jueves, 16 de junio de 2011

"Entidad Humana" Rudolf Steiner

Las siguientes palabras de Goethe indican admirablemente el punto de partida de una de las vías por las cuales la entidad humana puede ser conocida:
“Apenas el hombre se apercibe de los objetos que lo rodean, los examina con relación a sí mismo; y con razón, porque para él, todo depende del hecho de
que le agraden o le disgusten, lo atraigan o le repelan, que le sean útiles o
nocivas. Esta manera tan natural de mirar o juzgar las cosas, parece tan fácil
como necesaria; no obstante, se expone a innumerables errores que a menudo
le humillan y le amargan la vida. Tarea mucho más difícil se preparan aquellos
Que, por vivo deseo de saber, tienden a observar las cosas de la Naturaleza en
sí mismas y en sus relaciones recíprocas, desde que tienen que prescindir de
las normas que como hombres les hacían considerar las cosas en relación a sí
mismos, esto es, dejan de guiarse por el agrado, el desagrado, la atracción o la
repulsión, la utilidad o el daño; deben renunciar a sus propias impresiones y,
como hombres indiferentes y casi divinos, estudiar e investigar lo que existe y
no lo que les agrada. Así, el botánico ha de ser indiferente a la belleza o
utilidad de las plantas: debe estudiar su estructura y sus relaciones con el resto
del reino vegetal, y como el Sol a todo da vida y lo ilumina, así también el
investigador debe dirigir su mirada serena a todo, indistintamente. La norma
para juzgar las cosas y alcanzar conocimientos de las mismas, la debe hallar
no en sí mismo, sino en las manifestaciones de los objetos.

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Nuestras sensaciones de placer están en nosotros, pero las leyes y la característica de aquellas flores están fuera de nosotros, en el mundo.

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Así el hombre se relaciona continuamente de tres modos con las cosas
del mundo. Ahora bien, sin agregar interpretación alguna, y tomando este
hecho sencillamente como se nos presenta, resulta que el hombre tiene tres
aspectos en su ser, que podemos relacionar con las tres palabras cuerpo, alma
y espíritu. Con estas tres palabras queremos indicar sólo estos tres aspectos de
la naturaleza humana, y nada más por ahora: quien las relacionara con alguna
idea preconcebida o alguna hipótesis, arriesgaría comprender mal lo que
expondremos en seguida. Por cuerpo entendemos aquí aquello por medio de
lo cual se manifiestan al hombre los objetos que le rodean — como en nuestro
ejemplo, las flores del prado —. Con la palabra alma, queremos indicar
aquello por medio de lo cual el hombre relaciona los objetos con su propia
existencia, y experimenta por ello agrado y desagrado, placer y disgusto,
alegría y dolor. Por espíritu, entendemos lo que se revela en el nombre,
cuando contempla los objetos, según la expresión empleada por Goethe,
“como un ser casi divino”. En este sentido el hombre está constituido por:
cuerpo, alma, espíritu.


Mediante el cuerpo, el hombre puede ponerse en relación momentánea
con los objetos; mediante el alma, conserva las impresiones que éstos le han
causado, y mediante el espíritu, se le revela el íntimo contenido de los mismos
objetos. Sólo considerando al hombre bajo estos tres aspectos, se puede tener
la esperanza de llegar al conocimiento de su ser, porque estos tres aspectos, lo
presentan emparentado con el resto del mundo de una manera triple.
Mediante el cuerpo, el hombre tiene afinidad con los objetos que se
evidencian desde afuera a sus sentidos. Su cuerpo se compone de los
elementos del mundo externo, y las fuerzas externas obran también en él.


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Muchas personas tienden a restar importancia al pensamiento y
a considerar como superior la “vida íntima de los sentimientos”, la
“sensibilidad”, diciendo que no es por medio del “árido pensamiento”, sino
más bien por el calor de los sentimientos y su fuerza inmediata que nos
elevamos a conocimientos superiores. Los que hablan así, temen disminuir la
intensidad de los sentimientos si llegan a pensar con claridad. Esto es cierto en
el caso corriente de pensar únicamente en cosas de utilidad práctica. Pero por
los pensamientos que nos elevan a las regiones superiores de la existencia se
verifica lo contrario. No hay sentimiento o entusiasmo alguno que pueda ser
comparado al ardor, a la belleza y elevación despertados por pensamientos
puros, transparentes como cristal, que se refieren a los mundos superiores. Los
sentimientos más elevados no son aquellos que se nos presentan
“espontáneamente”, sino aquellos que se adquieren a consecuencia de un
trabajo enérgico del pensamiento.

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