jueves, 8 de julio de 2010

Dimitri Fiodorovich Karamazov

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!Lléveme el diablo!- exclamó de pronto Dimitri Fiodorovich en voz alta-. Para que he de hablar en voz baja? Fíjate cómo uno llega al absurdo. Estoy aquí para acechar un secreto...

Yo no me emborracho nunca, "paladeo" únicamente, como dice ese cerdo de Rakitin, tu amigo, y como seguirá diciendo cuando sea consejero de estado. Siéntate, Aliosha; quiero estrecharte entre mis brazos hasta estrujarte, pues en todo el mundo no quiero de verdad a nadie más que a ti.
(...)
- Tú y una picarilla de la que me he enamoriscado por desgracia; pero enamoriscarme no es amar. Puede uno enamoriscarse y odiar al mismo tiempo. Llámalo así. Hasta ahora te he hablado alegremente. Acércate a la mesa y siéntate a mi lado para que te vea. Escúchame en silencio y te lo diré todo pues ha llegado el momento de hablar. Pero has de hacerte cargo de que he reflexionado y entiendo que debemos hablar aquí en voz baja, porque aquí... puede haber oídos que nos escuchen.

... mañana termina una vida y comienza otra para mi. Has experimentado alguna vez en sueños la sensación de rodar por un precipicio? Pues bien, ahora caigo yo de verdad. Pero no tengo miedo, ni tú debes tenerlo tampoco: es decir, sí tengo miedo, pero es un miedo dulce, o más bien, de embriaguez... Y además !váyase al diablo! !da lo mismo! espíritu fuerte, espíritu débil, o espiritu de mujer, qué importa? !alabemos a la naturaleza! mira qué sol más hermoso, qué cielo más puro, por doquier se divisa el verdor del follaje; aún estamos verdaderamente en verano. !Son las cuatro de la tarde y todo está tranquilo!...

(...)

!Cuantos misterios trastornan al hombre! Penetra en ellos y sal intacto. Esa es la belleza. No puedo sopórtar que un hombre de gran corazón y de elevada inteligencia empiece por el ideal de la Madonna, para acabar en el de Sodoma. Pero lo más vergonzoso es que, llevando en su corazón el ideal de Sodoma no repudie el ideal el de la Madonna y arda por él como en sus juveniles años de inocencia. No, el espíritu humano es demasiado amplioi y yo quisiera restringirlo. Cómo puede uno reconocerse? El corazón encuentra la belleza hasta en la verguenza, en el ideal de Sodoma, que es el de la inmensa mayoría. Comprendes tú este misterio? Es el duelo entre Dios y el diablo, y el corazón humano es el campo de batalla.

(...)

Me he divertido mucho. Mi padre decía antes que ha gastado miles de rublos en seducir a las jóvenes. Qué imaginación de cerdo! Para mí el dinero no es más que lo accesorio, el arreglo de la escena. Hoy soy el amante de una dama, mañana el de una muchacha de la calle. Divierto a las dos, prodigando el dinero a montones, con músicas y tziganes. Si es preciso, les doy el dinero, que no les desagrada. Ellas me dan las gracias. Las damitas no me quieren siempre. Soy aficionado a las calles, a los pasajes sombríos y desiertos, teatro de aventuras, de sorpresas y algunas veces de perlas en el barro. ... Me gusta la perversión por su abyección misma. Me gusta la crueldad; no soy un chinche, un insecto venenoso? Un Karamazof y ya está dicho todo!! En una ocasión hicimos una gran jira; era en el invierno y fuimos en siete troikas. Cuando iba en el trineo besé a mi acompañante, la hija de un funcionario sin fortuna, encantadora y tímida; en la oscuridad me permitió aún otras caricias más libres. La pobrecilla imaginaba que al día siguiente iría a pedirla en matrimonio, pues se me deseaba como prometido, pero estuve cinco meses sin decirle una palabra. Muchas veces, cuando bailábamos, la veía seguirme con la mirada desde un rincón del salón, los ojos le ardían de tierna indignación. Aquello no hacía más que deleitar mi sensualidad pervertida. Cinco meses después se casó con un funcionario y se marchó... furiosa quizás y amándome todavía. Ahora viven dichosos. Fíjate que nadie sabe nada, su reputación está intacta; a pesar de mis viles instintos y de mi amor por la bajeza, no soy un canalla. Te has ruborizado, tus ojos brillan; ya estás harto de tanto fango... Crees que te he llamado únicamente por estas porquerías? No, ha sido para contarte algo más curioso; no te sorprendas si no me averguenzo ante ti, me encuentro tan a gusto...
- Has aludido a mi rubor- observó de pronto Aliosha-. No han sido tus palabras ni tus acciones las que me han hecho enrojecer. Me he roborizado porque soy lo mismo que tú... la escala del vicio es la misma para todos . Yo estoy en el primer escalón, y tú estás más arriba, en el tercero, por ejemplo....
- Cállate Aliosha, cállate, querido mío, me dan ganas de besarte la mano de emoción. Ah! Aquella granuja de Grushenka conoce bien a los hombres; me dijo en una ocasión que un día u otro te arrastraría... Pero dejemos este terreno manchado por las moscas y volvamos a mi tragedia manchada de la misma manera... todos me acogían muy bien en la ciudad... prodigaba el dinero, todos me creían rico, y yo también creía serlo. Mi teniente coronel, un viejo, me tomó de pronto antipatía; me atormentaba en todo momento, pero yo tenía mucha influencia, y toda la ciudad se puso de mi parte. Tuve yo la culpa, pues por un necio orgullo no le había rendido los honores que le correspondían. El viejo, testarudo, buen hombre en el fondo, y muy hospitalario, se había casado dos veces; era viudo. Su primera mujer, de baja condición, le había dejado una hija tan simple como ella... lejos de tener la callada inocencia de su tía, era muy desenvuelta. En mi vida he encontrado un carácter más encantador de mujer. Se llamaba Agafia. Agafia Ivanovna. Muy bonita para el gusto ruso, alta, metida en carnes, con ojos hermosos aunque de expresión un poco vulgar. Era soltera, a pesar de que la habían pedido dos veces en matrimonio, y conservaba toda su alegría. Me hice amigo de ella, honradamente, pues tenía más de una amistad perfectamente pura. Cuando le contaba algunas cosas demasiado libres, ella no hacía más que reír. Has de saber que muchas mujeres gustan de esa libertad de lenguaje; además, aquello era muy divertido con una muchacha como ella...

En cuanto al coronel, era uno de los personajes más notables del lugar. Vivía espléndidamente. Toda la ciudad era recibida en su casa donde se cenaba y se bailaba. A mi llegada al batallón no se hablaba de otra cosa en la ciudad que de la segunda hija del coronel, famosa por su belleza... Era Katerine Ivanovna, la hija de la segunda mujer del coronel. Esta última era noble, de una gran casa, pero no había aportado ninguna dote a su marido; estoy bien enterado. Era de muy buena familia, pero sin nada en efectivo. Sin embargo, cuando la joven llegó a nuestra ciudad, ésta quedó como galvanizada: nuestras damas más distinguidas, dos Excelencias, una coronela, y todas las demás después, se la disputaban; hacían fiestas en su honor, era la reina de los bailes, de las jiras; se organizaron no se cuantos cuadros vivos a beneficio de muchas instituciones. En cuanto a mi, me callo; yo me divertía. Intentaba entonces algo a mi manera que hiciese hablar a toda la ciudad. Una tarde, en la casa del comandante de batería, Katerine me miró; no me acerqué a ella, desdeñando serle presentado. La abordé algún tiempo después, y le hablé otra vez en una soiveé. Apenas si me miró, con gesto desdeñoso. "Espera un poco" pensé, !ya me vengaré!... Katineka, lejos de ser una inocente pensionista, tenía carácter, orgullo y era muy virtuosa, tenía sobre todo mucha inteligencia e instrucción, lo que a mi me faltaba por completo. Crees que quería pedir su mano? De ninguna manera. Quería únicamente vengarme de su indiferencia para conmigo. Corrí entonces una juerga estrepitosa, por la que el teniente coronel me castigó con tres días de arresto. En aquel momento, nuestro padre me envió 6 mil rublos contra una renuncia formal a todos mis derechos y pretensiones a la fortuna de mi madre. Yo no sabía nada hasta entonces... Ya en posesión de esos 6 mil rublos la carta de un amigo me hizo saber una cosa muy interesante, y era enterarme de que estaban descontentos con nuestro teniente coronel, sospechoso de malversaciones, y que sus enemigos le preparaban algo desagradable. En efecto, el jefe de la dicisión vino a dirigirle una fuerte reprimenda; poco después se vio obligado a dimitir. No te contaré todos los detalles de este asunto; tenía desde luego muchos enemigos. Aquello determinó en la ciudad un brusco enfriamiento hacia él y hacia toda su familia; todo el mundo les abandonó. Entonces fue cuando jugué mi primer papel: encontré a Agafia Ivanovna, de la que seguía siendo amigo, y le dije; "A su padre le faltan de la caja cuatro mil quinientos rublos... Ella se asutó. "No me asuste, se lo ruego, como sabe ud eso? "Esté tranquila, le dije yo, no se lo diré a nadie, ya sabe que a este respecto soy como una tumba... antes que pasar por un proceso a su edad, envíeme a su hermana; acabo de recibir dinero, le daré esa suma, y nadie volverá a hablar de ello. Ah qué canalla es ud! me dijo textualmente, !qué malvado canalla! Cómo se atreve ud? Se marchó sofocada de indignación... aquellas dos mujeres, Agafia y su tía, eran verdaderos ángeles: adoraban a la orgullosa Katia y la servían humildemente. Según me enteré después, Agafia le contó a su hermana nuestra conversación. Aquello era precisamente lo que buscaba.

Mientras tanto, llegó un nuevo jefe para hacerse cargo del batallón. El viejo coronel cayó enfermo; guardó cama dos días y no rindió sus cuentas. El doctor Kravchenko asegura que la enfermedad no fue simulada. Pero he aquí lo que yo sabía ciertamente y desde hacia mucho tiempo; después de cada inspección de sus jefes, el coronel hacía desaparecer una cierta cantidad por algún tiempo y eso venía ocurriendo hace cuatro años. Se la prestaba a un hombre de toda confianza, un comerciante viudo, barbudo, con gafas de oro, Trifonof. Éste iba a la feria, se servía del dinero para sus negocios y se lo devolvía después al coronel, con un regalo y una buena comisión; pero aquella ocasión, Trifonof, al volver de la feria no le devolvió nada (me enteré de aquello por casualidad, por mediación de su hijo, un mocoso, muchacho pervertido si los hay). El coronel se lo pidió. "No he recibido nunca nada de ud" respondió el bribón. El desgraciado no se movió más de su casa, con la cabeza envuelta en una venda, mientras las tres mujeres le aplicaban hielo sobre el cráneo... llegó una orden de entregar el dinero en el plazo de 2 horas... pasó a su dormitorio. Allí cogió su escopeta de caza, y la cargó, descalzó su pie derecho, apoyo el arma contra el pecho, buscando el gatillo con el pie para disparar; pero Agafia, que no había olvidado mis palabras, sospechaba algo y se acercó furtivamente para observarle. Se precipitó en la habitación, le sujetó con sus brazos por detrás, y la escopeta se disparó al aire sin herir a nadie. Las otras corrieron, le quitaron el arma y le sujetaron las manos... Yo me encontraba entonces en mi casa a punto de salir, vestido, peinado, y con el pañuelo perfumado; tomé mi gorra, y la puerta se abrió en aquel momento, viendo entrar por ella a Katerine Ivanovna.

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