"El apetito al que llamamos lujuria, y la fruición que le acompaña, es un placer de los sentidos, pero también es intelectual, pues consiste en 2 tipos de apetitos reunidos: agradar a otros y que le agraden a uno; este tipo de deleite no es sensual sino un placer o gozo de la mente, consistente en imaginarse el poder que tiene uno para agradar de tal modo"
Thomas Nagel "Sexual Perversion"
Pongámonos en una situación de goce erótico en la que exista correspondencia. A Juan le gusta Valeria, y a Valeria le gusta Juan, pero sobre todo, a Valeria le gusta gustarle a Juan. Pero no solo eso: Valeria también se satisface al ver que a Juan le gusta que a ella le guste que le brinden placer. Hay una satisfacción en tres tiempos. Sensualmente ambos se pueden encontrar atractivos, pero algo en la mente le suma al placer un goce específico, que solo se satisface bajo ciertas condiciones. Juan goza con el goce de Valeria, el cual, a su vez, goza a través del goce de Juan, pero el goce de Juan goza a través del goce de Valeria por lo que se produce un bucle, una especie de círculo vicioso. Cuanto más cerca del clímax, el mundo y los límites por los que es permitido gozar mentalmente desaparecen. El orgasmo es una pequeña muerte de los límites de la subjetividad sobre el cuerpo sexuado. Si normalmente es el sujeto el que posee su cuerpo, en el éxtasis sexual es al revés: el cuerpo, o una especie de espíritu dionisíaco se apodera de la subjetividad, y por breves instantes, desaloja todo lo sacro y apolíneo que hay en ella. Condición para el éxtasis es el olvido del mundo, las formas, lo apolíneo. La subejtividad, queda vacía pero tomada por el espíritu sexual del cuerpo. Seguramente, este ímpetu toma su fuerza de las emociones, pero en esencia, esta fuerza es primitiva en el sentido de lo sexual como búsqueda de placer, y mentalmente, como búsqueda de gozo -o encuentro de las condiciones subjetivas que permiten su destrucción.
Hay cierto equilibrio, que de no preservarse, rompe el bucle por el cual los amantes se proporcionan mutuamente placer. La mente tiene que estar lista para abandonarse, pero ello no es tan sencillo. En las dinámicas gozosas se pone en juego algo más que placer: poder. Si tomamos el caso de Juan y Valeria, Juan desea obtener placer de Valeria, pero también, desea darle placer y obtener con ello poder, pues si a Valeria le gusta lo que le hace Juan, Juan no tendrá que hacer mayor esfuerzo por atraerla; si Juan la desea intensamente, sería muy frustrante encontrarse con una actitud indiferente por parte de Valeria. Juan, por lo tanto, tiene que dosificar su deseo para que el deseo de Valeria se manifieste a su favor. Si Juan tiene baja tolerancia a la frustración y es un tipo más bien reactivo y tirano, intentará forzar una situación de goce en Valeria. Valeria, puede reaccionar al violentismo de Juan con repulsión y miedo o por alguna razón contraria a su autoestima, con facinación. Pongámonos en el caso de que a Valeria le guste ser sometida; tendremos que preguntarnos: por qué a Valeria le gusta ser sometida? Puede que Juan no sepa otra forma de reaccionar a la frustración, o si la conoce, no la utiliza porque no cree ni está acostumbrado a ella. Quizás Juan, en sus futuras conquistas, nisiquiera escatime conquistar el deseo de las mujeres que desea, transformandose de ese modo en un violador.
El goce puede ser de naturaleza perversa, neurótica y psicótica. El goce perverso puede producir un bucle por el que se intercambia algo así como una mercancía mental, pero el perverso antisocial, roba esa mercancía porque transgrede la autonomía del otro no aceptando ningun limite o restriccion a su deseo desde la alteridad, conciente de que su actitud es sancionada y que representa un mal para los otros. El caso de los pedófilos es excepcional en el caso de que tengan alguna relación con lo divino que justifique el abuso, sintiendose víctimas del goce ante un determinismo divino, no deseando la castración, victimizandose ante Dios a través del abuso. El psicótico, por su parte, se evade de la frustración imaginando un goce real por el cual Dios o algun demiurgo (maligno o bueno) se apodera de su espíritu negando la castración o las intensas experiencias subjetivas de privación y frustración subyacentes. A alguien se le puede dar mucho "amor" y atención invalidando su deseo, castrandolo. El perverso reacciona renegando la castración. El psicótico reacciona negándola.
El goce nerótico goza a medias: tolera la frustración porque asigna a las personas valores ambivalentes que a veces lo castran y otras no. En ese sentido, parece ser que la condición de un goce pleno para el neurótico es romper las reglas pero siguiendo reglas para su ruptura.
Queda en evidencia que los gozos de la mente tienen por qués. Es evidente que no nos basta conocer los por qués para superar nuestros problemas, por el hecho de que aquel que es capaz de enseñar los principios, no ncesariamente tendrá la necesidad de ejecutarlos con un fin. Juan puede saber que lo que hace es malo, pero como no tiene la experiencia de un cómo alternativo, no puede establecer un vínculo que le de sentido a sus fines. Juan permanece inconsciente sobre las condiciones de su goce porque no se atreve a experimentar nuevas formas de goce más responsables y concientes que a las que está acostumbrado. En toda resistencia al cambio hay un temor al yerro y una distancia entre la actividad y el ideal. Muchas veces los por qués se aprenden por los cómos, ya sea de manera simultánea o a posteriori; lo que determina más sólidamente la realización de un fin, es la alianza y el justo equilibrio entre el cómo y el por qué. El sentido del fin gozoso surge de esta relación.
Como dependemos originariamente de algún cuidador, la fuente de nuestro goce mental está condicionada. El cuerpo gana autonomía en la medida que crece y también la mente, pero hay detenciones en el desarrollo, fijaciones tempranas en las que el orden del sentido se escabulle y somos concientes solo de un fragmento o de una ilusión. Sobre todo lo demás se cierne un manto de sombras, el reino del olvido. Dependemos de nuestros cuidadores, y por eso, el goce puede volverse demasiado autónomo, mecánico y enfermizo. La subjetividad queda presa del Goce de un Otro.
LACAN
* el goce consiste en una tentativa permanente de sobrepasar los límites del placer. Este movimiento, vinculado a la búsqueda de la cosa perdida, que falta siempre, causa sufrimiento.
* el goce se fundamenta en la obediencia del sujeto a una orden, del tipo que sea, lo que le conduce al abandono de sí mismo, a destruirse en la sumisión al Otro.
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OSHO
"El cuerpo solo puede proporcionar placeres pasajeros, y cada placer se equilibra con el dolor, en el mismo grado, en la misma medida. A cada placer le sigue lo opuesto, porque el cuerpo existe en el mundo de la dualidad, igual que la noche sigue al día y la vida sigue a la muerte y la muerte sigue a la vida, en un círculo vicioso. Al placer lo seguirá el dolor, y al dolor lo seguirá el placer. Pero nunca estarás tranquilo. Cuando te encuentres en un estado de placer tendrás miedo de perderlo, y ese miedo lo emponzoñará. Y, naturalmente, cuando estés perdido en medio del dolor, sufrirás y harás todos los esfuerzos posibles para salir de él, y volverás a caer en lo mismo.
Buda lo llama la rueda del nacimiento y de la muerte. Nosotros nos movemos con esa rueda, aferrados a ella... y la rue-da continúa moviéndose. A veces se presenta el placer y otras veces se presenta el dolor, pero estamos aplastados entre esas dos rocas. Pero la persona adormilada no conoce nada más. Solo conoce unas cuantas sensaciones del cuerpo: la comida, el sexo... Ese es su mundo. Si reprime el sexo se hace adicta a la comida; si reprime la comida se hace adicta al sexo. La energía se mueve como un péndulo. Y lo que se llama placer es, como mucho, simple alivio de un estado de tensión. La energía sexual se recoge, se acumula; te pones tenso y deseas relajar esa tensión. Para quien está dormido, el sexo no es sino un alivio, como un buen estornudo. No produce más que cierto alivio: había tensión, y ha desaparecido. Pero vol-verá a acumularse. La comida solo te proporciona cierto gusto en la lengua; no es mucho por lo que vivir. Pero muchas personas viven únicamente para comer; pocas personas comen para vivir.
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Lo que llamamos «felicidad» depende de la persona. Para la persona dormida, las sensaciones placenteras son la felicidad. La persona dormida vive cambiando de un placer a otro. Se precipita de una sensación a otra. Vive para las pequeñas emociones; lleva una vida muy superficial. No tiene profundidad, no tiene calidad. Vive en el mundo de la cantidad.
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Quien no medita duerme, sueña; quien medita empieza a alejarse del sueño y a dirigirse al despertar, en un estado transitorio. Entonces la felicidad tiene un sentido completamente distinto: tiene más de calidad y menos de cantidad; es algo más psicológico, menos fisiológico. Quien medita disfruta más de la música, disfruta más de la poesía, disfruta creando algo. Esas personas disfrutan de la naturaleza, de su belleza. Disfrutan del silencio, disfrutan de lo que nunca habían disfrutado antes, y eso es mucho más duradero. Incluso si se para la música, algo persiste. Y no es un alivio. La diferencia entre el placer y esta clase de felicidad consiste en que no es un alivio, sino un enriquecimiento. Te sientes más pleno, empiezas a desbordarte. Al escuchar buena música, algo estalla en tu ser, surge una armonía en ti: te haces música. O, al bailar, de pronto te olvidas de tu cuerpo; tu cuerpo es ingrávido. La gravedad pierde su poder sobre ti. De repente te encuentras en otro espacio: el ego no es tan sólido, el bailarín se funde y se fusiona con la danza.
Esto es mucho más elevado, mucho más profundo que el placer que se obtiene de la comida o del sexo. Esto es algo profundo, pero no lo supremo. Lo supremo solo ocurre cuando estás plenamente despierto, cuando eres un Buda, cuando ha desaparecido todo el sueño, cuando todo tu ser está lleno de luz, cuando no hay oscuridad en tu interior. Toda la oscuridad ha desaparecido y, junto con la oscuridad, el ego. Han desaparecido todas las tensiones, las angustias, las ansias. Te encuentras en un estado de absoluta satisfacción. Vives en el presente; se acabaron el pasado y el futuro. Estás por completo aquí. Este momento lo es todo. Ahora es el único tiempo y aquí es el único espacio. Y de repente el cielo desciende sobre ti. Eso es la dicha. Eso es la verdadera felicidad.
Busca la dicha; es tu derecho inalienable. No sigas perdido en la jungla de los placeres; elévate un poco. Ve en busca de la felicidad y después de la dicha. El placer es animal; la felicidad es humana; la dicha, divina. El placer te ata, es una esclavitud, te encadena. La felicidad te afloja un poco la cuerda, te da un poco de libertad, pero solo un poco. La dicha es la libertad absoluta. Empiezas a avanzar hacia arriba; te da alas. Dejas de formar parte de la grosera tierra; pasas a formar parte del cielo. Te conviertes en luz, en alegría.
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El placer depende del otro. Si amas a una mujer, si ese es tu placer, esa mujer se convierte en tu dueña. Si amas a un hombre, si ese es tu placer y te sientes desgraciada y desesperada sin él, has creado tu propia esclavitud. Has creado una prisión; ya no eres libre. Si vas en pos del dinero y del poder, dependerás del dinero y del poder. Quien se dedica a acumular dinero, si su placer consiste en tener cada día más dinero, será cada día desgraciado, porque cuanto más tiene, más quiere, y cuanto más tiene, más miedo tiene de perderlo.
Es una espada de doble filo: querer más es el primer filo de la espada. Cuanto más exiges, cuanto más deseas, cuanto más sientes que te falta algo, más vacío y hueco te sientes. Y el otro filo de la espada es que cuanto más tienes, más temes que te lo quiten. Te lo pueden robar. El banco puede ir a la bancarrota, puede cambiar la situación política del país, hacerse comunista... Hay mil cosas de las que depende tu dinero. Tu dinero no te hace amo, sino esclavo.
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El placer te crea un estado de deseo permanente, de inquietud, una agitación continua. Hay múltiples deseos, todos y cada uno de ellos insaciables, que reclaman toda tu atención. Te conviertes en víctima de una multitud de deseos enloquecedores —enloquecedores porque no se pueden cumplir—, que te llevan de acá para allá. Tú mismo te conviertes en una contradicción. Un deseo te lleva hacia la izquierda, otro hacia la derecha, y alimentas ambos deseos al mismo tiempo. Y entonces te sientes dividido, escindido, desgarrado. Te sientes hecho pedazos. Nadie sino tú es responsable; es la estupidez del deseo de placer lo que crea esta situación.
Y es un fenómeno complejo. No eres tú el único que busca el placer; millones de personas buscan los mismos placeres. Por eso existe una gran lucha, la competición, la violencia, la guerra. Todos son enemigos entre sí, porque todos tienen el mismo objetivo y no todos pueden conseguirlo. De ahí que la lucha sea tremenda, porque hay que arriesgarlo todo, y por nada, ya que, cuando ganas, no ganas nada. Malgastas tu vida entera en esa lucha. Una vida que podría haber sido una fiesta se convierte en una lucha prolongada, inútil.
Cuando vas buscando el placer no puedes amar, porque la persona que va buscando el placer utiliza al otro como medio. Y utilizar al otro como medio es una de las acciones más inmorales, porque cada ser es un fin en sí mismo, y no un medio. Pero cuando buscas el placer tienes que utilizar al otro como medio. Te haces astuto, porque la lucha es tremenda. Si no eres astuto te engañarán, y antes de que los demás te engañen, tú tienes que engañarlos a ellos. Ya advertía Maquiavelo a los buscadores del placer que la mejor forma de defensa es el ataque. No hay que esperar a que el otro ataque; podría ser demasiado tarde. Antes de eso, atácalo tú. Esa es la mejor forma de defensa. Y es un consejo que se sigue, tanto si se conoce a Maquiavelo como si no. Es muy extraño. La gente conoce a Jesucristo, a Buda, a Mahoma, a Krisna, pero nadie los sigue. La gente no sabe gran cosa de Maquiavelo, pero a él sí lo siguen, como si tuviera mucha importancia para ellos. No hace falta que lo leáis; simplemente lo seguís. Vuestra sociedad está basada en los principios maquiavélicos; en eso consiste el juego político. Antes de que alguien te quite algo, quítaselo tú. Tienes que estar siempre en guardia. Naturalmente, si estás siempre en guardia, te sentirás tenso, angustiado, preocupado. Todo el mundo está en tu contra y tú estás en contra de todo el mundo. De modo que el placer no es ni puede ser la meta de la vida.
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El placer es algo fisiológico; la felicidad es algo psicológico. La felicidad es un poco mejor, algo un poco más refinado, un poco más elevado... pero no muy distinto del placer. Podría decirse que el placer es una clase más baja de felicidad y que la felicidad es una clase más elevada de placer: las dos caras de la misma moneda. El placer es un poco primitivo, animal; la felicidad es un poco más refinada, un poco más humana, pero es el mismo juego que se juega en el mundo de la mente.
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la alegría es algo espiritual. Es algo distinto, completamente distinto del placer y de la felicidad. No tiene nada que ver con lo externo, con el otro; es un fenómeno interno. La alegría no depende de las circunstancias; es algo tuyo. No es una excitación producida por las cosas; se trata de un estado de paz, de silencio, un estado meditativo. Es espiritual.
Pero Buda tampoco habla de la alegría, porque existe otra cosa que va más allá de la alegría. Él lo llama dicha. La dicha es algo absoluto. No es algo fisiológico, ni psicológico ni espiritual. No sabe de divisiones; es indivisible. Es absoluta en un sentido y trascendente en otro. Buda solo emplea dos palabras en esta frase. La primera es el placer, que incluye la felicidad. La segunda es la dicha, que incluye la alegría.
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La dicha significa alcanzar el núcleo más profundo de tu ser. Se encuentra en las profundidades últimas de tu ser, donde ni siquiera el ego existe, donde reina el silencio: tú has desaparecido. En la alegría existes un poco, pero en la dicha dejas de existir. Se ha disuelto el ego; es un estado de no ser.
Buda lo llama nirvana. El nirvana significa dejar de ser, ser un vacío infinito como el cielo. Y en el momento en que eres el infinito, te inundas de estrellas e inicias una vida completamente nueva. Renaces.
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Buda dice: «Existe el placer y existe la dicha. Renuncia a lo primero para poseer lo segundo». Deja de mirar hacia fuera. Mira hacia dentro, vuélvete hacia tu interior. Empieza a buscar y registrar en tu interior, en tu subjetividad. La dicha no es un objeto que se pueda encontrar en ninguna otra parte; es tu consciencia.
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Buda dice: «Existe el placer y existe la dicha. Renuncia a lo primero para poseer lo segundo». Deja de mirar hacia fuera. Mira hacia dentro, vuélvete hacia tu interior. Empieza a buscar y registrar en tu interior, en tu subjetividad. La dicha no es un objeto que se pueda encontrar en ninguna otra parte; es tu consciencia.
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