viernes, 27 de mayo de 2011

Demanda de Almor

Es una metonimia del sacerdote evangelista de la iglesia freudiana, el presbístero parroquial franco parlante, Jaques Lacan.

Demandamos amor y sustancia. Martin Heideggre, el presbístero de la iglesia germanico luterana greco parlante, sostiene que la verdad se encuentra oculta, y se manifiesta con esplendor en el amor contemplativo, es decir, el almor.

Demandamos almor, es decir, un alma y un sustento, protección, compañía, empatía, comprensión, ayuda, servicio, dedicación, preocupación, desición. Si no encontramos almor, nos volvemos apàticos y cinicos. Nos volvemos críticos.

Primeramante, la protección nos preocupa. El presbístero anglicano Adam Smith junto a su amigo Newton, mercantilizan y mecanizan la vida bajo ciertas leyes extrictas de dominación y explotación.

Depositamos nuestra confianza en el amor porque demandamos un alma. Queremos ser algo más que placer y materia. Queremos que nuestro placer material tenga sentido.

Hay quienes prefieren vivir sin corazón a sufrir las penurias del ocaso. No saben que es un acto cínico negar nuestros lazos afectivos con los demás, y por lo mismo, enferman con los horrores crueles del superyó en contra del egocentrismo. La materia viva reclama hedornismo cruel, moribunda inconciencia

"Love can mend your life but love can break your heart". El intelectualismo es cinismo, negación del lazo afectivo, escición del corazón respecto de la dualidad maldita mente-materia. La gente sin amor vive en soledad. El utilitarismo nos enseña a vivir cómodos pero solos. Compartimos nuestros bienes materiales y los excedentes con unos pocos, escindimos y privamos al uso público de nuestras cosas con malsana celopatía. Vivimos sin amor, con una falsa alegría, incómodos. Naranja mecánica. El más violento sigue abusando de la excesiva potestad que se le otorga para explotar, reprimir y hegemonizar.Secundariamente se ofrece un servicio de circo y prostitucion.

Hay un amor que se dice verdadero cuando es solo bajeza. Hay un amor que participa del amor verdadero como semblanza y máscara, cuando en el fondo es hegemonía fragmentaria de placer carnal. A su vez, hay pseudoamistades que participan de la semblanza de la amistad, cuando en el fondo son relaciones intencionadas por el interés, la manipulación y el bienestar personal. Tales amistades son egoístas, y tales amores, precarios y resentidos.

Podría darse un paso importante si se entiende al almor bajo una concepción divina. La grandeza de lo grande arrastra la sombra de una gran bajeza. Lo divino es grande, no porque arrastre la paradoja de una bajeza, sino porque la bajeza se somete también a la grandeza de lo grande, canalizandose a la destruccion de las propias fronteras.

Si trataramos a los otros como sujetos y a nosotros como objetos, nos sería más fácil lograr empatía y ser concientes de los efectos que producimos en los demás; crueles comentarios, excesivo desapego, alienacion subjetiva.

Demandamos almor y nos demandan almor, pero no todo lo que brilla es oro. Como todo lo bueno en la vida, el amor tiene sus copias, pero hay amores que no se ajustan en nada a los mandamientos celestes por los que cobra vida su esencia. El almor es algo más que una cosa y algo más que una idea; es un sentimiento de ligazón hacia algo externo. Los motivos y los efectos pueden ser ideales pero la ligazón en sí es real, afectiva y corporal.

Ante todo demandamos un cuerpo; el falo unifica el cuerpo de la madre bajo el título de virgen, y lo significa fragmentariamente bajo el título de puta. Secundariamente, demandamos un nombre, el espejo en sus pupilas. Pero el amor, como todas las actividades de la vida sujetas a los vaivenes del devenir, evoluciona hasta encontrar un punto de elevación sublime, un punto de encuentro entre la idea y la materia.

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Todo fluye, pero convertimos el amor en piedra. Le damos un contrato, de estrictas leyes fundadas con el unico fin de privar a la pareja de un goce fuera de la diada. Ahora bien, es cierto que llega un punto en que la intimidad de ciertos amantes se compromete, confiando las alturas y las bajezas del ego a su fuerza. Celo y territorialismo defienden al ego de su destrucciòn, y no ocurre otra cosa diferente con el ser amado.

Todo fluye: " todo se mueve y nada permanece, y en el mismo rìo no nos bañamos dos veces". El amor es un sentimiento sublime que se pretende eterno. Es sin duda, o al menos eso percibimos, que es absoluto e infinito, pero al igual que todas las emociones, sujeta a las leyes del cambio. Todo fluye, y con ello, el amor y nuestras emociones. Todo fluye, y con ello las personas, el caracter, y nuestro amor hacia estas. El amor es un fuego que se enciende y se apaga, como el universo mismo: "este mundo, el mismo para todos, ninguno de los dioses ni de los hombres lo ha hecho, sino que existió siempre, existe y existirá en tanto fuego siempre vivo, encendiéndose con medida y con medida apagándose".

Si nos apegamos al pasado, se nos clavan las espinas del remoridimiento, o nos dormimos en los laureles queriendo retroceder, pues bajo la extensa fatiga de la nostalgia se extiende una sombra, como los tentaculos de una ameba sobre el presente. El amor tiene su memoria, pero la vida misma se encarga de gastar sus representaciones con nuevos estimulos. La esencia de la memoria es retroceder y conservar, pero la esencia de la vida es fluir y olvidar. ¿Còmo conciliar esa paradoja sin sufrir un desgarro?


La conquista tiene su tiempo. Eros prepara los caminos para la satisfacciòn pornogràfica y amorosa en una sola actividad. A ello se debe su profundo misterio y su inasible paradoja. Eros nos lìmita, compite y se escabulle de manera estrategica, anudando nuestro cuerpo a marcas y velos, celoso y cautivo del amor celeste, pero por otro lado, juega libre como el azar, animal cautivo de bestias dionisiacas, sin lìmites, desnudo, como un niño, pornogràfico, sin por quès.

El amor es algo que llega por el erotismo. Podemos reprimir nuestro vinculo erotico con nuestros seres amados para conservarlos como principios. Eros se escabulle de los principios; se asquea de las normas estrictas pero tambièn se asquea con la sobreexposicion. Eros tampoco admite una sobredemanda, ni del Almor ni de la Pornografìa. Eros es como una bisagra entre ambos, y por ello, tiene una esencia paradojica: sexual pero civilizatoria. Su esencia sexual se manifiesta en la curiosidad depositada sobre la intimidad del cuerpo y sus orificios, es decir, sobre la pornografìa. Esa condiciòn trasciende la còpula y la genitalidad de los adultos. Los niños son erotizados por sus cuidadores para posteriormente, reprimir su vinculo erotico y conservar la eternidad de sus efectos, y consecuentemente, desplazar la curiosidad erotica y el misterio a los espacios pùblicos.

Todo fluye, y con ello el amor, y sobre todo, el erotismo. Ciertas personas histèricas nos revelan lo importante que es la seduccion como fuente de renovacion subjetiva y adapatacion a la realidad movediza. El histerico se aburre con las piedras, pero si el erotismo es el gas y la pornografia el fluido, el amor es la materia en su estado sòlido. Imperceptiblemente, el amor persiste en la memoria, no solo de las mentes, sino del cuerpo. Todo fluye, pero algo resplandece como un eterno fulgor. La marca del amor sobre la memoria produce un apego que tiene el caracter de eterno.

Enmarcar la eternidad del amor en la identidad hegemonica de un contrato, no ayuda en lo absoluto a conservar los vinculos eroticos que lo encienden. Todo fluye, y con ello el erotismo, y si el erotismo es condicion para la conservaciòn de un amor erotico, el mismo amor debe adaptarse a los procesos del devenir, apagandose y encendiendose, acercandose y alejandose, conservando y olvidando. Hay un momento en que el tedio mata al amor. Ese es el momento de olvidar. No nos bañamos en el rio dos veces.

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