No es accidental que al menos los 10 primeros años de nuestras vidas dependamos de un adulto o de una institución (constituida y fundada por adultos) para simplemente poder subsistir. Sin subsistencia no es posible existir, ni tan siquiera insistir. Para existir e insistir es preciso subsistir gracias a un otro adulto, portador de simbolos con que se significa la experiencia de goce.
Todos deseamos el saber por naturaleza, pero todos deseamos el saber no por sí mismo, sino por otra cosa. El saber no es un estado sino una transición. La transición se opera en 4 niveles: lo sensible, la apariencia, la ciencia y la intelección. El saber, si se lo considera como un estado, no es más que agua estancada y vertedero. El saber, aunque sea implícitamente y muy a largo plazo, tiene en vistas una utilidad. Por más autárquicos que parezcan el saber de ciertos principios, ello nos beneficia en el sentido de una utilidad divina, en la que el gozo se produce en el espíritu.
El saber de lo inmediato nos permite estar en la realidad y subsistir en ella. El saber de lo aparente es el saber de lo opinable y lo discutible, lo contingente, lo que está en camino de ser concenso. El saber de los hechos, en cambio, se demuestra a través de caminos silogísticos. El saber de lo inteligible, por su parte, lisa y llanamente se manifiesta por sí mismo, siendo el sujeto cognoscente su testigo, y obteniendo de ello un goce contemplativo, una emancipación de la conciencia a niveles más elevados. La utilidad de la sensación y de la subsistencia se mide en términos de atracción y repulsión, placer y dolor. El plano de la sensación es el plano de la necesidad, y no como cree Aristóteles, el plano de las formas. No hay nada más incierto e improbable que una forma posible o una idea. Lo subyacente como idea tiene el fin práctico de universalisar las cosas, identificarlas en el mundo y distinguirlas en su esencia, sin embargo, la significación subsiste en un acontecer energético-material. Aquello desde lo cual se logra apercibir una forma, es la materia de los cuerpos sensibles, lo necesario en si. Si sustraemos a los cuerpos su definicion, nos quedamos sin límites, y por lo tanto, sin formas ni identidades propias: nos quedamos sin cuerpos. En tal caso lo único que subsiste es la materia-energética y no el logos. El logos únicamente existe porque el ser humano opina.
En la medida que opinamos nos abrimos al otro de la significación, pero todavía muy atados a las sensaciones. Este es un estado por el que transitamos diariamente y le llamamos cotidianidad media. Nos forjamos una idea de las cosas porque opinamos, y en base a eso, nos movemos hacia algo con cierta estabilidad. Este es el terreno de lo especulable. Si aparece una nube, creemos que va a llover. Epistemológicamente, desde lo opinable puede construirse un mundo fantástico de significaciones, capaces de animar los más ardorosos debates. En el plano de lo opinable surge la posibilidad del acierto pero en mucho menor medida que si hubiese un silogismo a la base prediciendo. Justamente, la ciencia es un segundo grado ontológico de camino a la intelección de la verdad.
Con la ciencia acrecentamos nuestras posibilidades de acierto predictivo, por lo cual, el mundo se hace más fácil y productivo. Este es el plano de lo existente, porque los cuerpos no se bastan a sí mismos en el aquí y el ahora subsistente. La subsistencia de las ideas es aposteriori, es decir, una consecuencia o un efecto de alguna causa únicamente deducible por el proceder silogistico, por tanto, lo que se entiende por formas subsistentes a las cosas corpóreas es en realidad su existencia, el estar referidas al plano de lo simbólico, es decir, al plano de lo diacrónico, las paradojas como condición de posibilidad para la insistencia de las identidades corpóreas.
En el cuarto plano se manifiesta el ser de las cosas, desde su existencia formal e inmanencia sensible, en armonía con el cosmos. De existir desequilibrio, la contemplación de las verdades se ocultan y se insiste en un goce a medias, porque el plano de las sensaciones solo nos proporciona un goce dependiente de otros. Si no me satisfago sexualmente soy infeliz, o si no tengo las comodidades que quiero me vuelvo neurótico, rabioso, continuamente tenso.
Si llego a sentir frustración es porque deseo cosas sensibles y otras cosas también. En el plano de lo opinable, deseo poder, estatus, convicción. Ello solo lo proporciona el carisma, la simpatía y la fuerza. Si no obtengo los aplausos y la sumisión de los otros, me molesto. El poder de mis discursos se mide por su belleza y no por su verdad. Si en cambio, quiero someter efectivamente al otro, debo elaborar mecanismos, mecanismos de control. Deseo ser tu amo y si no lo logro me enfurezco, te tiranizo bajo el regimen de las causas productivas. Finalmente, puedo contemplar la verdad absoluta, y si no me haces caso desde la verdad, Dios es el responsable de castigarte a través de sus redes karmáticas.
En el fondo de toda frustración se esconde un deseo. Los budistas explican el origen del mal en el deseo. ¿Qué hacemos con él? Trataremos de eliminarlo, o pensaremos que no existe, que no está ahí? si vivimos es porque, al menos en lo basal, deseamos un estado de cosas y nos movemos hacia él. Respiramos porque nos gusta estar vivos. Deseamos abrir los ojos para contemplar la belleza de lo circundante, y así sucesivamente, buscamos al menos un pan para subsistir, o un rayo de sol, por mínimo que sea. Es cierto que desde lo mínimo, por compensación, se pude gozar de lo máximo en el plano de lo espiritual, por la sencilla razón, de que lo espiritual depende mínimamente de un otro para cristalizarse en goce. Lo espiritual está ahi sin manipular, alcanzando intensidades insospechadas. Desde el plano sensible en cambio, se necesita de algo externo y de su producción para obtener un goce a tal punto, que si no obtiene lo que se desea se obtiene frustración. Hay quienes explican el origen del mal a partir de la frustración pero, ¿no es la frustración cosustancial a la vida cotidiana y a la obtención de un mínimo de placer subsistente? En mi humilde opinión, no debemos renunciar al deseo porque a partir de él podamos sentir frustración. La ira es una pasión del infierno pero no así la frustración. La frustración molesta pero si es bien encausada, fortalece. Para los que renuncian a la frustración en cambio, no deben existir límites al goce. La necesidad de algo ilimitado como algo absoluto es la que deriva en una escición de nuestra naturaleza. Somos cuerpo y alma en el espíritu, que a veces compite por subsistir y encuentra su motor en el deseo de algo interior, y otras, se entrega al sentido de algo sublime, autosuficiente, de un goce que no necesita manipulación. No podemos negar los placeres corpóreos ni tampoco nuestra necesidad de ser dueños de nosotros mismos. La vida es un tira y afloja en la que nuestro ego se recoge y cierra, para luego abrirse y fluir como el aire a través de un pulmón. Necesitamos gobernar nuestro deseo al punto de que la frustración que le subyace como posibilidad, no nos lleve a la guerra o la autodestrucción culposa, pero asimismo, necesitamos estar implicados con nuestro deseo para no escindirnos del mundo material. Un buen gobernante satisface las necesidades de sus gobernados pero bajo ciertas condiciones, persuadiéndolos de que cierto grado de frustración es necesario para la obtención de un bien mayor, un deseo más ardoroso y un goce menos implicado con la culpa y más comprometido y equilibrado con el sentido simbólico existencial de nuestras vivencias y el pulso sensual que nos mueve hacia el placer.
Dependemos del placer subsistente de los cuerpos sensibles y de los otros circundantes, de la profundidad consumible que se percibe en ellos, su materia, pero para gobernarla desde el goce contemplativo de la unidad que forman la superficie formal del acontecer simbólico por la que son permitidas las identificaciones, junto a la profundidad subsistente del plano energético-material. Entre la subsistencia y la existencia buscamos el saber que nos conduzca a un goce, que insiste como un fin en sí mismo. Nuestro proceso de liberación es contemplar las estructuras elemnetales que condicionana esa insistencia: nuestra dependencia infantil...
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