiva la tierra y produce la riqueza, dispone de lo suficiente para subsistir. Esta sería la razón, parafraseando al autor, por la cual el trabajador necesitaría de un adelanto de su patrono. Pero lo que en efecto ocurre, es que los sueldos que el empleador paga a sus trabajadores no son proporcionales a su esfuerzo (esta vendría a ser posteriormente la crítica fundamental de Marx al sistema capitalista); el salario le sirve al trabajador a duras penas para subsistir. Ahora bien, si extendemos la reflexión al Chile de hoy ¿Qué se puede decir de nuestra sociedad agrícola e incluso de los trabajos que impulsan la obtención del progreso colectivo?

Primeramente hay que indicar que Chile es un país de numerosas riquezas naturales. Su geografía le permite la extracción y exportación de diferentes productos y goza además de un clima óptimo para la fertilización y el cultivo industrial de su alimento. Pero, ¿qué es lo que ocurre efectivamente en cuanto a la relación que sostienen los trabajadores con sus empleadores? Algo parecido a lo que ocurrió en la época de Smith, solo que con algunas pequeñas divergencias; parece, en efecto, que en modo alguno los intereses del terrateniente coinciden con los del trabajador. Esta situación se extiende para el resto de las actividades productivas: los trabajadores desean conseguir tanto como puedan de su patrono, mientras que estos desean entregarles tan poco como les sea posible de su explotación. Así lo señala el autor.

“A largo plazo el obrero es tan necesario para el patrono como el patrono para el obrero, pero esta necesidad no es tan así a corto plazo”. Sobre esta desigual relación entre el trabajador y su empleador el autor agrega: “los patronos, al ser menos, pueden asociarse con mayor facilidad; y la ley, además, los autoriza o al menos no prohíbe sus asociaciones, pero sí prohíbe la de los trabajadores. No tenemos leyes del Parlamento contra las uniones que pretendan rebajar el precio del trabajo; pero hay muchas contra las que aspiran a subirlo...”. Hay algo decidor en todo esto, y es que tanto los terratenientes como los empresarios de la actualidad ejercen su poder en mutuo acuerdo y en secreto, al amparo de la ley, o al menos, sin que esta los persiga.

Sobre la tendencia del patrono a cohesionar su poderío, Smith indica que dentro de un sistema de libre mercado no se debe atentar contra la libertad de competencia y de consumo de los individuos libres; tampoco se debe transgredir la transparencia de los mecanismos que sostienen su supuesta legalidad. Sobre el tipo de mercados imperfectos Smith comenta: “el precio del monopolio es siempre el mas alto posible. El precio natural o de libre competencia por el contrario, es el más bajo… los privilegios exclusivos de los gremios y todas aquellas leyes que restringen la competencia en algunos sectores y la limitan a un numero menor de competidores… tienen el mismo efecto, aunque en un grado menor (al monopolio).” Estos son los famosos oligopolios: especies de carteles en los que los propietarios se coluden entre si para elevar el precio de sus mercancías y marginar o destruir a la competencia. Cuando esto ocurre, fuerzan de un modo incito que el consumidor los elija y que el trabajador no tenga más opción que trabajar para su industria. Son, como dice el autor, “una especie de monopolios ampliados”.

En vistas de lo anterior, constatamos que la realidad ha cambiado sus apariencias o formalismos pero no en lo que a las relaciones del trabajo, entre empleador y empleado se refieren: la desventaja del trabajador respecto del terrateniente son evidentes y se acentúan con el paso del tiempo y la legitimación de nuevos mecanismo de poder. ¿Hay otra opción para el trabajador más que la revolución? Parece que no; el capital del empresario le permite subsistir por un buen tiempo; el trabajador no puede responder de la misma forma al capricho; su capital acumulado no le permite mantenerse por mucho tiempo, necesita de un empleo para subsistir, viendose obligado a una especie de servilismo que ni el actual contrato de trabajo en Chile ni la CUT logran regularizar muy bien.

Según Smith, “los patronos están siempre y en todo lugar en una suerte de acuerdo tácito” estableciendo uniones particulares para hundir los salarios de sus trabajadores” ; esto ocurre en la actualidad, muy por debajo del mínimo éticamente exigible para la subsistencia digna de un trabajador. Por ejemplo, lo que el padre Goic criticó en su momento, causando revuelo entre la clase dirigente, tiene completo asidero para los fines de este ensayo. Sus comentarios hacían referencia a la necesidad de incrementar el sueldo mínimo de los trabajadores y con ello, elevar el estandar promedio de las familias más pobres del país; lo indignante y lo que denuncian sus declaraciones, es la situación y paradójica de la libre competencia que se pretende; el progreso y la democracia por la que se enorgullecen las naciones alcanza nada más para unos pocos; los patrones se enriquecen desmesuradamente en detrimento de una clase trabajadora que produce su riqueza y se somete a unos mecanismos de subsistencias misérrimos; ejemplos en el Chile de hoy hay muchos: empresarios que mueven enormes industrias mineras en el norte (el grupo Luksic por ejemplo), los poderosos latifundistas encargados de la producción agrícola del alimento, o el bullado caso de colusión gremial para elevar el precio de los remedios de farmacias Ahumadas, Cruz Verde y Salco Brand, etc.

Se podría seguir denunciando la injusticia de estos pequeños grupos que ejercen su poderío en pos del progreso. Se puede decir con acierto que gracias a ellos la nación se enriquece y que se generan a su vez muchos empleos. Lo que ocurre en realidad, Adam Smith lo describiría más o menos así: el propietario o empresario desea contratar la mano de obra más barata y sumisa que encuentre en el mercado para que le reporte el mayor beneficio posible. Desde la perspectiva progresista de Smith, sin embargo, esto es un contrasentido; lo que acentúa la productividad de una empresa es también la dignidad del trabajador: cuando los sueldos son proporcionales al esfuerzo y a la ganancia de la empresa, la misma productividad de los trabajadores se incrementa. El empleado trabaja en base a estímulos que refuerzan su conducta dice el autor; una remuneración justa, es capaz de incrementar no solo la fortaleza física y la motivación moral del trabajador sino también la productividad y el progreso de una nación en su conjunto.

Existen sin embargo, algunos avances en materia laboral. Antiguamente, la ley no permitía que los trabajadores se asociaran en sindicatos o gremios. Hoy, al menos existen contratos y sindicatos que defienden sus derechos. La CUT es un buen ejemplo de ello. Los sistemas de seguridad en el área de la construcción o en algunas actividades mineras han mejorado también. Esto, sin duda, en parte por las acertadas y necesarias críticas de Smith. Nos abochornamos por ejemplo cuando vemos que un obrero o un minero muere o se accidenta porque los sistemas de seguridad no son los apropiados. Todavía queda mucho por mejorar. ¿Qué ocurre por ejemplo con los miserables sueldos de los temporeros? Bien sabido se tiene que son ellos los encargados de la extracción del alimento, y sin embargo, trabajan la tierra bajo el rigor del sol sobre sus cuerpos y sin una ley que los protega; sus empleadores se aprovechan y los tratan como serviles máquinas porque no hay una legislación vigente que regularice su situación.

El descontento es generalizado: en los distintos rubros hay antecedentes de revoluciones que han terminado literalmente en masacres; la fuerza policial e incluso militar las ha reprimido con violencia. Ha habido luchas por los derechos de los trabajadores cuya dignidad ha sido pisoteada. De las agrupaciones y revueltas que se corresponden con don dicho maltrato, Smith señala: “se trata de personas desesperadas, que actúan con locura y frenesí… que enfrentan la alternativa de morir de hambre o de aterrorizar a sus patronos para que acepten de inmediato sus condiciones… En estas ocasiones los patronos son tan estruendosos como ellos, y nunca cesan de voces pidiendo socorro del magistrado civil y el cumplimiento riguroso de las leyes que con tanta severidad han sido promulgadas contra los sindicatos de sirvientes, obreros y jornaleros… Los trabajadores en consecuencia, rara vez derivan alguna ventaja de la violencia.”

En Chile, estamos ante un panorama cultural que si bien ha mejorado y humanizado el trato hacia los trabajadores, todavía tiene remanentes de una sociedad esclavista y feudal. Hay que recordar al respecto lo que Smith proclama como una posible solución: “la retribución generosa del trabajo es la consecuencia de una riqueza creciente y la causa de una población creciente. Lamentarse por ella es lamentarse por el efecto y la causa de la máxima prosperidad publica.”

Ahora bien, la situación actual no nos permitiría adecuar completamente la teoría de Smith a los mecanismos de explotación de la riqueza vigentes. Su teoría se construyó sobre el fundamento y porvenir de una clase progresista, terrateniente e industrial. Ahora, el poder está más vinculado al manejo de la información mediante el progreso de una industria tecnológizada, cuyo mecanismo permite la empleabilidad de una clase trabajadora tecnificada. Pero, ¿es en realidad la tecnología la verdadera riqueza que promueve el progreso de una nación?

El incremento de los negocios y de servicios han roto las barreras del tiempo y del espacio, comunicando a personas separadas físicamente entre si y uniéndolas de algún modo en lo que se llama la cibernética. En ese sentido, los actuales patronos se dedican a la explotación de la tecnología y la comunicación. Prueba de ello es el incremento de las compañías de celulares, automóviles, ipods, iphones, etc. De ese modo, habría que readecuar la teoría de Smith a nuestra situación actual ¿En qué puntos deja de ser consistente su teoría? Por ejemplo, en el hecho capital de que el pobre desea y demanda artículos que no puede pagar. Según la teoría antigua, al pobre que desea un carruaje tirado por seis caballos el mercado nunca le suministrará dicha mercancía; dicha demanda no sería efectiva bajo los presupuestos Smithianos. Ahora en cambio, el pobre sí puede acceder a ese carruaje y más!: mediante créditos bancarios que amenazan solapadamente robarle el ejercicio de su libertad, endeudandolo eternamente en el pago de sus créditos. La tesis de que la demanda efectiva regula el precio de una mercancía hoy en día está obsoleta. Son en realidad las grandes empresas las que se ponen de acuerdo entre si y las que regulan el precio de sus mercancías; son los oligopolios los que determinan en gran parte el interés y la demanda efectiva de los consumidores.

Esto se logra gracias a la seducción: la simpatía o adherencia del consumidor al producto que se ofrece. Para ello, los patronos manejan la información utilizando publicidad engañosa, señalando beneficios que el producto en realidad no posee. Smith dice con acierto: “un monopolio concedido a un individuo o a una compañía tiene el mismo efecto que el secreto en el comercio o la industria”. De este modo, los patronos del capitalismo actual, persuaden a las masas de que aquello que ofrecen no es tan solo bueno sino también necesario, y que además, no hace falta contar con una gran riqueza, hace falta solamente desearlo para llegar a su obtención.

“Será mediante la imaginación que nos pondremos en el lugar del otro”. Esta es una premisa extraída de su libro, "Los sentimientos morales" que tiene plena vigencia en la forma como se legitiman y se apoderan del mercado los grandes conglomerados. El mercado detecta o identifica el nicho de un grupo de consumidores gracias a la simpatía. Mediante estudios de mercado y una publicidad auspiciosa, el patrono cuenta con los dispositivos para simpatizar con sus trabajadores y con sus clientes; de ese modo controla y somete de un modo servil al consumo de sus mercancías. En el fondo del escenario inocente de la libre competencia y la democracia, se teje una red subliminal que apenas se percibe pero que atenta contra el sentido colectivo del progreso.

Vemos que la riqueza y el valor de la mercancía están muy desnaturalizados respecto de su coste primario; parece dudoso que la actual democracia sea el ejercicio competitivo de personas libres; existe una alteración de las jerarquías en donde la demanda efectiva no determina el valor de una mercancía sino al revés; gracias al sistema de créditos bancarios esa demanda vendría a ser, en el lenguaje de Smith, absoluta; por una ambición destemplada basada en la obtención de productos que permitan distinción y rango; el rango seduce en base a mercancías que imaginaricen su ideal; los publicistas le construyen ese ideal al consumidor y el patrono se regocija muchas veces, en base al dolo y el engaño. Que “la retribución generosa del trabajo es la consecuencia de una riqueza creciente y la causa de una población creciente” parece beneficiar excesivamente a unos pocos y perjudicar a la mayorìa privada de sus beneficios.

1 comentario:

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