martes, 26 de octubre de 2010

Alegría terrena

VIDA TERRENA

Se mira despectivamente a los gusanos y a las hormigas porque esconden sus vidas bajo tierra. Subimos entonces una montaña buscando los seres celestes y gozamos de un inmenso placer en ellas, algo cercano a la dicha y a la libertdad, una alegría desbordante que nos comunica con lo trascendente; a veces, sin embargo, un venenoso espíritu nos conduce a mirar con desprecio los fondos de la llanura, a la que, sin embargo, debemos volver.

¿Por qué tal desencanto con la tierra? Se nos olvida que tambièn somos un animal! Por la tierra pisamos el suelo y miramos hacia ARRIBA; es ella la que nos acoge y nos atrae a su centro, la que envuelve las raíces de los árboles y todo lo que crece; transforma la mierda en abono y los gusanos cavan los orificios por donde penetran las raíces. ¿Por qué tratarla de grosera?

Las respuestas a dichas pre3guntas pueden encontrarse en los siguientes puntos: necesitamos mirar el cielo y acercarnos a él; necesitamos salir de la cotidianeidad limitada y de las habladurìas de comadreja que contaminan la conciencia; hemos llegado incluso a un nivel de avaricia y malformación social intolerables; sin embargo, dormimos cómodos en nuestras casas -por el proceso de producciòn industrial, sin remordimientos de conciencia y sin historia ni futuro- matando y contaminando inconscientemente lo que es preciso contaminar y explotar para obtener confort. Mientras más despreocupado y desmedido nuestro placer, más compulsivo y mortífero el veneno de nuestros vicios.

La tierra es vista como "propiedad"; ahora bien, esto es solo una manifestacion del espiritu que la explota, pues sin explotacion, la tierra seguramente sería otra cosa muy distinta a una propiedad. Si las cosas cobran unicamente valor por su utilidad mercantil, estamos muy mal, enfermos de megalomanía intelectual y prendidos por una incontinencia cronica. Es una ley fundamental de la vida rechazar lo que le altera, por lo cual, la tierra -y todo lo que vive en ella- nos debe rechazo. Sin embargo, sigue ahí, inalterable, acogiendonos todavía.

Por el derecho irrenunciable a la intimidad (de un espacio privado) no se tiene por qué renunciar a una conciencia ecológica. La propiedad privada es también parte de la ecología - el agujero del topo, el nido del ave, etc.-. Ahora bien, si un animal, en épocas de sequíua, prohibe a los demás animales acceder a la orilla del río, por un principio ecológico, debe ser combatida su avaricia, pues un elemento esencial de la ecologia, tambien, es la propiedad comun. Montañas y lugares solitarios hay en todas partes para los que quieran vivir de manera aislada. El que quiera privacidad absoluta, que se exilie a las montañas, al hielo de los polos o al calor de un volcán. Donde nadie más quiera ir, ahí debe ir el solitario.

Mientras más grande el ideal, más cruda y terrible la inconsciencia de los que duermen; nos dejamos seducir demasiado facil por la ignorancia y por alegrías pasajeras; a veces, premeditamente y con cierta maldad, otras por costumbre e ignorancia, pero la mayor de las veces por pereza y debilidad. Podemos hacer muchas cosas para producir estados de armonìa pero tambien podemos destruirla facilmente, justificados unicamente en el egoísmo y en su derecho inalienable al placer.

Sabemos resolver ecuaciones de muchos grados; sabemos también que el placer puede restringirse, e incluso, ser compartido (eso es un factum y no un ideal); además, solidarizamos con el prójimo sin buscar una utilidad manifiesta (eso también es un factum que los utilitaristas rehúyen con torpeza). La utilidad confiere un valor solo ficticio a las cosas, no un valor real. Y si la ficción consiste en seguir los dictamenes del ego, los dictamenes del ego siempre serán externos, y en tanto tal, diversos, contradictorios, caóticos. Es por esta razón que para alcanzar la felicidad más perfecta tenemos que preguntarnos sobre cuál es la forma más sensata y recta de obrar (la rectitud moral y la sensatez vital son las dos caras de una misma moneda, que separadas artificiosamente -por una razón silogística y puestas sobre una balanza-, permiten equilibrar las antagonías vitales sin caer en absolutismos ni en formas absurdas).

En el camino a la verdad más perfecta, el placer de la generosidad es solo un añadido; el comportamiento solidario opera más bien por una necesidad de conformidad ética y por una humilde actitud de gratuidad cuando es espontanea y sincera. ¿Habrá entonces en el planeta especie tan generosa y poderosa como nosotros, capaz de entregar sus bienes desinteresadamente y de sacrificar su vida por los demás? habrá alguna siquiera capaz de inventarse una ètica para el resguardo del bien planetario? Gozamos de una seguridad incomparable. El ocio que se deriva de esta seguridad y de ciertos excedentes, permite el ejercicio de acciones que se realizan porque sí, tal es el caso de la contemplación desinteresada, los juegos (más allá del valor de competencia que se le pueda añadir) y el placer mismo. Es deslumbrante todo lo que se ha hecho, pero conviene no ser tan ingenuo y ver también que la mayoría no actúa responsablemente, conforme a este privilegio; en cambio, se olvida la mayoría, muy fácilmente, que el ocio se debe a un comportamiento ecológico, en el que es preciso el esfuerzo y el respeto. Sin esfuerzo no hay producción de excedentes para el ejercicio del ocio, y sin respeto, no es posible conservar los recursos en el tiempo ni tampoco, un uso comedido de ellos, que no altere entonces los vínculos sociales que los disputan. En cambio, bien digo, actuamos irresponsable e inconscientemente, haciendo uso del ocio únicamente en su faceta placentera, y nos convencemos que para el ejercicio de la contemplación, es necesario únicamente el placer de los excedentes, es decir, el poder explotador.

El poder tiene en nuestra evolución esa posibilidad: la capacidad de destruir y la capacidad de crear; podemos sobrevivir de mil maneras: comiendo fibra vegetal, tubèrculos, semillas o una ballena -seguramente en las islas Faroe tienen menos opciones sobre este respecto, pero ello no justifica las matanzas crueles y desmedidas. Por analogía, un león difícilmente podrá elegir entre comerse una gacela y comer pastito. Quizàs el leon llega a preguntarse si es posible dejar de salivar cuando ve un tierno y descuidado servatillo, pero -hasta que la experiencia no nos demuestre lo contrario- es cierto que el leòn no puede dejar de calavarle las garras y los colmillos para procurarse alimento.

El ser humano tiene la capacidad de elegir más que los animales; en ello consiste su evolución racional: le es permitido pensar más allá del pensar, utilizar más allá de la utilidad y sentir más allá del sentir. Siempre que haya una paradoja, será posible atribuir una trascendencia a la elección. El ser humano, puede entonces atrapar a todas las gacelas para transformarlas en alimento, pero puede tambien respetarlas, comerlas en la justa medida, o conseguirse otro alimento con el que tenga menos reparos morales. Hay algo de altruismo en ello, sin duda. Ahora bien, muy por el contrario, el magnate dueño de la industrializacion alimenticia, se comporta como un salvaje cuando mata indiscriminadamente a estos siervos -y nosotros, los consumidores, somos sus rapaces complices-. Es una forma retrógrada que nos une a las formas genéricas de lo animal - y no a nuestra naturaleza específica de obrar conforme a la razón trascendente- cuando decimos en nombre de la ciencia y de la "evolución adaptativa", que el ser humano es un ser carnívoro por naturaleza. No hay nada más burdo y arbitrario en dicha definicion.

Lo que se construye o crece en años puede destruirse en segundos. La destruccion es fácil y rápida - a excepcion de los metales y el plàstico- mientras, la creaciòn, generalmente es un proceso dificil y lento - a excepciòn del freestyle y del arte-borrador, cuya fuerza creadora se sitúa en el instante. La tierra y los ríos están enlodados con los deshechos de nuestras industrias y los cielos ennegrecidos por un débil lamento. La tierra grosera es la tierra de la codicia y la propiedad privada. Deseamos el cielo de las montañas; el olor nauseabundo de nuestros deshechos, el bullicio incesante y desmedido del trafico, nos provocan náuseas, mareo, debilidad; la grosera contaminacion del aire, las aguas, la tierra y el alimento, acentúan los rasgos compulsivos de nuestros vicios y nuestra infelicidad: todo para encontrar una absurda comodidad en el abuso del placer y en el miedo.


Intentamos reducir los comportamientos animales a una utilidad instintiva y mecánica porque sencillamente, estamos embrutecidos por el placer y copados por el bombardeo de informacion perniciosa -de estandares mercantiles: la utilidad de un ser explotador.

...



OSHO

"QUÉ ES LA FELICIDAD?

La felicidad está relacionada con tu consciencia, no con tu carácter.

Depende de ti

¿QUÉ ES LA FELICIDAD? Depende de ti, de tu estado de consciencia o inconsciencia, de si estás dormido o despierto. Murphy tiene una famosa frase. Dice que existen dos tipos de personas: las que siempre dividen a la humanidad en dos tipos y las que no dividen en absoluto a la humanidad. Yo formo parte del primer tipo: la humanidad puede dividirse en dos tipos, los que duermen y los que están despiertos y, por supuesto, un pequeño grupo entre medias.
L
a felicidad dependerá de dónde estés en tu consciencia. Si estás dormido, el placer es la felicidad. El placer significa la sensación, intentar alcanzar por mediación del cuerpo algo que no se puede alcanzar por mediación del cuerpo, obligar al cuerpo a alcanzar algo de lo que no es capaz. Las personas intentan, por todos los medios posibles, alcanzar la felicidad por mediación del cuerpo.

El cuerpo solo puede proporcionar placeres pasajeros, y cada placer se equilibra con el dolor, en el mismo grado, en la misma medida. A cada placer le sigue lo opuesto, porque el cuerpo existe en el mundo de la dualidad, igual que la noche sigue al día y la vida sigue a la muerte y la muerte sigue a la vida, en un círculo vicioso. Al placer lo seguirá el dolor, y al dolor lo seguirá el placer. Pero nunca estarás tranquilo. Cuando te encuentres en un estado de placer tendrás miedo de perderlo, y ese miedo lo emponzoñará. Y, naturalmente, cuando estés perdido en medio del dolor, sufrirás y harás todos los esfuerzos posibles para salir de él, y volverás a caer en lo mismo.

Buda lo llama la rueda del nacimiento y de la muerte. Nosotros nos movemos con esa rueda, aferrados a ella... y la rue-da continúa moviéndose. A veces se presenta el placer y otras veces se presenta el dolor, pero estamos aplastados entre esas dos rocas. Pero la persona adormilada no conoce nada más. Solo conoce unas cuantas sensaciones del cuerpo: la comida, el sexo... Ese es su mundo. Si reprime el sexo se hace adicta a la comida; si reprime la comida se hace adicta al sexo. La energía se mueve como un péndulo. Y lo que se llama placer es, como mucho, simple alivio de un estado de tensión. La energía sexual se recoge, se acumula; te pones tenso y deseas relajar esa tensión. Para quien está dormido, el sexo no es sino un alivio, como un buen estornudo. No produce más que cierto alivio: había tensión, y ha desaparecido. Pero vol-verá a acumularse. La comida solo te proporciona cierto gusto en la lengua; no es mucho por lo que vivir. Pero muchas personas viven únicamente para comer; pocas personas comen para vivir.

La historia de Colón es muy conocida. Fue un largo viaje. No vieron sino agua durante tres meses. Un día, Colón miró al horizonte y vio árboles. Si pensáis en lo contento que se puso al ver árboles, imaginaos cómo se puso su perro.
Ese es el mundo del placer. Al perro se le puede perdonar, pero a ti no.
En su primera cita, un chico, pensando en alguna forma de divertirse, le preguntó a la chica si quería ir a jugar a los bolos. Ella contestó que no le gustaban los bolos. Después el chico propuso que fueran a ver una película, pero ella contestó que no le gustaba el cine. Mientras intentaba pensar en otra cosa le ofreció un cigarrillo, que la chica rechazó. Después le preguntó si quería ir a bailar y tomar copas a la nueva discoteca. Ella volvió a rechazar la propuesta, diciendo que no le gustaban esas cosas. Desesperado, le preguntó si quería ir a su apartamento a pasar la noche haciendo el amor. Para su sorpresa, la chica accedió de buena gana, lo besó apasionadamente y dijo: «¿Lo ves? No hacen falta esas cosas para divertirse».
Lo que llamamos «felicidad» depende de la persona. Para la persona dormida, las sensaciones placenteras son la felicidad. La persona dormida vive cambiando de un placer a otro. Se precipita de una sensación a otra. Vive para las pequeñas emociones; lleva una vida muy superficial. No tiene profundidad, no tiene calidad. Vive en el mundo de la cantidad.

También hay personas que están entre medias, ni dormidas ni despiertas, que viven en un limbo, un poquito dormidas y un poquito despiertas. A veces se puede tener esa experiencia a primera hora de la mañana: todavía adormilado, pero sin que puedas decir que estás dormido porque oyes los ruidos de la casa, a tu pareja preparando el café, el ruido de la cafetera o de los niños preparándose para el colegio. Oyes todo eso, pero aún no estás despierto. Esos ruidos te llegan vagamente, débiles, como si hubiera una gran distancia entre tú y lo que ocurre a tu alrededor. Tienes la sensación de que forma parte de un sueño. No forma parte de un sueño, pero tú te encuentras en un estado intermedio.

Lo mismo ocurre cuando empiezas a meditar. Quien no medita duerme, sueña; quien medita empieza a alejarse del sueño y a dirigirse al despertar, en un estado transitorio. Entonces la felicidad tiene un sentido completamente distinto: tiene más de calidad y menos de cantidad; es algo más psicológico, menos fisiológico. Quien medita disfruta más de la música, disfruta más de la poesía, disfruta creando algo. Esas personas disfrutan de la naturaleza, de su belleza. Disfrutan del silencio, disfrutan de lo que nunca habían disfrutado antes, y eso es mucho más duradero. Incluso si se para la música, algo persiste. Y no es un alivio. La diferencia entre el placer y esta clase de felicidad consiste en que no es un alivio, sino un enriquecimiento. Te sientes más pleno, empiezas a desbordarte. Al escuchar buena música, algo estalla en tu ser, surge una armonía en ti: te haces música. O, al bailar, de pronto te olvidas de tu cuerpo; tu cuerpo es ingrávido. La gravedad pierde su poder sobre ti. De repente te encuentras en otro espacio: el ego no es tan sólido, el bailarín se funde y se fusiona con la danza.

Esto es mucho más elevado, mucho más profundo que el placer que se obtiene de la comida o del sexo. Esto es algo profundo, pero no lo supremo. Lo supremo solo ocurre cuando estás plenamente despierto, cuando eres un Buda, cuando ha desaparecido todo el sueño, cuando todo tu ser está lleno de luz, cuando no hay oscuridad en tu interior. Toda la oscuridad ha desaparecido y, junto con la oscuridad, el ego. Han desaparecido todas las tensiones, las angustias, las ansias. Te encuentras en un estado de absoluta satisfacción. Vives en el presente; se acabaron el pasado y el futuro. Estás por completo aquí. Este momento lo es todo. Ahora es el único tiempo y aquí es el único espacio. Y de repente el cielo desciende sobre ti. Eso es la dicha. Eso es la verdadera felicidad.

Busca la dicha; es tu derecho inalienable. No sigas perdido en la jungla de los placeres; elévate un poco. Ve en busca de la felicidad y después de la dicha. El placer es animal; la felicidad es humana; la dicha, divina. El placer te ata, es una esclavitud, te encadena. La felicidad te afloja un poco la cuerda, te da un poco de libertad, pero solo un poco. La dicha es la libertad absoluta. Empiezas a avanzar hacia arriba; te da alas. Dejas de formar parte de la grosera tierra; pasas a formar parte del cielo. Te conviertes en luz, en alegría.

1. El placer depende de los demás. La felicidad no depende de otros, pero de todos modos es algo distinto de ti. La dicha no depende de nada, ni es nada distinto de ti; es tu ser mismo, es tu naturaleza misma.
Buda Gautama dice: «Existe el placer y existe la dicha. Renuncia a lo primero para poseer lo segundo». Medita sobre esto lo más profundamente posible, porque contiene una de las verdades más fundamentales. Hay que comprender estas cuatro palabras, reflexionar sobre ellas. La primera es placer, la segunda, felicidad, la tercera, alegría, y la cuarta es dicha. El placer es algo físico, fisiológico. El placer es lo superficial de la vida, la excitación. Puede ser sexual o de otros sentidos; puede convertirse en obsesión con la comida, pero está arraigado en el cuerpo. El cuerpo es tu periferia, tu circunferencia, no tu centro. Y vivir en la circunferencia significa vivir a merced de toda clase de cosas que suceden a tu alrededor. Quien busque el placer quedará a merced de la casualidad. Ocurre como con las olas del mar: están a merced de los vientos. Cuando soplan vientos fuertes, aparecen las olas; cuando desaparecen los vientos, desaparecen las olas. No tienen una existencia independiente, son dependientes, y todo lo que depende de algo exterior supone esclavitud.

El placer depende del otro. Si amas a una mujer, si ese es tu placer, esa mujer se convierte en tu dueña. Si amas a un hombre, si ese es tu placer y te sientes desgraciada y desesperada sin él, has creado tu propia esclavitud. Has creado una prisión; ya no eres libre. Si vas en pos del dinero y del poder, dependerás del dinero y del poder. Quien se dedica a acumular dinero, si su placer consiste en tener cada día más dinero, será cada día desgraciado, porque cuanto más tiene, más quiere, y cuanto más tiene, más miedo tiene de perderlo.
Es una espada de doble filo: querer más es el primer filo de la espada. Cuanto más exiges, cuanto más deseas, cuanto más sientes que te falta algo, más vacío y hueco te sientes. Y el otro filo de la espada es que cuanto más tienes, más temes que te lo quiten. Te lo pueden robar. El banco puede ir a la bancarrota, puede cambiar la situación política del país, hacerse comunista... Hay mil cosas de las que depende tu dinero. Tu dinero no te hace amo, sino esclavo.

El placer es algo periférico; por consiguiente, te hará depender de las circunstancias externas. Y es simple excitación. Si la comida es un placer, ¿de qué se disfruta realmente? Solo del gusto... y eso unos momentos, cuando la comida llega a las papilas gustativas y notas una sensación que interpretas como placer. Es una interpretación tuya. Hoy puede parecerte un placer y mañana no. Si sigues comiendo la misma cantidad todos los días, las papilas gustativas dejarán de responder a la comida, y dentro de poco estarás harto. Así es como nos hartamos de las cosas: un día corres tras un hombre o una mujer y al día siguiente intentas encontrar excusas para librarte de esa persona. Es la misma persona; nada ha cambiado. ¿Qué ha pasado entretanto? Te has aburrido del otro, porque el placer consistía en explorar lo nuevo. Resulta que el otro ya no es nuevo; ya te has familiarizado con su territorio. Te has familiarizado con el cuerpo del otro, con las curvas de su cuerpo, con la sensación que te produce su cuerpo.
Y la mente ansía algo nuevo.

La mente siempre ansía algo nuevo. Así es como la mente te mantiene siempre atado a algo futuro. Te mantiene en un es-tado de espera, pero nunca te lleva los productos, porque no puede. Solo puede crear nuevas esperanzas, nuevos deseos. Las hojas crecen en los árboles del mismo modo que los deseos y las esperanzas crecen en la mente. Querías una casa nueva y ya la tienes; ¿dónde está el placer? La disfrutaste unos momentos, cuando conseguiste tu objetivo. Una vez conseguido a la mente deja de interesarle y ya ha empezado a tender nuevas telarañas de deseo. Ya ha empezado a pensar en otras casas, más grandes. Y eso es lo que pasa con todo.

El placer te crea un estado de deseo permanente, de inquietud, una agitación continua. Hay múltiples deseos, todos y cada uno de ellos insaciables, que reclaman toda tu atención. Te conviertes en víctima de una multitud de deseos enloquecedores —enloquecedores porque no se pueden cumplir—, que te llevan de acá para allá. Tú mismo te conviertes en una contradicción. Un deseo te lleva hacia la izquierda, otro hacia la derecha, y alimentas ambos deseos al mismo tiempo. Y entonces te sientes dividido, escindido, desgarrado. Te sientes hecho pedazos. Nadie sino tú es responsable; es la estupidez del deseo de placer lo que crea esta situación.
Y es un fenómeno complejo. No eres tú el único que busca el placer; millones de personas buscan los mismos placeres. Por eso existe una gran lucha, la competición, la violencia, la guerra. Todos son enemigos entre sí, porque todos tienen el mismo objetivo y no todos pueden conseguirlo. De ahí que la lucha sea tremenda, porque hay que arriesgarlo todo, y por nada, ya que, cuando ganas, no ganas nada. Malgastas tu vida entera en esa lucha. Una vida que podría haber sido una fiesta se convierte en una lucha prolongada, inútil.

Cuando vas buscando el placer no puedes amar, porque la persona que va buscando el placer utiliza al otro como medio. Y utilizar al otro como medio es una de las acciones más inmorales, porque cada ser es un fin en sí mismo, y no un medio. Pero cuando buscas el placer tienes que utilizar al otro como medio. Te haces astuto, porque la lucha es tremenda. Si no eres astuto te engañarán, y antes de que los demás te engañen, tú tienes que engañarlos a ellos. Ya advertía Maquiavelo a los buscadores del placer que la mejor forma de defensa es el ataque. No hay que esperar a que el otro ataque; podría ser demasiado tarde. Antes de eso, atácalo tú. Esa es la mejor forma de defensa. Y es un consejo que se sigue, tanto si se conoce a Maquiavelo como si no. Es muy extraño. La gente conoce a Jesucristo, a Buda, a Mahoma, a Krisna, pero nadie los sigue. La gente no sabe gran cosa de Maquiavelo, pero a él sí lo siguen, como si tuviera mucha importancia para ellos. No hace falta que lo leáis; simplemente lo seguís. Vuestra sociedad está basada en los principios maquiavélicos; en eso consiste el juego político. Antes de que alguien te quite algo, quítaselo tú. Tienes que estar siempre en guardia. Naturalmente, si estás siempre en guardia, te sentirás tenso, angustiado, preocupado. Todo el mundo está en tu contra y tú estás en contra de todo el mundo. De modo que el placer no es ni puede ser la meta de la vida.

2. La segunda palabra que hay que comprender es la felicidad. El placer es algo fisiológico; la felicidad es algo psicológico. La felicidad es un poco mejor, algo un poco más refinado, un poco más elevado... pero no muy distinto del placer. Podría decirse que el placer es una clase más baja de felicidad y que la felicidad es una clase más elevada de placer: las dos caras de la misma moneda. El placer es un poco primitivo, animal; la felicidad es un poco más refinada, un poco más humana, pero es el mismo juego que se juega en el mundo de la mente. No te preocupas tanto de las sensaciones fisiológicas como de las sensaciones psicológicas, pero no existe diferencia en lo fundamental.

3. La tercera es la alegría: la alegría es algo espiritual. Es algo distinto, completamente distinto del placer y de la felicidad. No tiene nada que ver con lo externo, con el otro; es un fenómeno interno. La alegría no depende de las circunstancias; es algo tuyo. No es una excitación producida por las cosas; se trata de un estado de paz, de silencio, un estado meditativo. Es espiritual.
Pero Buda tampoco habla de la alegría, porque existe otra cosa que va más allá de la alegría. Él lo llama dicha. La dicha es algo absoluto. No es algo fisiológico, ni psicológico ni espiritual. No sabe de divisiones; es indivisible. Es absoluta en un sentido y trascendente en otro. Buda solo emplea dos palabras en esta frase. La primera es el placer, que incluye la felicidad. La segunda es la dicha, que incluye la alegría.

4. La dicha significa alcanzar el núcleo más profundo de tu ser. Se encuentra en las profundidades últimas de tu ser, donde ni siquiera el ego existe, donde reina el silencio: tú has desaparecido. En la alegría existes un poco, pero en la dicha dejas de existir. Se ha disuelto el ego; es un estado de no ser.
Buda lo llama nirvana. El nirvana significa dejar de ser, ser un vacío infinito como el cielo. Y en el momento en que eres el infinito, te inundas de estrellas e inicias una vida completamente nueva. Renaces.

El placer es algo momentáneo, algo que pertenece a la esfera del tiempo, es algo «de momento». La dicha es intemporal, atemporal. El placer comienza y termina; la dicha ni va ni viene: está ya en el núcleo más profundo de tu ser. El placer hay que arrancárselo a otro: o eres mendigo o eres ladrón. La dicha te hace el amo.
La dicha no es algo que te inventas, sino algo que descubres. La dicha es tu naturaleza más íntima. Estaba allí desde el principio, pero tú no te habías fijado. No te has dado cuenta porque no miras hacia dentro. Esa es la única desgracia del ser humano, que solo mira hacia fuera, siempre en busca y en pos de algo. Y no se puede encontrar en el exterior porque no está allí.

Buda dice: «Existe el placer y existe la dicha. Renuncia a lo primero para poseer lo segundo». Deja de mirar hacia fuera. Mira hacia dentro, vuélvete hacia tu interior. Empieza a buscar y registrar en tu interior, en tu subjetividad. La dicha no es un objeto que se pueda encontrar en ninguna otra parte; es tu consciencia.
En Oriente siempre hemos definido la verdad suprema como Sat-Chit-Anand. Sat significa ‘verdad’, chit significa ‘consciencia’, y anand, ‘dicha’. Son tres aspectos de la misma realidad. Es la auténtica Trinidad, no Dios Padre, Dios Hijo, Jesucristo, y el Espíritu Santo; esa no es la verdadera Trinidad. La verdadera Trinidad es la verdad, la consciencia y la dicha. Y no son fenómenos distintos, sino una sola energía que se expresa de tres maneras, una energía con tres aspectos. De ahí que en Oriente digamos que Dios es trimurti, que tiene tres rostros. Esos son los verdaderos rostros, no Brama, Visnú y Mahesh, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; esos nombres son para principiantes.

Verdad, consciencia, dicha: esas son las verdades absolutas. En primer lugar llega la verdad. En cuanto entras en ella, tomas conciencia de tu realidad eterna: el sat, la verdad. Al profundizar en tu realidad, en tu verdad, te darás cuenta de la consciencia, de una increíble consciencia. Todo es luz, nada es oscuridad. Todo es consciencia, nada inconsciencia. Eres simplemente una llama de la consciencia, sin siquiera una sombra de inconsciencia por ninguna parte. Y cuando profundizas aún más, el núcleo definitivo es la dicha, anand.

Buda dice: «Renuncia a todo lo que hasta ahora has considerado importante, significativo». Sacrifícalo todo para ese absoluto porque es lo único que te satisfará, que te llenará, que llevará la primavera a tu ser... y estallarás en miles de flores. El placer te hará ir a la deriva. El placer te hará más astuto, pero no te proporcionará sabiduría. Te hará cada día más esclavo; no te proporcionará el reino de tu ser. Te hará cada día más calculador, te hará una persona más aprovechada. Te hará cada día más político, más diplomático. Empezarás a utilizar a las personas como medios. Eso es lo que hace la gente.

El marido le dice a la esposa: «Te quiero», pero en realidad simplemente la está utilizando. La esposa dice que quiere al marido, pero simplemente lo está utilizando. El marido puede estar utilizándola como objeto sexual y la esposa utilizándolo como seguridad económica. El placer hace a todos astutos, taimados. Y ser astuto supone perderse la dicha de ser inocente, perderse la dicha de ser niño.

El dinero, el poder, el prestigio: todo eso contribuye a hacerte astuto. Busca el placer y perderás la inocencia, y perder la inocencia significa perderlo todo. Esto dice Jesucristo: sé como un niño, y solo así entrarás en el Reino de Dios. Y tiene razón. Pero quien anda en busca del placer no puede ser inocente como un niño. Tienes que ser muy listo, muy astuto, con mucha política; solo así puedes vencer en la competición a muerte que hay en todas partes. Todo el mundo está a la greña con todo el mundo, no vives entre amigos. El mundo no puede ser amable a menos que dejemos esa idea de la competitividad. Pero desde el principio inculcamos al niño el veneno de la competitividad. Cuando acabe la universidad estará totalmente envenenado. Lo hemos hipnotizado con la idea de que tiene que luchar contra los demás, de que la vida es la supervivencia de los más aptos. Así la vida no puede ser una fiesta.

Si eres feliz a costa de la felicidad de otro... Y así es como puedes ser feliz; no hay otra manera. Si conoces a una mujer hermosa y consigues poseerla, se la habrás arrebatado a otro. Intentamos que las cosas parezcan lo más bonitas posible, pero eso es solo en la superficie. Los que han perdido en el juego se enfadarán, se pondrán furiosos. Esperarán una oportunidad para vengarse, y esa oportunidad se les presentará tarde o temprano.

Lo que posees en este mundo lo posees a costa de alguien, a costa del placer de otro. No hay otra manera. Si de verdad no deseas enemistarte con nadie en el mundo, debes abandonar la idea de la posesión. Utiliza lo que tengas a tu lado en el momento, pero no seas posesivo. No intentes reclamar que es tuyo. No hay nada que sea tuyo; todo pertenece a la existencia."

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