BOLIVIA
El 14 de febrero de 1879, Bolivia contaba con 34 gendarmes. Chile trasladó a esa costa 200 soldados en navíos blindados.
Abandonada del poder político, disminuida bélicamente y acosada por las ambiciones expansionistas de Chile se encontraba el Litoral boliviano el 14 de febrero de 1879. Chile nació a la vida republicana alargado y estrechado por la cordillera de los Andes y las profundidades del océano Pacífico. Esto despertó en sus habitantes un desenfrenado interés de sacar ventaja de sus vecinos. El desierto de Atacama separaba a Bolivia de Chile, sin embargo, las defecaciones de tres aves marinas: guanay, piquero y pelícano convirtieron a la costa de ese desierto en la manzana de la discordia.
Los problemas por los límites entre Bolivia y Chile comenzaron en 1828, cuando la Constitución chilena estableció que su territorio llegaba hasta el despoblado sector de Atacama, disposición que terminó con la invasión del lugar en 1879. A las 7.00 del 14 de febrero aparecieron en lontananza las siluetas de los navíos blindados Cochrane y O'Higgins al mando del coronel chileno Emilio Sotomayor. El "Blanco Encalada", que fue movilizado con anterioridad a la bahía de Antofagasta, saludó su presencia con salvas de artillería. La escuadra chilena tenía a bordo 27 cañones. Al escuchar el rugido de la artillería la población se agitó en el muelle y en las calles de Antofagasta. Era el día fijado por el prefecto de esa región, el coronel Severino Zapata para rematar los bienes de la Compañía de Salitres por haberse negado el pago del impuesto de 10 centavos por quintal de salitre exportado. El cobro de ese tributo se aprobó en el Congreso boliviano el 10 de febrero de 1878 luego de que Antofagasta, Cobija, Mejillones, y Tocopilla sufrieron los efectos de un terremoto.
A pocos minutos de las 8.00, un bote que se desprendió del Cochrane condujo a tierra al capitán José M. Borgoño y un escolta. El oficial buscó al Cónsul de su país para dirigirse a las instalaciones de la Prefectura a objeto de entregar un mensaje en el que se le ordenaba tomar posesión del territorio comprendido hasta el paralelo 23. El coronel Zapata admitió, ante la intimidación, que no contaba con tropas para contrarrestar a los tres blindados.
Casi en forma paralela, 200 soldados chilenos, con sus respectivos oficiales, desembarcaron de la escuadra invasora. Los chilenos se apoderaron de la ciudad "antes de la medianoche", según el portal en la internet de la Armada chilena. Los 34 gendarmes bolivianos que se encontraban en instalaciones de la Policía tomaron camino a Cobija para evitar fricciones. Las fuerzas invasoras tomaron posesión de Mejillones y Caracoles.
El presidente de Bolivia, Hilarión Daza, se enteró de la toma de Antofagasta el 22 de febrero, vísperas de carnavales a través del Consulado de Tacna. Tres días después, el 25 de febrero, interrumpe el festejo carnavalero. Daza emite cinco decretos, declara estado de sitio, amnistía para los que vivían en el exilio, la organización de la Guardia Nacional y otro que cortó el comercio con Chile. La población boliviana enterada de los hechos rechazó la ocupación de Antofagasta, Mejillones y Caracoles.
"Hoy se han recibido comunicaciones de allí (Tocopilla) y avisan que el Blanco Encalada desocupó Tocopilla y Cobija. No han llegado los caballos y refuerzos que esperaban (en Caracoles)", indica la carta del 5 de marzo de 1879 que escribió Eduardo Abaroa a su amigo José Manuel Quintana. Ladislao Cabrera, quien se encontraba en Caracoles ejerciendo su profesión de abogado y periodista, se retiró junto a la guarnición de 20 gendarmes hasta Calama para organizar la primera línea de defensa contra el invasor. Los pequeños grupos de las guarniciones de Tocopilla, Cobija y Chiu Chiu hicieron lo propio. En Calama se concentraron a mediados de marzo 135 ciudadanos bolivianos, de los que 126 eran jefes, oficiales y soldados y habían nueve civiles, según cita el escritor boliviano Roberto Querajazu Calvo en su libro Chile enemigo de Bolivia, antes, durante y después de la Guerra del Pacífico. Les sobraba coraje, pero carecían de armamento. Contaban sólo con 35 rifles Winchester, ocho rifles Remington, 30 fusiles a fulminante, 12 escopetas de caza, 14 revólveres y 32 lanzas.
Hasta el amanecer del 23 de marzo la defensa estaba ya organizada, cavaron zanjas, levantaron barricadas y destruyeron los puentes Topáter y Carvajal para obstruir el desplazamiento del enemigo. Ese mismo día fueron vistos por el camino a Caracoles 544 combatientes de tres compañías del Ejército chileno con dos piezas de artillería de montaña y una ametralladora. En la orilla opuesta al río Loa, ocho rifleros y dos oficiales junto a Eduardo Abaroa protagonizaron una acción heroica obligando al enemigo a un repliegue precipitado. Unos 40 chilenos abrieron paso en el sector del puente Carvajal al derrotar a 24 defensores apostados ahí. Las fuerzas chilenas ingresaron sin oposición al pueblo de Calama. Un toque de corneta ordenó la retirada en dirección a Chiu Chiu, Canchas Blancas y Potosí. Todos obedecieron, menos Abaroa. Los dos oficiales y los ocho rifleros que lo acompañaban cayeron prisioneros.
El Ejército boliviano contaba en febrero de 1879 apenas con 2.175 hombres. Estaban distribuidos en los batallones Daza, Sucre e Illimani, de los que 808 eran militares profesionales, es decir generales, coroneles, teniente coroneles mayores, capitanes, tenientes y subtenientes. Chile contaba antes de la guerra con 2.000 hombres. Sus filas se engrosaron rápidamente. En Antofagasta tenía concentrados 10.000 hombres y una reserva de 8.000 distribuidos en Santiago, Valparaíso y sus puestos fronterizos.
Al inicio de la Guerra del Pacífico, la escuadra chilena estaba conformada por los siguientes buques blindados: Cochrane y Blanco Encalada. Contaba con nueve cañones y 300 hombres en su tripulación.
Las corbetas O'Higgins y Chacabuco recubiertas con un casco de madera, tenían siete cañones y una dotación de 160 hombres. La corbeta Esmeralda contaba con 12 cañones y 199 hombres. Estaba "en muy mal estado por vetustez", según certifica la Armada chilena. Adicionalmente, alistó sus corbetas Abtao, Magallanes y Covadonga para iniciar operaciones. "Eran naves bastante heterogéneas, de andares, edades y armamento diferentes y cuyo poder estaba fundamentalmente basado en los blindados y la cañonera Magallanes", se lee en la Historia de las acciones navales de Chile. Durante la contienda bélica, la Marina boliviana tuvo una actuación mínima, porque no contaba con un dispositivo defensivo propicio para un conflicto prolongado. Sus dos bergantines: María Luisa y General Sucre, que fueron adquiridos durante la Confederación Perú-Boliviana con capital boliviano, tuvieron un triste final previa a la guerra y no combatieron. El 10 de septiembre de 1875 el bergantín María Luisa naufragó en el puerto chileno de Constitución. En 1842 se le atribuye la captura de la barca pirata chilena Rumena, que hizo una incursión en Mejillones para cargar guano. Se desconoce el destino del guardacostas General Sucre y no se sabe si fue vendido o terminó en algún muelle de Cobija.
Ante esa falencia, Bolivia convocó a barcos extranjeros a servir bajo bandera boliviana en contra de Chile. Como recompensa monetaria recibirían recursos del fondo de guerra y mercancías requisadas a los barcos chilenos que abordasen. Un pequeño vapor peruano respondió al llamado, pero no entró en combate porque hasta marzo de 1879 esa nación era reacia a combatir junto a Bolivia. Perú entra en acción en abril de 1879. Las cañoneras peruanas Unión y Pilcomayo zarparon de El Callao el 8 de abril para interceptar las líneas de comunicaciones marítimas y negar los abastecimientos a los buques chilenos al sur de Iquique. La escuadra peruana estaba conformada, además, por los monitores blindados Manco Kápac y Atahuallpa, equipados con dos cañones de 500 libras. El Huáscar tenía un casco de fierro acorazado, dos cañones de 300 libras ubicadas en una torre giratoria y una tripulación de 200 hombres. La fragata blindada Independencia tenía un casco de fierro y contaba con 24 cañones desde nueve hasta 150 libras de peso. El 12 de abril se produjo el primer combate naval entre la cañonera chilena Magallanes y las naves peruanas Unión y Pilcomayo. Cuatro días después, el 16 de abril, el general Hilarión Daza salió de La Paz rumbo a Tacna con tres regimientos de línea: Los Húsares, Coraceros y Artilleros. Logró reclutar a 5.952 hombres, incluyendo jefes, oficiales y servicios auxiliares. En el combate del 8 de octubre en Punta Angamos (Mejillones) se rinde el Huáscar. Los chilenos movilizaron 14 barcos a vapor, un buque de vela, a 10.850 combatientes y 850 caballos para conquistar el departamento salitrero de Perú. El objetivo era Pisagua y el pozo de agua de Dolores, que se unían por un ferrocarril de 73 kilómetros. Pisagua estaba resguardado por 200 soldados peruanos de la Gendarmería y la Guardia Nacional y 700 bolivianos de los batallones Victoria e Independencia.
El 2 de noviembre, las naves chilenas Cochrane, O'Higgins, Magallanes y Covadonga pusieron de manifiesto todo su potencial bélico. 44 lanchas se desprendieron de los navíos cargados de combatientes para acercarlos a la playa. Los bolivianos y peruanos se replegaron. El 5 de noviembre las tropas chilenas tomaron Pisagua y Junín. En ese mismo mes se producen las batallas de Dolores y Tarapacá. La contienda desigual se extendió hacia el norte y se definió en mayo de 1880 con la batalla del Alto de la Alianza, registrada cerca a Tacna, en la que el ejército Peruano-Boliviano fue vencido definitivamente.
Chile impuso su hegemonía en las costas del Pacífico. Perú terminó invadido durante tres años, su población fue sometida a toda clase de humillaciones y un Tratado le reconoció a Chile la propiedad de Tarapacá. Bolivia acabó con todas sus costas en manos del enemigo. Perdió también sus yacimientos de guano, salitre y cobre. El 5 de abril de 1904 firmó un tratado de Paz y Amistad con Chile.
Bibliografía:
"Chile enemigo de Bolivia, antes durante y después de la Guerra del Pacífico", " Historia de Bolivia de Francisco Pizarro a Hugo Banzer", de Roberto Querejazu Calvo. "Cartas de Abaroa", de Ronald MacLean-Fernando Cajías. Sitios web de las fuerzas Aérea, Naval y del Ejército de Chile y de sus similares de Bolivia. "Libro Blanco", del Ministerio de Defensa de Chile. Museo de Litoral. Artículos de los periódicos "El Mercurio", de Chile, y "La Razón" de Bolivia. Comando en Jefe de las FFAA de Bolivia.
http://www.bolivia.com/Especiales/2004/dia_del_mar/08.Nota.asp
PERÚ
En abril de 1879, las jóvenes repúblicas sudamericanas del Pacífico; Perú y Chile, iniciaron una guerra larga, cruenta y muy costosa, cuyas causas se encuentran en la política emprendida por el gobierno chileno sobre el territorio de Atacama, entonces bajo soberanía de Bolivia. Apenas 30 años atrás los tres países ya se habían enfrentado en la llamada Guerra de la Confederación, por el predominio comercial en las costas del Pacífico occidental.
Poco después de emerger como naciones independientes, Chile y Bolivia mantuvieron diferencias en cuanto a los límites que los dividían en la franja costera. La interpretación chilena establecía que su territorio alcanzaba hasta el paralelo 23 de latitud sur, mientras para Bolivia el limite se fijaba en el paralelo 26. La situación se complicó cuando en el territorio en disputa se descubrieron importantes yacimientos de salitre -nitrato utilizado como fertilizante y para la fabricación de pólvora. En 1866 los gobiernos de La Paz y Santiago zanjaron sus diferencias territoriales mediante la suscripción de un tratado que estableció el paralelo 24 como limite, pero que acordó la división por partes iguales de las ganancias por el salitre explotado por empresas de capital chileno y británico entre los paralelos 23 y 25.
Sin embargo el tratado no resultaría satisfactorio para las nuevas autoridades bolivianas, pues fue suscrito por un gobierno liderado por un caudillo (Mariano Melgarejo) influenciado por intereses chilenos. En consecuencia, en 1872 se realizó una revisión, y en 1874 se firmó un nuevo tratado, mediante el cual Chile renunció a los beneficios económicos de la explotación salitrera en la zona comprendida en los paralelos 24 y 25. A cambio el gobierno de Bolivia se comprometió a no incrementar los impuestos sobre el salitre durante los próximos 25 años, es decir, hasta 1899.
En la práctica sin embargo, la jurisdicción boliviana se mantuvo como un elemento nominal. La presencia chilena era abrumadora; su población superaba ampliamente a la boliviana y sus empresas dominaban la economía del lugar. La autoridad política boliviana pasó así a ser ficticia habida cuenta de la enorme distancia que separaba a esa provincia de la sede de gobierno en La Paz.
En febrero de 1878, la Asamblea Constituyente de Bolivia, confiada en el ejercicio de su soberanía sobre Atacama, luego de aprobar una transacción celebrada en 1873 entre el gobierno boliviano y la compañía "Salitres y Ferrocarril de Antofagasta", decretó un impuesto de diez centavos de Pesos sobre cada quintal de salitre exportado por dicha empresa chilena. Esta rechazó tal imposición, considerándola una violación al tratado de 1874, y en vez de recurrir a un tribunal de derecho civil, reclamó a través de su gobierno. De este modo la cancillería chilena solicitó al gobierno de Bolivia derogar el tributo o recurrir a un arbitraje. Bolivia se negó bajo el lógico argumento que se trataba de un asunto interno entre el Estado y una empresa privada.
Chile no aceptó ni esa ni las explicaciones subsecuentes e insistió en sus demandas y como La Paz no se rectificaba, a inicios de 1879 el gobierno de Santiago despachó al puerto de Antofagasta, a modo de disuasión, al blindado Blanco Encalada. El primero de febrero de ese año Bolivia, en protesta por la presencia de aquella nave de guerra en sus aguas territoriales, anunció que procedería a la confiscación de las salitreras y que las remataría el 14 de febrero.
La reacción chilena no se hizo esperar. El doce de ese mes el ministro de asuntos exteriores de Chile despachó a su cónsul general en Antofagasta la siguiente comunicación:
“En pocas horas más el litoral que nos pertenecía antes de 1866 será ocupado por fuerzas de mar y tierra de la república y V.S. asumirá el cargo de gobernador político y civil de ese territorio”.
En la fecha prevista para la subasta, por orden del presidente chileno Aníbal Pinto, una fuerza de 700 soldados al mando del coronel Emilio Sotomayor desembarcó en Antofagasta. Las tropas chilenas no encontraron resistencia organizada, extendieron pronto su control a las localidades costeras adyacentes y reivindicaron dichos territorios para Chile (1).
El primero de marzo, el gobierno boliviano del general Hilarión Daza denunció la ocupación y ordenó el cese de relaciones diplomáticas y comerciales con Chile. La guerra estalló. La diferencia entre ambos contrincantes era abismal, razón por la cual Bolivia solicitó de inmediato la ayuda de la república del Perú en concordancia con un tratado defensivo que ambos países habían suscrito secretamente en 1873 (2).
Es difícil evaluar si en las condiciones prevalecientes en aquel entonces, el Perú procedió adecuadamente al involucrarse en un conflicto que le era ajeno por cumplir con un compromiso internacional. Moralmente su actuación fue impecable. Pero si bien un tratado debía honrarse, no debía ser a costa de poner en riesgo la supervivencia nacional. Quizás hubiera servido mejor al interés peruano aplicar una política realista que implicara denunciar el tratado y mantenerse al margen del contencioso. Las razones resultaban evidentes si se consideraba que el Perú no estaba preparado para encarar un conflicto de proporciones y si se tenía en cuenta que el aliado era débil y el eventual contrincante muy fuerte, hecho que impedía mantener un equilibrio en la relación de fuerzas.
La capacidad militar peruana no había logrado mantener una relación con la creciente prosperidad económica experimentada en el país en la década de 1870. El gobierno civilista del Presidente Manuel Pardo había reducído fuertemente los gastos militares, como parte de la política de su partido de intentar neutralizar el rol dominante de las fuerzas armadas. Su sucesor, el presidente constitucional Mariano Ignacio Prado (1876-79), encontró sus opciones limitadas y no pudo hacer las correcciones del caso pese a que se trataba de un militar de profesión.
El Perú no declaró la guerra. Chile lo hizo. Pero la ambigüedad del accionar peruano, que por un lado quiso ser un mediador sincero a fin de hallar una solución pacífica al diferendo y que por otro se mantuvo estoicamente fiel a su honor y a su compromiso con una de las partes involucradas, terminó por generar sospechas equivocadas, resentimientos y hostilidades y la colisión se hizo inevitable.
Si Chile se venía o no alistando para la guerra, puede resultar discutible. Hay indicios a favor y algunos argumentos en contra. En todo caso, aquel país había recurrido a un acto de agresión armada y respaldaba su accionar en un ejército muy bien organizado y disciplinado, basado en la estructura militar francesa y en una fuerza naval respetable, aún para estándares europeos, organizada en base a los parámetros de la Real Marina Británica.
Es justo señalar que entre 1877 y 1878, por efecto de la crisis económica de esa época, y como ocurrió antes en el Perú, los gastos chilenos en defensa se habían reducido dramáticamente. Es así que para fines de 1878, el ejército chileno apenas poseía 3,000 hombres, la mayoría de los cuales se encontraba concentrado en el sur del país, en la frontera de la Araucanía. Al estallar el conflicto sin embargo, la fuerza militar chilena asimiló miles de soldados, al extremo que en poco más de seis meses organizó tres ejércitos: El Ejército del Sur, que operaba en la Araucanía, el Ejército del Centro que operaba como reserva, y el Ejército en Campaña, que enfrentó al Perú y Bolivia. Este último ejército llegó a alcanzar los 25 mil hombres. Además, a partir de 1872 Misiones militares chilenas adquirieron de Gran Bretaña, Francia y Prusia armas de última generación, como ametralladoras Gatling, cañones Krupp y fusiles Comblain, material que a modernizó su arsenal.
Resultaba evidente que en sus inicios la contienda se iba a focalizar en el mar, pues el dominio marítimo era fundamental para garantizar el éxito de las operaciones terrestres de los contrincantes, incluyendo comunicaciones, desplazamiento de tropas, desembarcos y aprovisionamiento a lo largo de las extensas costas del Pacífico Sur. No se requería ser estratega para entender que aquel país que asegurara el dominio del mar sería el que ganaría el conflicto. La primera fase de lo que pasaría a denominarse la Guerra del Pacífico iba a ser pues, marítima.
La escuadra de Chile -quizás la mejor de América Latina después de Brasil- estaba compuesta por dos enormes acorazados gemelos: El Almirante Cochrane y el Almirante Blanco Encalada, ambos, diseñados por Sir Eduardo Reed y construidos en los astilleros Earle Ship Building Company de Yorkshire (3).
Cada uno tenía un desplazamiento de 3,560 toneladas, una potencia de 4,300 caballos de fuerza y un blindaje de nueve pulgadas. Alcanzaban una velocidad de 12.75 nudos y poseían cada cual seis cañones de 9 pulgadas, cuatro de 4.7 pulgadas, cuatro de 2.2 pulgadas, un cañón de 20 libras, uno de 7 libras, cuatro de una libra, tres ametralladoras Norfendelt y cuatro tubos lanza-torpedos de 14 pulgadas.
El primero, bautizado inicialmente como Valparaíso, ingresó al servicio de la flota chilena el 24 de enero de 1876. El Cochrane por su parte, llegó a Chile en diciembre de 1874 pero retornó a Gran Bretaña a terminar su alistamiento en enero de 1877.
La escuadra contaba además con una cañonera relativamente nueva, la Magallanes, construida en los astilleros británicos Raenhill & Company y en servicio desde 1874. Tenía un desplazamiento de 950 toneladas, 1,040 caballos de fuerza y un andar de 11 nudos. Su armamento consistía en un cañón de 7 pulgadas, un cañón de 64 libras y dos cañones de 4 pulgadas (4).
La armada chilena igualmente disponía de dos antiguas corbetas de madera: la Esmeralda, construida en Northfleet, Gran Bretaña, en 1855, desplazaba 854 toneladas, con 200 caballos de fuerza y una velocidad de 8 nudos. Estaba armada con dieciséis cañones de 32 libras de 6.5 pies de largo, cuatro cañones de 32 libras de 9.5 pies de largo y dos cañones de 12 libras (5); y la Abtao, construida en 1865 para los confederados norteamericanos durante la guerra civil, en los astilleros escoceses de Dennis Brothers, desplazaba 1,600 toneladas, tenía reforzamiento de acero en el casco y estaba armada con un cañón de 5.8 pulgadas y cuatro cañones de 4.7 pulgadas. Su potencia era de 800 caballos de fuerza y alcanzaba una velocidad de 10 nudos (6).
Chile poseía además dos cruceros desprotegidos de la clase Alabama, el O´Higgins y la Chacabuco, construidos en 1866 en los astilleros Ravenhill de Londres Gran Bretaña. Cada uno desplazaba 1,101 toneladas, tenía 1,200 caballos de fuerza y alcanzaba una velocidad máxima de 12.5 nudos. Su armamento consistía en tres cañones de 115 libras, dos de 70 libras, cuatro de 40 libras y cuatro ametralladoras Hochtkiss (7 y 8).
Adicionalmente Chile poseía una vieja goleta, la Covadonga, ex nave de la armada española, construida en El Ferrol en 1858. Protegida con casco de fierro, desplazaba 412 toneladas, tenía una potencia de 140 caballos de fuerza y un andar de 7 nudos. Estaba provista de dos cañones de 70 libras, tres cañones de 40 libras y dos cañones de 9 libras (9).
Chile contaba además con dos escampavías, el Lautaro y el Toro. El primero, construido en 1870, desplazaba 120 toneladas, mientras que el segundo, construido en 1874, tenía un peso de 150 toneladas. Ambos estaban armados con un cañón de 40 libras y uno de 6 pulgadas.
La escuadra chilena poseía asimismo diversas lanchas torpederas, adquiridas entre 1878 y 1881, que desplazaban entre 10 y 35 toneladas y que estaban armadas con una ametralladora Hotchkiss y dos tubos lanzatorpedos. Estos eran el Janaqueo, Colo Colo, Tucapel, Fresia, Tegualda, Recumilla, Glaura, Guale, Janaqueo 3, Vedette y el Quidoro.
La marina chilena contaba con varios transportes propios o alquilados de navieras privadas, entre los que debe mencionarse al Loa (1873-1,675 toneladas); Lamar (1870-1,400 tons); Copiapo (1870-1,337 tons), Amazonas (1874-2,019 tons) Matías Cousiño (1,859-923 tons), Itata (1873-2,232 tons), Tolten (1872-317 tons), Valdivia (1865-900 tons), Chile (1863-1,672 tons), Carlos Roberto 1872-643 tons) y el Rimac (1872-1,805 toneladas). El Loa, el Rimac, el Copiapo, el Amazonas, el Valdivia y el Carlos Roberto, estaban artilllados con cañones y ametralladoras (10).
Los oficiales de la escuadra eran de primer nivel. Al declararse la guerra, el mando de las naves estaba a cargo de los siguientes oficiales: Blanco Encalada, capitán de navío Juan Lopez; Cochrane, capitán de navío Enrique Simpson; Esmeralda, capitán de fragata Manuel Thomson; O´Higgins, capitán de fragata Jorge Montt; Chacabuco, capitán de fragata Oscar Viel; Magallanes, capitán de fragata Juan José Látorre; Covadonga capitán de Fragata, Arturo Prat. El comando de las naves cambiaría rápidamente en las primeras semanas del conflicto. La marinería por su parte, que sumaba 1,800 hombres, estaba muy bien entrenada y sus unidades se encontraban armadas con el fusil Kropatschek modelo 1877 de tiro rápido.
La flota estaba comandada por el contralmirante Juan Williams, quién se distinguió durante la guerra contra España de 1865-66. Como aquel, era notable la profusión de oficiales de ancestros británicos, tales como Condell, Rogers, Simpson, Thomson y el comandante Lynch, este último inclusive, adscrito en su juventud a la Real Marina Británica y como tal veterano de la segunda guerra del opio entre China y Gran Bretaña.
Bolivia prácticamente no contaba con escuadra, salvo por tres pequeños barcos, entre ellos el bergantín Sucre, todos ellos capturados durante la ocupación de Antofagasta. Su ejercito por otra parte, se componía de un general de división, un general de brigada, nueve coroneles y otros oficiales que en conjunto sumaban 359. La tropa estaba constituída por 1,522 soldados armados con fusiles Remington, Martini y Winchister. La caballería constaba de 200 hombres y la artillería sólo poseía dos cañones rayados, dos ametralladoras de calibre mayor, dos de calibre menor y 95 rifles de Sharfo. Aquel era un factor que quizás el Perú debió considerar al mantener la alianza militar con el país del altiplano, cuyos gobernantes de esa época cometieron el error de no cuidar adecuadamente su región costera al no desarrollar una marina y una fuerza militar disuasiva (11).
La escuadra del Perú, salvo una excepción, no se había renovado en los últimos once años (12).
Estaba integrada por dos blindados, dos monitores de hierro, dos corbetas de madera, una cañonera, algunas lanchas torpederas y seis transportes.
Sin duda la principal nave del Perú, aunque no la más grande ni velóz, era el Huáscar, blindado de mar con espolón modelo Ericsson, diseñado por el capitán Cowper Coles de la Real Marina, en base a sus experiencias en la guerra de Crimea. Su construcción se inició a fines de 1864 como el Proyecto 321 de los astilleros Lairds Brothers de Birkenhead, a orillas del río Mersey, en Liverpool. Desplazaba 1,130 toneladas, tenía 67 metros de largo,11 metros de ancho y 1,500 caballos de fuerza. Su casco de hierro, pintado de gris,estaba protegido por un blindaje de cuatro pulgadas y media en el centro, reducido a dos pulgadas y media en la popa y la proa. Entre el casco y el blindaje poseía una separación de madera de teca de catorce pulgadas para reducir el impacto de los proyectiles. Contaba con una torre giratoria, operada manualmente, llamada Torre Coles en honor a su diseñador, con un blindaje de cinco pulgadas y media en la que se desplegaban dos cañones Armstrong de 300 libras. Detrás se ubicaba una torre hexagonal desde donde se gobernaba la nave. También poseía dos cañones Armstrong de cuarenta libras ubicado cada cual en las partes laterales y un Armstrong de doce libras en la popa. Con una sola hélice propulsada por dos máquinas alternativas horizontales, alcanzaba una velocidad de once nudos y tenía una capacidad de 300 toneladas de carbón repartidas en cuatro calderas rectangulares, lo que le permitía largos viajes en alta mar. El blindado era tan maniobrable que podía dar un giro de 180 grados en apenas dos minutos. Para los estándares de esos tiempos, el Huáscar era una nave de guerra formidable, adquirida a un precio bastante razonable.
La fragata blindada Independencia, la mayor de las naves peruanas, había sido construida en Inglaterra en 1865 por la casa J.A. Samuda, en sus astilleros del río Támesis. Desplazaba 2004 toneladas y poseía un blindaje de cuatro pulgadas y media. Con 550 caballos de fuerza, alcanzaba una velocidad de 12,5 nudos. Estaba armada con dos cañones de 150 libras, doce de 70 libras, cuatro de 32 libras y cuatro de 9 libras.
Los viejos monitores de costa clase Canonicus, el Manco Capac y el Atahualpa, bautizados así en honor del primer y el ultimo Inca del Tanhuantisuyo, respectivamente, fueron adquiridos en abril de 1868. Habían sido construidos para la marina federalista de los Estados Unidos por Alex Swift and Company en los astilleros Niles & Rivers Works de Cincinnati, Ohio, y completados el 10 junio de 1865, el primero bajo el nombre de USS Oneota y el segundo como el USS Catawaba. Desplazaban 2,100 toneladas, con un motor de 350 caballos de fuerza y una velocidad teórica de 8 nudos. Estaban protegidos por una coraza de 3 pulgadas, que aumentaba a 5 pulgadas en las partes vitales de la nave y estaban armados cada cual con dos potentes cañones Dahlgreen de 15 pulgadas, montados sobre un torreón blindado con 10 pulgadas de coraza. En la práctica sin embargo, por su lentitud y mal estado, eran baterías flotantes; el Atahualpa prácticamente no se podía mover y el Manco Capac apenas alcanzaba los 3.5 nudos de velocidad (13).
Las dos corbetas, estas sí muy rápidas, eran la Unión, inicialmente mandada a construir por el gobierno rebelde de los Estados Confederados de America en la casa Verns Hermanos de Nantes, Francia, y adquirida por el Perú en 1864 (se comisionó en 1865), de 1,600 toneladas y 500 caballos de fuerza, estaba provista de rotación a hélice, tenía un andar de 12.5 nudos y estaba armada con dos cañones de cien libras, dos de sesenta y ocho libras y doce de cuarenta libras (14); y la Pilcomayo nave de menor poderío, pero la más nueva de todas, construida en 1874 por orden del gobierno peruano en Money Wigram & Sons en Blackwood, Gran Bretaña, con maquinaria de J.Penn & Company de Geenwich. Desplazaba 800 toneladas, alcanzaba los 11 nudos de velocidad y estaba armada con dos cañones de 70 libras, cuatro cañones de 40 libras y cuatro cañones de 12 libras (15).
Completaban la flota la cañonera Arnao, armada con un cañón de 40 libras, uno de 32 libras y ametralladoras, y las lanchas torpederas Alianza, Independencia, Alay, el Urcos, Capitanía, Resguardo y República, cuyas características eran similares a las chilenas.
La marina peruana disponía al momento del conflicto de los transportes Chalaco, de 990 toneladas y 400 caballos de fuerza, el Marañón, de 2,015 toneladas y 700 caballos de fuerza, y las naves Limeña, Talismán y Oroya.
Casi todas las naves de la escuadra se encontraban inmovilizadas y en pleno proceso de reparación.
La marina chilena, con 13 barcos de guerra, incluyendo a los escampavías, desplazaba un total de 13,408 toneladas, mientras que los barcos de guerra peruanos, 7 en total, apenas alcanzaban las 9,500 toneladas. La diferencia se acentuaba aún más si se incluía en el tonelaje total a los transportes, pues los chilenos superaban las 20,000 toneladas, contra unas 7,000 toneladas de las naves auxiliares peruanas.
En lo referente a artillería, la escuadra chilena poseía un total de 114 cañones y 10 ametralladoras Hotchkiss, mientras que la marina peruana disponía de 55 cañones y cuatro Gatlings.
La escuadra chilena pues aventajaba a la peruana en modernidad, cantidad, desplazamiento, blindaje, poder de artillería, y número de transportes. Los peruanos sin embargo suplían esta desventaja con oficiales navales muy capaces y preparados, aunque los marineros y grumetes fueran en su mayoría novatos y los artilleros carecieran de práctica en ejercicios de fuego real(16).
Iniciada la guerra, el Perú organizó su escuadra en dos divisiones. La primera, la mas poderosa, integrada por el Huáscar, la Independencia y los transportes Chalaco, Limeña y Oroya fue puesta bajo el mando del capitán de navío Miguel Grau, uno de los más experimentados y prestigiosos marinos peruanos, comandante del Huáscar. La segunda, integrada por la corbetas Unión y Pilcomayo, los monitores Atahualpa y Manco Capac y el transporte Talismán, quedó a órdenes del hábil capitán de navío Aurelio García y García, quien durante el transcurso del conflicto se convertiría en comandante de la Unión. Los capitanes de navío Juan Guillermo Moore y Nicolás del Portal ejercían el mando de la Independencia y de la Unión respectivamente, mientras que los capitanes de fragata José Sánchez Lagomarsino, Antonio de la Guerra y Carlos Ferreyros quedaron al frente del Manco Capac, el Atahualpa y la Pilcomayo respectivamente. En ese entonces a los capitanes Grau, García y García y Ferreyros, conjuntamente con el contralmirante Lizardo Montero, se les conocía como los cuatro ases de la marina peruana
http://util.peru.com/batallas_navales/angamos/antecedentes_1.asp
OCUPACION DE LIMA
Luego de las batallas por Lima, en la Guerra de Chile contra el Perú, el general Baquedano pactó con el alcalde limeño Rufino Torrico para la entrega de la capital peruana con la consiguiente ocupación por el ejército vencedor. Debido a que se preveía un enfrentamiento con el pueblo limeño, Baquedano eligió a los cuerpos más disciplinados, entre los que estaban los regimientos ¨Buín¨ 1° de Línea, Zapadores, Batallón ¨Bulnes¨, una brigada de artillería de campaña y los regimientos de caballería ¨Cazadores¨ y ¨Carabineros de Yungay¨.
Según Vicuña Mackena en su ¨Carta política¨, consigna que ¨...a las 4 de la tarde (del 17 de enero de 1881) empezó a entrar a Lima una parte escogida del ejército chileno, Lima parecía en ese momento un cementerio, nadie salió a las calles, salvo algunos extranjeros curiosos¨. La tristeza ciudadana era natural, por ello, las bandas del ejército chileno no tocaron, además de no despertar con sus acordes, alguna reacción patriótica en el pueblo. En cuanto al número de invasores que ingresaron, el tradicionalista Ricardo Palma, en sus ¨Cartas inéditas¨ nos cuenta que ascendió a 4,000 y lo hicieron ¨...con el mayor silencio¨; en la Plaza de Armas concluyó el desfile. En los días posteriores, los chilenos llegaron a 13,000,
Uno de los actos más dolorosos para el Perú fue el izamiento de la bandera chilena en los principales edificios, pero al lado de esta, también aparecieron emblemas de muchos países en diversos inmuebles, como símbolo de neutralidad, esto debido a que Lima era una ciudad que en su parte más céntrica, concentraba gran cantidad de comerciantes, la mayoría extranjeros, de tal forma que ellos exhibieron su emblema como señal de neutralidad.
La distribución de los diferentes cuerpos de ejército, se dispuso en los cuarteles de la capital y al no ser suficientes, se utilizaron otros locales del estado, como la Biblioteca Nacional, la Escuela de Ingenieros y el Palacio de la Exposición, además de las haciendas de los alrededores de Lima.
En un primer momento el comando chileno optó por tener acuartelada a la tropa, según Hipólito Gutiérrez en su ¨Crónica de un soldado de la Guerra del Pacífico¨, comenta que ¨...nos llevaron para Lima a un cuartel llamado Santa Elena. Ahí nos tuvieron acuartelados sin puerta franca. Como a los 8 días nos empezaron dar puerta franca...¨. El encierro a que fueron sometidos debió provocar insatisfacciones, puesto que todos pensaban descansar y gozar de placeres en la capital peruana.
Respecto a la población, ésta adoptó una actitud de reserva, de encierro. Según ¨El Heraldo¨ N° 174, ¨Lima está todavía como en viernes santo. No corre sino uno que otro carruaje; los carros del ferrocarril sin caballos...las tiendas cerradas y muchas casas como si acabara de morir el dueño...¨.
Según Gonzalo Bulnes en su ¨Guerra del Pacífico¨, dice que ¨...la sociedad limeña pasaba su tiempo encerrada en sus habitaciones, viendo pasar por entre los bastidores de sus ventanas esos uniformes odiados que le recordaban el deudo muerto, el hijo o el amigo ausente en el interior, sufriendo penalidades por seguir a un caudillo que les ofrecía una victoria segura. Todo era mustio y triste en Lima. Sus damas de distinción, las representantes de su aristocracia de nobilísimos blasones, no salían de su domicilio sino para ir a las iglesias el domingo y solamente allí se las veía desfilar, envuelto y casi cubierto el rostro con sus mantillas, como una protesta de aislamiento contra los invasores. La vida social estaba suspendida por completo. Ni teatros ni fiestas. En los hoteles y restaurantes dominaban los oficiales chilenos, a los cuales vigilaba severamente el General en Jefe¨.
Consolidada la ocupación, los invasores se apoderaron de las rentas del Municipio, se llevaron valiosas estatuas de los paseos públicos, así como cañones de la fortaleza del Callao y saquearon diversos establecimientos públicos y privados como la Biblioteca Nacional, la Universidad de San Marcos, la Escuela Militar, la Escuela de Artes y Oficios, el Colegio Guadalupe, el Palacio de la Exposición, el Jardín Botánico, etc.
Hubo un retraimiento que reflejaba lo difícil de la convivencia con el invasor. Ya que no se podía abandonar Lima, se recurría al vacío, destacándose el estado en que quedó la población masculina: heridos en cantidades que fueron atendidos en sus propios hogares, tanto por no haber sitio en los hospitales o enfermerías, cuando por evitar que los chilenos puedan conocer los nombres de todos los que participaron en las luchas y tomar represalias. Se buscaba en lo posible mantener el secreto.
Ante algunas violaciones y abusos de la soldadesca chilena contra las mujeres limeñas, la población respondía asesinando a los culpables, pero ante la fuerza de las armas enemigas por vengar la muerte de sus paisanos, muchas veces eran fusiladas personas inocentes. El 12 de marzo de 1881, fue muerto el orate llamado Cabo Cruzate en la esquina denominada Campanas; el 28 de marzo del mismo año hubieron dos ejecuciones en la plazuela de San Lázaro.
Según el diario ¨La Situación¨ en su número 109, en los primeros días de setiembre de 1881, cinco soldados chilenos ingresaron a la hacienda de Chavarría, cercana a Lima, en donde robaron y cometieron otros escandalosos crímenes; los agredidos mataron a los cinco chilenos. El tribunal militar nombrado, mandó tomar presos a todos los vecinos, pero los que en justa defensa mataron a los soldados chilenos, ya habían fugado. Al no haber testigos que declarasen, los invasores escogieron como víctimas a los arrendatarios y administradores del fundo y fueron condenados a muerte; el tribunal acordó además condenar a los citados reos, a la pena de confiscación de sus bienes, esta sentencia fue dictada el 29 de setiembre por Estanislao del Canto, J. León García, Diego A. Donoso y Julio Centeno.
Ese mismo día fueron sorprendidos varios sujetos cuando desenterraban cañones en Piedras Gordas, dos de ellos fueron fusilados. El 20 de julio de 1882, corrieron la misma suerte dos limeños en la plazuela de la Salud, tras el ¨quinteo¨, es decir, en los lugares que los chilenos querían dar un escarmiento, tomaban prisioneros a 5 peruanos y luego de un sorteo, fusilaban al que salía elegido. Este medio represivo fue muy cuestionado por miembros de los cuerpos diplomáticos acreditados.
La ocupación de Lima por las tropas invasoras, trajo muchas penalidades a la población, hasta que una mañana de agosto de 1884, el asta colocada en la Plaza de Armas amaneció sin la bandera chilena. Esa mañana habían desaparecido los chilenos de la capital, por ello la gente corrió la voz y comenzó a congregarse en el lugar. Las llaves de la puerta del Palacio, habían sido dejadas en la estación del tren.
A las 10 de la mañana entró una compañía de soldados peruanos, deteniéndose frente a Palacio, lugar al que penetraron; más tarde se supo que buscaban una bandera del Perú, no encontrándola ya que todos los emblemas se habían convertido en trofeos de guerra. Para entonces se había acercado un representante de la Municipalidad de Lima, recordando que tenía una bandera peruana oculta en un falso techo.
Luego de varios minutos de búsqueda, salieron del local edil, un oficial, 8 soldados y los representantes de la comuna, llevando una gran bandera plegada. Era la única que existía en Lima. Con solemne lentitud los soldados fijaron un extremo del pabellón a la cuerda del asta y extendiéndolo, empezaron a izarlo.
Volvía a vérsela, roja y blanca de Junín y Ayacucho, blanco de los Andes y rojo de Arica. Al momento en que subía, la muchedumbre silenciosa cayó de rodillas, muchedumbre formada por huérfanos, viudas, inválidos, solitarios y arruinados en esta infausta guerra. No se escuchó un tambor a una corneta, sólo una palabra que fue creciendo poco a poco...Perú...Perú.
Roberto Mendoza Policarpio
Historiador
C.E. huatiacury@yahoo.com
http://rastrosdeguerra.blogspot.com/2007/06/la-ocupacin-de-lima.html
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